REPORTAJE

Paco ‘El practicante’: El “último mohicano” de una profesión desaparecida

Fotos: Felipe de la Cruz.
Saúl García 5 COMENTARIOS 09/09/2015 - 10:55

“No me agarre, no me agarre, que yo me agarro”, le gritaba a Paco 'el practicante' un chiquillo metido debajo de la cama. “Antes se ponían inyecciones para todo”, dice Francisco González García (Arrecife, 1930), más conocido como ‘Paco el practicante’, o Paquito, aunque no le gusta el diminutivo. Paco recuerda esa anécdota sentado en su despacho de la calle Blas Cabrera, donde sigue viviendo hoy, y a tan sólo unos metros de donde nació. Es el último superviviente de una profesión que desapareció hace tiempo, que no tenía horario ni días libres y que iba casa por casa hirviendo las jeringuillas: “Daban un poco de miedo las agujas, hasta que apareció la jeringuilla de plástico...”.

Desde la azotea de esa misma casa del barrio de la Vega, hace décadas, se veían El Reducto y el cementerio, donde está ahora el Cabildo. Alrededor había pocas casas, Arrecife tenía unos 4.000 habitantes y había pocas oportunidades de salir adelante. Paco trabajaba desde los nueve años como camarero en el Círculo Mercantil, que estaba en el Mercadillo, en la Calle Real, pero vio que aquello “no era una salida buena” y se dedicó a estudiar mientras tanto. En 1955, con 25 años, y conservando aún su trabajo de camarero, comenzó a ejercer como practicante: “La cosa no daba para mucho, había muchos compañeros y para abrirse camino era difícil”. Había siete practicantes, entonces, para toda la Isla. Los mayores eran don Alberto y don Alfredo. La Seguridad Social ya comenzaba a funcionar, se había inaugurado el Hospital Insular bajo la dirección de José Molina y él instaló su primer despacho en una transversal de la Calle Real.

Poco después se presentó a una oposición en Madrid y ganó una plaza en Fuerteventura pero para tomar posesión tenía que desplazar a un compañero que no tenía la plaza pero sí tenía nueve hijos. Aquello era “desagradable”, dice, y buscaron una solución “no muy legal”, de acuerdo con el médico, el alcalde e incluso con el presidente del Colegio de practicantes. Él seguía figurando y firmaba las nóminas pero las cobraba el de Fuerteventura. Mantuvo la plaza durante cuatro años, pidió una excedencia y siguió trabajando en Lanzarote hasta que salió un concurso de traslados y ganó la plaza de Teguise, donde trabajó durante 25 años. Al principio se movía en moto, hasta que se acabó comprando un coche.

Trabajó en Teguise y en todos lados, porque lo compatibilizaba con el trabajo a domicilio o en su casa, con la APD, que era la sanidad pública, las urgencias en el Hospital y las guardias en el aeropuerto. Así que, de días libres, “si acaso el domingo a partir del mediodía para ir a ver a la novia”.

Con tanto trabajo es normal que surjan las anécdotas. Trabajando en el Mercantil, donde a veces inyectaba a algunos pacientes en un cuarto en la parte trasera del local (“alguno que sabía que estaba yo allí venía para que le pinchara”) le fue a buscar el doctor José Molina por un hombre que le había dado un infarto. “Cuando el doctor me vio desinfectando la aguja me dijo que no lo hiciera, que era mejor llegar a tiempo y curar después la infección”. No hizo falta porque el hombre falleció de todos modos. Paco habla muy bien del doctor Molina, como todo el mundo. “Tenía un ojo clínico magnífico y era muy humanitario”, dice. Las monjas le hacían bromas como coserle las mangas y él le ponía inyecciones. Molina tenía una invalidez “y tenía un verdadero callo en la nalga”, asegura, de tantas inyecciones que se había puesto.

Trabajó desde los nueve años como camarero en el Mercantil y lo compatibilizó desde los 25 con la profesión de practicante hasta que sacó la plaza de Teguise

En aquel tiempo, Arrecife no tenía luz, o más bien, la fábrica de la luz funcionaba de seis a doce. “Si alguna vez había que prolongar la luz se pagaba aparte; recuerdo que estando en el Mercantil fui yo allí a la fábrica a que diera dos horas más porque estaba la gente bailando”. A Paco le viene ese recuerdo a la mente por una casa en la que no había luz y sí había miseria y donde fue a pinchar a una niña enferma. “Veo que encima de la mesa la madre tiene una caldera con cucarachas dentro guisándolas, de esto que oyes que se hacía tipo brujería o mentalidades extrañas... Cuando yo veo aquello, lo había oído pero crees que no es verdad, y le pregunté”. “Le estoy haciendo a la chica un caldito de cucas y no lo quiere”, dijo la señora… Por entonces se decía que ese caldo era bueno para los bronquios.

Durante años, las inyecciones eran para todo: dolores, enfermedades pulmonares, pecho, infecciones… “Hoy hay muy pocas, sólo las de quirófano”. Con la inyección se trataba el catarro, se ponían antibióticos, calmantes y vacunas también… Después todo cambió, cambio la medicina, con los ambulatorios, las cápsulas y la aparición de los ATS, y cambió Arrecife, que era una ciudad con las puertas de las casas abiertas”. “Mi casa no estaba cerrada, ni el garaje, y el coche tenía las llaves puestas”, dice. Un día vio correr a unos chicos enfrente, entraban a casa del vecino y salían con algo, y ahí decidió empezar a cerrar. “El desarrollo te da más posibilidades pero también más peligros”, asegura. A la aguja la sustituyeron las pastillas y al practicante “que estaba un poco limitado” lo sustituyó el ATS, que tenía puesto asignado y no trabajaba por cuenta propia, nadie salía a domicilio. “Tengo un hijo ATS y tiene un despacho aquí y ni lo ha usado”, dice.

Pero Paco, además de practicante, estudio Podología en Madrid e hizo un congreso en Santiago de Compostela y compaginaba ambas profesiones. También fue fundador en los años setenta de la Pensión Cardona, que ahora gestiona su hijo, junto con Ginés Ramírez, Manolo González, Eligio (un enfermero del Hospital) y Octavio Fernández. Y también participó en política. Primero estuvo en el CDS y después en el CCN de Olarte, que se acabó integrando en CC. Iba en las listas electorales “pero para no salir”, junto con Pepe Álvarez y Rafael Silva. Se hizo nacionalista gracias a una doctora madrileña que le decía que cuando vivía en la capital no entendía el nacionalismo pero “aquí en Canarias sí lo entiendo, tiene que existir porque si no, el grande se come al chico”. Y aún con toda esta actividad le dio tiempo de conocer mundo: Cuba, Puerto Rico, Austria, Israel, Alemania y Noruega donde viaja más a menudo porque tiene unos nietos que le van a hacer bisabuelo.

Paco es el último superviviente de una profesión del pasado. Lo dice, entre bromas, sentado en el sillón de su despacho en la planta baja de su casa: “El último mohicano soy yo”.

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