Este vecino de Guatiza trabajó, entre los años cincuenta y setenta, en este espacio para la obtención del canto rojo que permitió construir una parte de Arrecife y que sirvió como plató de cine
Las canteras de Tinamala, el templo patrimonial de Isaías Fernández
Este vecino de Guatiza trabajó, entre los años cincuenta y setenta, en este espacio para la obtención del canto rojo que permitió construir una parte de Arrecife y que sirvió como plató de cine
Situada al lado del pueblo de Guatiza, la montaña de Tinamala, de poco más de 300 metros de altitud, contiene en su interior toba volcánica, una roca ligera, de consistencia porosa, formada por la acumulación de cenizas u otros elementos volcánicos muy pequeños. El canto rojo fue un material muy empleado para construir casas hasta la aparición de las fábricas de bloques ya que, aunque compacto, su relativa consistencia lo hacía ideal para el trabajo de cantería. Las canteras cesaron su actividad a principios de los años setenta del siglo pasado y hasta llegaron a utilizarse para almacenar agua de lluvia.
Isaías Fernández Cejudo, natural de Guatiza, era transportista cuando adquirió y explotó las canteras de Tinamala, hasta que, más tarde, instaló en Arrieta una fábrica de bloques y otros materiales de construcción. En su primera época, Isaías Fernández Cejudo comenzó con la extracción de rofe y más tarde descubrieron las posibilidades del canto rojo. La primera intervención en la cantera se realizó a mano. Hoy quedan visibles las huellas de esa tarea manual en las paredes de piedra.
Las canteras vivieron su época de esplendor entre 1955 y 1965, en especial cuando durante los años 50, fruto del ingenio, la necesidad y la colaboración entre la mecánica y la electricidad, tomando piezas de distintas maquinas en desuso, se fabricó una primera máquina que facilitara el trabajo, hasta ese momento artesanal para el corte del canto rojo. Pero rápidamente hubo que mejorarla y crear una segunda máquina, que les permitió extraer la mayor parte de los cantos.
Esta nueva máquina incluía una caja de cambios de un Ford 4 y, lo principal, un diferencial de camión Chevrolet, como indica Isaías, que era la pieza más importante, ya que permitía que el motor pudiese ir a menor velocidad de la que requería un camión, no más de 15 vueltas para el corte del canto. No tenían “manual de instrucciones” ni modelos similares en su entorno ni en otras islas. Se inspiraron en algunas de las herramientas que comenzaban a llegar a las islas. Así fue como diseñaron una de las piezas clave, los discos de corte, que fueron mandados a fabricar a herreros, basándose en las primeras radiales que llegaron a Lanzarote.
La invención mejoró la productividad de la decena de operarios que llegaron a trabajar allí, y cuya función era perfeccionar o corregir el corte que el artilugio hacía en algunos cantos. Una maquinaria que al cierre de la cantera pudo seguir realizando su función en la isla de Tenerife hasta los años 90, donde hoy se conserva.
“Con este canto rojo se realizaron numerosas edificaciones en toda la Isla, especialmente en los barrios de Arrecife, como Altavista”, explica la historiadora Arminda Arteta en una publicación en redes sociales.
El canto rojo estuvo también al servicio de las composiciones artísticas de César Manrique. Murales como los que pueden contemplarse en el Hotel Salinas de Costa Teguise o el altar de la iglesia de Máguez junto a relieves que decoran las paredes del templo lo convierten en una joya arquitectónica poco conocida. También contribuyeron las canteras de Tinamala a hacer realidad otros proyectos de reconstrucción y rehabilitación, como el Puente de Las Bolas en Arrecife.
“Estamos a favor de la visita a pie, pero de forma responsable y sostenible”
Isaías Fernández es de esos personajes anónimos que han contribuido a crear el Lanzarote que las nuevas generaciones han heredado. Trabajador incansable, no dudó en buscar otros usos para la cantera cuando el empleo del cemento y los bloques prefabricados se impusieron en el circuito de la construcción. Así fue como ideó un depósito para 10.000 metros cúbicos de agua con su propio circuito de distribución para el que tuvo que perforar una parte de la montaña a fin de instalar las tuberías y que el agua pudiera llegar a los usuarios. Sin embargo, no duró mucho porque fue objeto de hurtos al igual que otros tantos materiales y maquinaria que guardaba en su propiedad.
A sus 95 años, Isaías Fernández cuenta con una memoria privilegiada y una humildad que facilita la charla. Ha heredado el gen de longevidad de la saga de los Cejudo, de los que Isaías comenta que “viven muchos años”. Entre las múltiples anécdotas relata las de cuando era niño. En esa época, no podían ir al colegio hasta los siete años de edad. Con seis tenía que quedarse al cuidado de las cabras que pastaban en los alrededores de la escuela mientras su hermano mayor estudiaba. Relata entre risas que lo peor era cuando sonaba la campana que advertía de que las clases llegaban a su fin y los animales salían despavoridos sin poder reaccionar a tiempo para ir en su búsqueda dada su temprana edad.
De la tierra
Su relación con el campo se ha perpetuado hasta hoy, como era habitual en el espacio rural lanzaroteño, donde la familia ha tenido que dedicar buena parte de su tiempo libre a colaborar en los cultivos, que constituyen la base de la economía de subsistencia tradicional en la Isla. Décadas después, continúan con la vendimia de las viñas plantadas en una finca de Haría de las que durante muchos años han extraído las uvas para unos vinos que han sido premiados en dos ocasiones en el antiguo certamen de vino artesanal del Cabildo de Lanzarote.
A colación de la charla sobre viticultura recuerda otra anécdota: la del vecino que le gustaba mucho el vino por lo que siempre se le acababa antes de que pudiera contar con la nueva cosecha. En aquella época era costumbre elaborar lo que se conocía como “aguapata” del que se decía podía consumirse a los 15 días. Ante la necesidad de poder degustarlo antes no se le ocurrió otra cosa que acortar el tiempo de fermentación: “Ocho noches y ocho días ya hacen los quince días, decía este señor”, cuenta entre risas.
El canto rojo estuvo también al servicio de las composiciones de Manrique
Isaías heredó de su padre el amor por la viticultura. Recuerda que su abuelo ya “pisaba”, antes de introducir la maquinaria industrial. Una tradición que han recuperado desde el año 2001 en un modesto lagar. Dedicado en cuerpo y alma a la agricultura, principalmente a la viticultura, tras su jubilación, Isaías responde a los que opinan que es un sector sacrificado que lo que él hace es “por gusto”. “Eso no es trabajo, trabajito era cuando se te paraba el camión de Arrecife a Arrieta a las nueve de la noche, sin pieza de repuesto y a ver cómo llegabas a casa...”.
Recuerda aún la economía de subsistencia, en la que los negocios se hacían por trueque y se sembraba para poder alimentar a la familia. Había un dicho entre la gente del campo: “Sopla de ahí, que de ahí te vienen las contribuciones”. Explica que lo habitual en Lanzarote es que el viento sea de norte, pero las lluvias suelen darse con el tiempo del sur. Si no llovía no podían vender el grano y tener dinero en efectivo que necesitaban para pagar los impuestos. Por eso cuando los vientos reinates eran de norte, producía enfado porque no traería agua para el campo y el riesgo de no disponer de efectivo para pagar las contribuciones.
Entre los buenos momentos de esa época de agricultor recuerda la sopa de vieja que elaboraba cuando subía la montaña para atender las fincas donde debían pernoctar. Con vieja seca, agua transportada en camello, algunas papas y cebolla cocinaba un manjar para la cena de toda la semana.
De los tiempos actuales dice que “Arrecife está ahora igual que hace cien años, siguen las cuatro palmeritas como había antes y ya está”, comenta en relación a la escasa intervención urbanística en el centro de la capital. Mientras va relatando aconteceres de toda una vida en la que lanza frases lapidarias como que “entonces había mucha masonería” en alusión a los “enemigos del bien común”.
Turismo responsable
Las canteras de Tinamala, consideradas a nivel insular patrimonio integral con una protección del cien por cien dado su gran interés geológico, atraen a los caminantes ávidos por conocer los rincones ocultos de Lanzarote. Aquí encuentran un espacio extraño por su forma escalonada, cortes precisos y color rojizo y muchos, de inmediato, lo asocian a una imagen del antiguo Egipto. Y no andan muy equivocados. En abril de 1987 se rodó en Lanzarote la única versión cinematográfica que se ha grabado hasta el momento de la ópera Aida, de Verdi, realizada por un equipo sueco dirigido por Claes Fellbom y con un presupuesto de 150 millones de las antiguas pesetas. Las canteras de Tinamala se convirtieron en un templo egipcio. Pero también han servido para otras grabaciones como la última serie Foundation y algunos anuncios publicitarios.
Isaías es de esos personajes anónimos que han contribuido a crear la Isla
En definitiva, una joya paisajística que ha contribuido a crear el actual paisaje de Lanzarote al alcance del disfrute de residentes y visitantes. También forma parte del catálogo municipal de bienes patrimoniales, como patrimonio minero e industrial, al tiempo que cuenta con la catalogación de Lugar de Interés Geológico por Geoparque. En ella se pueden apreciar las distintas capas de las erosiones. Hecho que, por una parte, ha sido interpretado como un lugar de visita obligada, aunque plantea un problema para la conservación y preservación del espacio que con dedicación e interés, Isaías ha intentado proteger.
Al igual que con otros espacios naturales insulares, que conforman el peculiar paisaje insular y de libre acceso o tránsito, falta adquirir mayor sensibilidad para hacer usos más responsables y sostenibles del patrimonio.
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1 Rey Mar, 26/09/2023 - 17:43
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