La verdadera esencia de los Centros
Este 24 de abril se cumplieron 103 años desde que naciera César Manrique. Los Centros de Arte, Cultura y Turismo fueron su gran legado a Lanzarote. Sus trabajadores relatan sus experiencias en los CACT
La primera mujer en la hostelería de los Centros
Marisa Romero fue la primera mujer camarera de los Centros Turísticos. Su primer trabajo fue en el Monumento al Campesino. “Iban a abrir la parte del comedor, que era la parte nueva y necesitaban contratar varios camareros”. En aquel entonces, Marisa empezó a trabajar en un grupo con 17 hombres. “No sabía ni coger una bandeja ni nada”, comenta. Recuerda que el primer día tuvo que abrir una botella de vino en la mesa presidencial, donde estaba el recientemente fallecido Enrique Pérez Parrilla, presidente del Cabildo en varias etapas, y Antonio Rodríguez, el antiguo encargado del Monumento. “Abrí la botella de vino sin sacacorchos”, dice sobre los nervios que tenía en ese momento. Romero hace memoria. Trabajó los dos primeros días y los dos siguientes libraba y pensó: “Ya no me van a llamar más”. “La verdad es que pocos vasos y platos he roto”, resume, a pesar de no haber tenido experiencia laboral previa como camarera.
Marisa, desde que aterrizó en los Centros, no ha parado de trabajar. Llegó el 20 de mayo de 1999, con 30 años. Ha estado en el Monumento, en los Jameos del Agua, en el Mirador y en las Montañas del Fuego, haciendo de todo: en la taquilla, en la tienda y de camarera, profesión que continúa ejerciendo en el Jardín de Cactus. Comenzó siendo la primera mujer camarera, pero sí había otras mujeres dependientas o en tareas de limpieza. Durante unos 19 años fue la única camarera del ente público. “Recuerdo que al principio, cuando había un grupito de hombres y yo llegaba, ellos se callaban. Pensaba que estaban hablando de mí hasta que me di cuenta de que hablaban de otras cosas”. En cualquier caso, dice que siempre se ha sentido cómoda trabajando rodeada de hombres.
Siendo la primera mujer en la hostelería de los Centros, su uniforme tardó años en ser algo estilizado y adaptado para ella, ya que utilizaba el mismo que el de los hombres. Los vestuarios para los trabajadores, por ejemplo, es otro de los asuntos que también se han tenido que adaptar conforme al paso de los años y de las circunstancias. Muchos eran los Centros en donde las mujeres no tenían dónde poder cambiarse. Del trabajo en sí, Marisa destaca que le gusta “el trato con el público”. Sin embargo, trabajar los fines de semana, en Año Nuevo o Navidad es el gran inconveniente de la hostelería: “Antes, la gente no quería trabajar en los Centros porque era el boom de la construcción y se ganaba más que aquí”. Su marido, por ejemplo, inició su camino en los Centros por una apuesta. Antes era mecánico -profesión que combinó con la de camarero- y, hablando con un amigo suyo que trabajaba en los Centros, por una apuesta, empezó en los Jameos. Así lleva también, como ella, media vida trabajando en los Centros Turísticos. El Jardín de Cactus es el centro que más le gusta para trabajar, a pesar de haber tocado casi todos. “Hay tranquilidad, cercanía, buen trato con los compañeros y tenemos buena relación al ser un centro pequeño”. ¿Marisa, te vas a jubilar aquí? “Eso espero”, finaliza.
El Monumento al Campesino de hace décadas
Pino Suárez llegó al Monumento al Campesino en el año 1997, buscando “la estabilidad”, según cuenta. Tenía otro trabajo, pero pensó “en el día de mañana” y optó a “una plaza de limpiadora”, comenta. Su primer puesto fue en Montañas del Fuego y, más tarde, en la Casa Museo del Campesino. Cuando entró en la empresa pública, Pino recuerda ser de las pocas mujeres que había en los Centros. Cuando comenzó, la figura de la mujer estaba menos presente. Primero ejerció de limpiadora y después de dependienta en la tienda del Monumento, ya que los compañeros se rotaban para cubrir días libres o vacaciones. Pino menciona cómo era el Monumento en otros tiempos y su ambiente familiar. “Cuando empecé, venían a comer extranjeros a la tasca todos los días mientras estaban de vacaciones y te saludaban año tras año cuando regresaban”, comparte. “Era algo hogareño. También, todos los domingos, acudían los lanzaroteños a comer aquí, era como una tradición”, indica.
Pino recuerda al milímetro cada rincón del Monumento hace 40 años, ya que la escultura de la Fecundidad data de 1968: “En el aparcamiento había un señor con un camello que explicaba cómo se sacaba el gofio, en la entrada había gallinas, vacas y cabras, y en el patio estaban las mesas con sus manteles a cuadritos”, resume. “Estaba la tienda, la Era con cuartos dedicados a algunos artesanos que había allí, como el calador, el telar y el zapatero y la tasca para comer”. El actual comedor, donde se realizan eventos, o el patio de los artesanos, son obras “nuevas que César Manrique tenía en un proyecto, pero tras su muerte” su ejecución “se postergó hasta 1999”, explica Pino.
El máximo conocedor de las cactáceas
Vicente Martín, jardinero de Jameos del Agua, hacía malabares cuando había fiesta en el colegio para que sus cinco hijos no se quedasen solos en casa. Los llevaba por “tandas” a su puesto de trabajo. “Recuerdo que me perdía en las plataneras de los Jameos cuando iba con mi padre. Él trabajaba y yo correteaba por allí”, recuerda Antonio, que con ocho años ya trasteaba por este emblemático espacio. En noviembre de 1986 entró a trabajar en los Centros: “Empecé en los Jameos de fregador. Luego me fui un año al cuartel y, al volver, pasé a ayudante de camarero y, posteriormente, a camarero en los Jameos”. Años más tarde, en 2002, obtuvo la plaza de jardinero en el Jardín de Cactus.
Su padre y su abuelo le inculcaron el amor hacia las plantas y “Guillermo Perdomo, el alma mater del Jardín”, aclara, fue su mentor. Conoció a César Manrique cuando era un chiquillo. Estaba probándose el antiguo uniforme de camarero “como un modelito” cuando César lo vio. Su amor y pasión por las cactáceas traspasa este papel. Mima y cuida los 10.000 ejemplares de 700 especies de cactus que acoge el Jardín. Martín, natural de Guatiza, rememora cuando era pequeño y su pandilla de amigos recorría el Jardín, que era una antigua rofera “y no escombrera, como mucha gente suele pensar”.
Antonio hace memoria de cómo en el antiguo Jardín se hacían los belenes vivientes a mediados de los años 70, en la Cueva del Molino. “Salimos hasta en un periódico”, rememora. “Había burros, cabras, las chicas estaban disfrazadas y bailaban mientras una preciosa estrella viviente iba bajando en donde ahora mismo está la tienda del Jardín de Cactus”, recuerda con precisión. En el pequeño cuarto de su lugar de trabajo dispone de un sinfín de fotos antiguas del propio Jardín, cuando las cactáceas eran diminutas, fotos suyas estrenando el antiguo uniforme de camarero y personajes relevantes que para Antonio merecen ser conocidos, una especie de memoria para que los futuros aprendices del Jardín cuiden y mimen las plantas igual que él. El cactus más antiguo puede llevar allí unos 33 años. Antonio lleva casi 35 años en la empresa. No olvida cuando entró “siendo un pibito, cuando en los Jameos se hacían grandes fiestas y venía el turismo de las agencias nórdicas. Con muy poco personal se llenaba los Jameos del Agua. Venía la flor y nata de la Isla”, resume.
“Antes había poca discoteca y la gente del norte de la Isla venía a bailar y tomarse algo a los Jameos. Se hicieron galas importantes de misses”, comenta. El trato del político de antes era muy diferente. “Era más humano. Tengo un aprecio muy grande a Nicolás de Páiz y Pancho San Ginés, que era un antiguo consejero. Recuerdo que estaba yo fregando, entró en el office y, con las manos mojadas y llenas de espuma, me dio la mano”, señala. “Uno sí se daba cuenta de que trabajaba en el Cabildo. Ver a Manrique por aquí... Trabajamos para él y algunos somos los que aún nos preocupamos para que todo siga casi igual que antes”, añade, al tiempo que lanza un deseo: “Que las futuras generaciones que entren a trabajar en los Centros no pierdan la esencia de César”.
Cuando se daban cenas para centenares de personas
Francisco Romero también recuerda que su primer sueldo fue de unas 65.000 pesetas, con las que recuerda que se compró un equipo Pioneer. Entró en los Centros Turísticos el 18 de noviembre de 1987. Un primo le comentó la posibilidad de trabajar en los Jameos. Tuvo que ir a la antigua oficina que tenían los Centros en el Cabildo viejo para hablar con una persona, cuya vida profesional también ha estado ligada a la empresa pública: Marcial Martín. Quien fuera director de los Centros había entrado a trabajar como botones en el Cabildo en 1962, con apenas 13 años. “Me preguntó por qué quería trabajar en los Jameos y le dije que porque no tenía dinero”, relata Francisco. “Pues mañana te incorporas”, le contestó. Una de sus primeras experiencias, los primeros días de trabajo, fue cortando embutido. “Sin querer me corté y uno de mis compañeros me hizo una trastada”. Han pasado los años, pero no lo ha olvidado.
De fregador pasó a ayudante de camarero y después a la taquilla, donde lleva 14 años. En noviembre hará 35 años en la empresa. Conoció a Manrique. “Nos apreciaba mucho”, cuenta Romero, que iba con el antiguo uniforme, que era un pantalón naranja con unas franjas de color crema. “Había gente que nos decía si éramos los del gas butano o de la basura por la vestimenta”, recuerda sobre la broma. Tanto Francisco como Samuel cuentan cómo “temían” cuando Antonio Camacho, el antiguo encargado de los Jameos, venía hacia ellos tocándose los nudillos. “Ya sabíamos que nos iba a pedir que nos quedásemos más horas. Muchas veces podíamos estar todo el día trabajando aquí”, recuerdan divertidos. Romero rememora cuando asistían muchos turistas nórdicos a los Jameos. “Dábamos una cena bufet de 1.600 pesetas y venían muchas veces 600 o 800 personas. No parábamos todas las noches, de lunes a domingo, e incluso en Nochevieja trabajábamos antes”.
La memoria de piedra de los Centros Turísticos
El padre de Juan Curbelo, Nicasio trabajaba en Vías y Obras y él prácticamente heredó su puesto de trabajo, algo muy común antes. Juan ha desempeñado labores de mantenimiento en todos los Centros, aunque él es pedrero. Sus manos, su fuente de trabajo, han logrado realizar junto con otros compañeros las lámparas de piedra del Jardín de Cactus, el horno de piedra de Montañas del Fuego, en donde se hacen los pollos al calor del volcán, e incluso acondicionar la Cueva, “trabajando de noche”, comenta Curbelo de sus innumerables labores junto con Antoñín La Pelúa. “Mi padre me metió y gracias a los antiguos trabajadores pedreros comencé a aprender de los mejores. Entre ellos, Pedro Arráez, Jesús Fontes, Ginés, Bonilla o Gregorio Manitas de hierro”, explica Juan, al mencionar a los que considera sus maestros. “Para mí, empezar a trabajar aquí fue como si me tocase la lotería”, cuenta Juan.
Antes, era habitual la tentación de dejar la empresa pública por el sector privado, porque en las zonas turísticas “se ganaba más”. “Mi madre le decía a mi padre que no dejase ese trabajo”, y cuánta razón tenía, destaca. Cuando Nicasio falleció, Juan le tomó el relevo. Uno de sus hermanos, Roberto, que era cocinero en los Jameos, le acompañó a entregar todos los papeles a las antiguas oficinas. Aunque ya no conoció a César en los Centros, sí recuerda lo que le contaba su padre: “Pasaba con frecuencia cuando estaban en obras y, si veía algo mal hecho, les hacía tirar una pared de piedra para volverla a hacer”. La huella de los Centros también está presente en la familia de Juan. De los siete hermanos, tres forman parte del ente público: él en la Cueva de los Verdes, uno en el Monumento y la única hermana, en el Mirador. “Antes uno sabía a qué hora entraba y no a la que salía”, relata el pedrero. Eso es algo que les diferencia de las actuales generaciones.
El empeño y la dedicación de antes era otra. El mimo con el que se aplican estos ‘artesanos’ de los Centros, tal vez sea difícil de suplir. “Se va el viejo y se queda el nuevo. Siempre se mantendrá, si hay cariño”, explica. Juan aparece en el conocido documental Las Manos, que filmaron a quienes participaron en la construcción de la obra impulsada por César Manrique. “Salgo quitando las piedras del Auditorio de Jameos. Nosotros quitamos los escombros que había”, cuenta Juan, que recuerda los ocho meses quitando piedras, con cintas y grúas, para habilitar el Auditorio y los camerinos que se esconden en la parte inferior del escenario.
La primera mujer de limpieza en Jameos
Nieves Miralles lleva en los Centros desde el 4 de abril de 1996. “Un señor en Haría que me conocía me preguntó si estaría interesada en trabajar en los Jameos, de limpieza. Al día siguiente fui a las oficinas y Marcial Martín me tomó los datos y me preguntó de parte de quién iba recomendada”, comparte Nieves. A los tres días la llamaron. “Fui la primera mujer de limpieza de los Jameos. Ya en la tienda estaban Ana y Maru”, recuerda. Nieves dice que nunca tuvo ningún tipo de problema por ser mujer. “Había un sastre que nos adaptaba la ropa a las mujeres. Hasta cuando me quedé embarazada”, subraya. “Las mujeres en los Centros comenzaron hace no mucho. Éramos tres de limpieza y dos en la tienda. Unas cinco al principio, y más tarde llegaron más mujeres, en limpieza principalmente”, cuenta. A Nieves le tocaba recoger algunas madrugadas de las fiestas que se celebraban en los Jameos. “Tenía un turno de siete de la tarde a tres de la mañana”, recuerda. Hace 29 años que trabaja en la empresa y 20, como dependienta en la tienda de los Jameos.
Media vida en los Jameos del Agua
Samuel Perdomo entró a formar parte de los Centros el 15 de julio de 1985. “Entré a trabajar joven porque o estudiabas o tenías que trabajar, no había otra opción”, cuenta. Su primer sueldo fue de 65.000 de las antiguas pesetas, mientras que “un camarero en Puerto del Carmen cobraba hasta 220.000 pesetas, que ya en aquel entonces era un dineral”, aclara. “Como tenía 17 años, mi padre tuvo que venir a las oficinas de Arrecife a firmar el permiso para que pudiese trabajar”, cuenta Perdomo. Ha pasado por labores de fregador, ayudante de camarero y ahora es barman en los Jameos del Agua. Samuel lleva 36 años trabajando en los Centros. Recuerda cómo la mayor parte de la gente que vivía en el norte de Lanzarote venía a las fiestas de los Jameos. “Antes se venía a bailar y a reírte, no como ahora”.
Anécdotas tiene muchas, pero recuerda cómo Enrique Pérez Parrilla venía a los Jameos y los trataba como a sus niños. Claro, por aquel entonces, “nosotros no teníamos ni 18 años cumplidos”. “Al igual que Nicolás de Páiz, que cuando venía nos saludaba uno a uno”, dice. Samuel rememora una vez que vino César Manrique y puso el grito en el cielo porque había basura en un cubo. También cuando Manrique llegaba con sus amigos o acudía a ver algo determinado de los Jameos, les avisaban y encendían todas las luces, porque iba tanto de día como de noche, nunca sabían cuándo podía aparecer. “Antes trabajar para el Cabildo era un prestigio. Muchos de los puestos se heredaban de padres a hijos”, explica Perdomo.
Comentarios
1 Conejero Dom, 24/04/2022 - 14:23
2 Conejero Dom, 24/04/2022 - 19:30
3 Jota Lun, 25/04/2022 - 14:02
4 DelosValles Mar, 26/04/2022 - 11:31
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