La cultura del queso en Fuerteventura
Los seis municipios de la Maxorata producen queso de cabra de fama mundial, ya sea artesanal o en explotaciones industriales. Llevan haciéndolo siglos, como atestigua la publicación ‘Le Canarien’, de 1402, en el relato sobre la forma de vida de los majos, antes de la conquista. En la actualidad, la Denominación de Origen (D.O.) del Queso Majorero, otorgada en 1996, ha ayudado a conservar de manera regulada esta actividad, estrechamente vinculada a la tradición local. Desde 2010, Fuerteventura tiene reconocida una raza autóctona, ‘Cabra de Costa Majorera’, que, sin embargo, no se destina a la producción lechera.
Las alegrías que el queso ha dado a los majoreros pasan por los innumerables premios internacionales recibidos, destacando el de mejor queso de cabra del mundo, el Maxorata al pimentón, que en 2014 obtuvo la distinción Super Gold, un galardón que hasta la fecha ha recaído sólo en 62 quesos de todo el planeta. Sin embargo, si en Lanzarote los viñedos de La Geria se han convertido en un reclamo turístico de primera línea, esta tendencia no acaba de consolidarse en Fuerteventura, a pesar de los cientos de queserías repartidas, sobre todo, por el interior de la isla.
‘Le Canarien’ ya cita la labor quesera de los majos en 1402
El Cabildo llegó a editar en 2011 una guía oficial con una treintena de queserías artesanales disponibles para una visita experiencial, donde se explicaban las características del producto. La cabaña ganadera insular está compuesta por unas 50.000 cabras semiestabuladas (aparte de las 25.000 cabras de costa) con cuya leche se producen quesos grasos, de entre ocho y nueve centímetros de altura y de 15 a 35 centímetros de diámetro y con un peso que oscila entre el kilo y los seis kilos. Las variedades principales son queso tierno, semicurado y curado, aunque son muy solicitadas las variedades gofio o pimentón.
La quesería La Gambuesa, en Juan Gopar (Tuineje), regentada por Lorenzo Martín y Natalia Torres, fue una de las incluidas en la citada guía, acogiendo durante una temporada la visita de turistas. La experiencia no reportó, no obstante, los beneficios esperados. “El problema es que los turoperadores no querían pagar por la ruta, de manera que nosotros ofrecíamos la cata y una explicación sobre el proceso, para al final vender un cacho de queso”, explica Lorenzo, que sigue adelante con su producción, ya sin visitas.
Natalia Torres, etiquetando uno de los quesos de La Gambuesa.
El Maxorata al pimentón fue reconocido como el mejor queso de cabra del mundo en 2014
Sin embargo, este quesero, incluido desde hace ocho años en la D.O., cree firmemente en la opción turística para este aspecto cultural de la isla. “Debería ser un producto souvenir, y tendría que promocionarse más en restaurantes locales”, aduce, al estilo de lo que ocurre con los vinos lanzaroteños. En el caso de La Gambuesa, una explotación media con 500 cabras y 70 ovejas, que produce 1.050 litros de leche diarios (para 700 kilos de queso), su principal comprador es un mayorista de Gran Canaria. La explotación acumula quince grandes premios del sector, incluyendo una medalla de oro en el certamen Agrocanarias.
De familia dedicada a los productos de la tierra, Lorenzo Martín identifica el escollo en el desarrollo de la actividad quesera en “la falta de unión del sector”. Desde hace años se habla de crear una cooperativa, a fin de rebajar el precio de compra en forrajes y grano, aunque esta opción empresarial no sale adelante. “Solo nosotros, compramos mensualmente 20.000 kilos de grano y otros tantos de alfalfa cada dos meses”, dice, para dar idea de la cantidad que consume el sector. Otro problema de la actividad quesera tradicional es el envejecimiento de la población que se ha dedicado tradicionalmente a la ganadería.
La familia Martín Torres, junto a su pequeña Arancha, en la finca de Juan Gopar (Tuineje).
La cabaña lechera es de 50.000 ejemplares y se acaba de reconocer una raza autóctona de costa
“La gente joven no quiere levantarse a las cuatro de la madrugada para echar de comer a las cabras, ordeñarlas luego durante la mañana, hasta las ocho, y después limpiar los establos”, indica. Llama la atención la pulcritud de la explotación, a pesar de la cantidad de animales presentes. “Es que, de lo contrario, habría un problema de salubridad”, asegura Natalia. La pareja y sus tres hijos viven en una finca a las afueras de Juan Gopar, bastante apartada de cualquier núcleo poblado. Su hija pequeña, Arancha, estudia en la escuela unitaria y ninguno de los tres vástagos del matrimonio parece querer seguir el oficio familiar. Lorenzo no se extraña. “El año pasado nos fuimos de vacaciones después de siete sin salir”, dice. Sus ancestros cultivaron la tierra, su padre trabajó en las tomateras, otro producto estrella de Fuerteventura, pero las perspectivas no son halagüeñas. “Por un lado, el sector está desunido y envejecido y, por otro, faltan medidas para hacerlo atractivo”, comenta Lorenzo, que teme que su generación pueda convertirse en la última de la historia de los maestros queseros majoreros.
Añadir nuevo comentario