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La Armada Invencible de Patoño

La colección de maquetas del herrero de Arrecife incluye el pesquero de su abuelo, la embarcación de Salvamar o el navío de Greenpeace que se opuso a las prospecciones

Myriam Ybot 0 COMENTARIOS 22/08/2024 - 07:41

Más de medio centenar de piezas conforman la Armada Invencible de Pablo Antonio Díaz, una colección de maquetas de factura artesana con vocación de álbum fotográfico: operan para preservar del olvido lugares, oficios y respuestas del ingenio humano a conflictos y necesidades de lo más dispar. Algunos de los modelos merecerían ocupar vitrinas en ese Museo del Mar con el que soñó su hermano Ángel y cuyo testigo ha tomado el hijo, Juan Pablo.

“Creo que la afición de las maquetas la cogí yo en el Charco, por un compañero que tenía mi padre trabajando, Julián Cáceres Hernández, con el que hacía los barcos teledirigidos. Imagínate tú la de años, los fabricábamos con madera y luego se incorporaba un motorcito”, recuerda Pablo Antonio Díaz. Aquello acabó por pleitos entre participantes, por los tamaños y las calidades de las embarcaciones en liza, pero quedó la pasión real que se escondía tras las competiciones, modelar las reproducciones con las propias manos, disfrutar más del proceso que del fin en sí mismo.

Luego todo vino rodado: “Cuando salí del cuartel, empecé a trabajar en el taller de soldadura de mi padre; primero iba todos los días al puerto, pero ya veía que la pesca se acababa y ahora que no hay barcos, hago todo lo que salga de hierro, vallas, puertas, lo que sea”. Y en los ratitos de descanso, aprovechando sus habilidades profesionales, dio vía libre a lo que jocosamente él mismo denomina “su adicción” y que ha culminado con 58 modelos de naos tan diversas como el pesquero de su abuelo, la embarcación de Salvamar o el navío de Greenpeace que se opuso a las prospecciones petrolíferas en aguas de Lanzarote. Ubicado, en un guiño propio del buen humor del maquetista, junto a la reproducción de un ballenero.

Barre con la mirada y un amplio gesto de brazo el medio centenar de maquetas que ocupa el interior del que fuera un popular local de karaoke en Puerto Naos, ya cerrado, y asegura: “Esto es un hobby, tú estás entretenido trabajando, y te paras delante de la maqueta un momento; te quedas mirando, mirando... Me puedo pegar dos meses sin tocarla, qué maravilla, relajado total, y después, a lo mejor, en tres días hago lo que no he hecho en dos meses”.

Tanta afición le cogió a la búsqueda en la tablet de los modelos navales más vistosos, los diseños más coloristas y las siluetas más complejas, que llegó a tener varias maquetas “en lista de espera”. “No había acabado una y ya estaba frito por empezar con la siguiente”, asegura. De manera que, finalmente, descartó buscar la inspiración en la historia de la navegación mundial y se ha centrado en reproducir pesqueros “de los que iban a faenar durante meses al banco sahariano, de los de casa”. Ya hay seis alineados sobre un mostrador, reconocibles por sus matrículas y sus nombres, como prestos a enfilar hacia el horizonte, al barrunto de la sardina.

Como un “padre” que se precie, se niega a señalar una maqueta favorita; más bien hace una salvedad: si tuviera que hundir una de sus creaciones, sería el catamarán noruego de la compañía Alisur, que durante un tiempo cubrió el trayecto Arrecife-Puerto del Rosario. “Aquello era plano, y claro, con lo que hace la ola al barco, era horrible, todo el mundo vomitando...”, se ríe. Luego, como recoge la ficha informativa correspondiente que acompaña a cada modelo, “un incendio en la cámara de máquinas hizo que la línea se suspendiera y en 1986 se vendió como apoyo logístico a plataformas petrolíferas”.

Linaje de amor al mar

Pablo Antonio Díaz es de linaje marinero, criado al amor de la maresía y el arrorró del trajín portuario. Trabaja en la calle Puerto Nao, frente a la antigua infraestructura pesquera, desde hace 47 años, en la misma herrería que abriera su padre para la reparación y necesidades de las embarcaciones de la flota arrecifeña. “Lo de Patoño es una cosa de antes, los apodos que ponían los amigos, que entonces éramos cuatro pelagatos y nos conocíamos así. Pero a la familia mía le dicen Los Finos, de mi abuelo Angelito el Fino, el de Morro Angelito, que no sé por qué le llamarían de esa manera, aunque, todo hay que decirlo, era un hombre muy vistoso y elegante”. Y junto al apelativo, el gen de los Díaz ha viajado por el árbol genealógico, dejando un rastro de compromiso con el legado de saberes ancestrales vinculados a la estrecha relación de las gentes de Lanzarote con el océano.

Pues mientras Pablo Antonio se esmeraba en reproducir hasta en los mínimos detalles cargueros, lanchas de la Guardia Civil o de Salvamento Marítimo, petroleros, cruceros de pasaje, barcos de contenedores o el buque Nuestra Señora de la Luz -una verdadera central eléctrica flotante digna de una lección sobre la historia de la escasez-, su hermano Ángel reunió en un almacén cientos de materiales relacionados con la pesca tradicional y la marinería, una herencia en manos hoy de su hijo Juan Pablo.

En los ratos de descanso en el taller, Patoño dio vía libre a su “adicción”

Y junto a la pasión, el desánimo, la ironía y el enfado cuando se refiere al escaso interés de “los políticos” y al irrisorio valor de sus promesas. “Mi hermano se llevó toda la vida luchando por el Museo del Mar ¿vale? Y su hijo, que digamos que ha heredado la voluntad de abrir ese museo, ya está cansado. De las visitas en las campañas y de los reportajes en los medios, que luego no sirven”, se acalora.

Y añade: “Ellos tienen una carrera, que se la han comprado, que no se la han ganado en una rifa, sino que para muchos ha sido gracias al trabajo en el mar de los abuelos y de los padres... Pero claro, la memoria se saca a relucir solamente cuando interesa, y no cuando no interesa; como cuando hablan de la Marina de Arrecife, que parece que solo es desde el centro hacia la derecha, hasta El Reducto, como si para la izquierda, hacia Puerto Naos, no existiera”.

Las opciones del turismo

Como tantos otros, valora las posibilidades que abre el negocio turístico; al fin y al cabo, su local está en la ruta de los cruceristas. “Si esto se expusiera en un espacio digno y en condiciones, podría ser un punto de interés para la visita. Si quitan la barra (el mostrador del antiguo karaoke) y esto se hace más grande y lo preparan, y ponen el proyector arriba con fotos antiguas del Puerto, podría valer”, argumenta esperanzado.

“Me puedo pegar dos meses sin tocar la maqueta y después, en tres días, hago todo”

En todo caso, sobre el futuro no hay certezas. Para el corto plazo, Patoño desvela que, entre sus asignaturas pendientes está el construir a pequeña escala el Calypso, mítico buque de investigación del oceanógrafo francés Jacques Cousteau. Y también la tajante afirmación del hijo respecto a lo que se hará con la colección de maquetas, que él repite sin convicción: “Dice que en cuanto yo no esté, al día siguiente las pone a la venta”.

Una cosa es segura: cuando el puente del Telamón sea un montón de chatarra y su silueta ya no esté a tiro de cámaras de móvil y esnórquel juvenil, quedará la copia a pequeña escala, fidedigna y amorosa, que tiempo atrás ocupó las horas de un soldador de Arrecife, enganchado a la preservación de la memoria de la flota naval de toda naturaleza; por si un día, el océano que hoy conocemos forma parte también del recuerdo colectivo.

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