Hay muchas vidas en la vida de Rogelio Reza
Rogelio se licenció en Derecho, pero no ejerció. Trabajó en una central nuclear, faenó en el País Vasco y cuando llegó a Lanzarote trabajó en la pesca del atún y como capitán cruzando el estrecho de La Bocaina
Ese señor que aparece en la fotografía de este reportaje tocando el murgófono se licenció en Derecho en Deusto en la misma promoción que Mario Conde o el exdirector del ABC, José Antonio Zarzalejos. Se trata del inefable Rogelio Reza (San Sebastián, 1953), pescador, sindicalista, dibujante, decorador, pintor, patrón de barco y, ahora también, músico callejero. Cada domingo, en el mercadillo de la Villa, saca a pasear uno de sus dos murgófonos, de fabricación propia, el clásico o el murgófono di gamba, que se toca con guantes. “A los niños les encanta”, dice desde su casa de Teguise, donde vive con Paola, su pareja, de la que asegura que sí es una artista de verdad. Pero esa es otra historia.
Si la vida empezó en el mar, la historia de esta vida también comienza por el mar. Más en concreto por el Cantábrico. Los padres de Rogelio y los de sus amigos tenían barcos. Advierte de que su visión sobre el mar y la pesca no es la misma que la de una persona que ha crecido en una familia de pescadores. “Éramos unos niños pijos”, dice. Eran, en todo caso, barcos pequeños con los que salían a pescar los fines de semana, como furtivos, pero que les servían para ganarse la vida. Rogelio estudiaba, pescaba y pintaba.
Nunca ejerció como abogado pero lo más cerca que estuvo de aplicar sus conocimientos fue en su primer trabajo en la central nuclear de Lemóniz. A los tres meses se liberó como sindicalista y acabó negociando el cierre de una central que nunca llegó a ponerse en marcha. La mayor parte de la sociedad se opuso y ETA secuestró al ingeniero jefe y puso varias bombas con víctimas mortales: “Las tuvimos debajo del culo”. Dice que la central hubiera sido imposible de arrancar porque estaba completamente saboteada por dentro. El caso es que, cuando se cerró, Comisiones Obreras le ofreció trabajar como abogado para el sindicato, pero dijo que no.
Cada domingo, en el mercadillo de la Villa, saca a pasear uno de sus dos murgófonos, de fabricación propia, el clásico o el murgófono di gamba, que se toca con guantes
“Yo quería pintar y pescar”, dice, pero lo del furtivismo se había acabado y se compró en Mundaka un barco, la Beti Salada, con el que pasó, asegura, los mejores ocho años de su vida. Desde el puerto de Armintza iba al palangre de merluza en verano y por nécoras, pulpo o marisco en invierno y en los días libres, que no eran pocos, pintaba, “aislado del mundo”. La situación duró hasta que se ampliaron los permisos de redes “y no quedó una sola merluza en el Cantábrico”. Cuando ocurrió eso, ya era el patrón mayor de una cofradía que no llegaba a una decena de embarcaciones. Otra vez le tocó negociar el cierre, o el desguace, aunque en el último momento la Beti Salada “se salvó del cadalso”, por primera pero no por última vez. Se la compró un amigo en el último momento y, a su vez, este la donó, a punto otra vez del desguace, al Museo naval de Bilbao, que la expuso durante años a la intemperie hasta que, finalmente, se partió, o se ahogó por pasar tanto tiempo fuera del agua.
Rogelio cambió de negocio. Con un compañero, que era profesor de escultura en la Facultad de Bellas Artes en Salamanca, pero al que no le gustaba la docencia, montó un taller de diseño y venta de muebles. Estuvieron cinco años y la cosa nunca llegó a ir muy bien. Se le abrió la posibilidad de entrar a trabajar en Bellas Artes en Bilbao como maestro de taller. Solo se presentaron dos a la plaza: “Mi curriculum era mejor, pero el otro hablaba euskera”, así, se quedó sin la plaza, lo que fue el detonante para dejar el País Vasco. Dice que se cansó de su tierra y del nacionalismo y acabó en Costa Teguise para pintar y decorar los apartamentos de Las Cucharas. Después de eso salieron más trabajos parecidos y luego conoció a Paola...
“Pero la mar tira mucho”. Así que volvió al origen. Empezó llevando un barco de pesca deportiva en Puerto Calero, pero, como sólo tenía el título de patrón de pesca local, se matriculó en la Escuela de Pesca, hizo el Ciclo superior de puente y empezó a trabajar en los atuneros de Salvador Toledo, en el Santísimo Cristo de Lezo, que ya lo había conocido en Bermeo, de donde vino el barco, al igual que el Monte Arballu, que lo había conocido en Santoña. También llevó el Nuevo Químar durante las tres temporadas que pasó pescando atunes, donde se produce una “convivencia interesante”. Como su visión sobre la pesca es distinta, como advertía al principio, asegura que la pesca de bajura es decepcionante desde el punto de vista humano. Hay gente muy buena, pero también hay muchas envidias y traiciones y dice que es algo que ha visto en cualquier lugar: en Lanzarote, en el País Vasco, Galicia, Cádiz o Tarragona. “Es un mundo muy opaco”, señala. Su última etapa laboral fue en barcos de pasaje, primero ente Puerto del Carmen y Corralejo y, después, con el Princesa Ico, entre Playa Blanca y Corralejo. Dice, medio en broma medio en serio, que tenía el récord del mundo de bocainas, que es un estrecho complicado cuando el tiempo no está bien y que llevar a tantos pasajeros genera mucho estrés. Ahí se jubiló.
La pintura
Lo que siempre ha hecho es pintar y dibujar. Su obra también es inclasificable. En las paredes de su casa cuelgan esculturas de madera, collages o cuadros hechos con cuerdas. También dibuja cómics, o algo, al menos, parecido. Recorta ilustraciones de viejas enciclopedias y las suma a dibujos y textos escritos con una letra minúscula. Así han nacido, por ejemplo, Las nuevas y viejas andanzas de Lorenzo Campaña, afamado crápula mediterráneo.
“No he tenido suerte, aunque es verdad que tengo una obra muy poco comercial, y también soy muy mal vendedor”. Cuenta que cuando vivía en Euskadi consiguió una exposición en una galería de la calle Lagasca de Madrid, que le podía abrir las puertas de la capital pero, poco antes de la fecha prevista, murió la propietaria y se canceló la muestra, que se centraba en una obra realizada en cera sobre papel de envolver. En la Isla ha expuesto en Teguise y también expuso en la inauguración del Teatro de San Bartolomé. Pero si habla de arte le gusta más hablar de la obra de Paola, una ceramista tan original que devuelve las piezas, de barro casi camuflado como una piedra, al lugar de donde obtuvo la materia prima. “Me encantaría ver la cara de la gente que se las encuentra”, dice.
Comentarios
1 Adolfo Dom, 25/08/2019 - 18:05
2 Begoña Ansoleaga Dom, 10/03/2024 - 18:26
3 Ricardo Franco ... Sáb, 31/08/2024 - 09:45
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