De Dorotea de Armas a doña Dorotea
El periodista Jaime Puig rinde homenaje a la locera de Muñique en el último volumen de la colección Islas de Memoria, de la Fundación César Manrique
Se confiesa nervioso, poco amigo de protagonismos y focos, pese a ser, a lo largo de toda una vida laboral, rostro y voz reconocidos por las audiencias mediáticas de Lanzarote. En esta ocasión, el periodista Jaime Puig afronta un nuevo desafío personal y profesional, la publicación de su libro Dorotea de Armas. La última locera de El Mojón, un encargo de la Fundación César Manrique para su colección Islas de Memoria.
Después de dos años de lecturas, investigación, conversaciones con la familia De Armas y el concurso de personas expertas en alfarería tradicional, el pasado 25 de septiembre vio la luz una obra de género híbrido entre la biografía y la ficción, que recorre la vida de doña Dorotea, desde su nacimiento en Las Montañetas (Tinajo) en 1899, a su fallecimiento en Arrecife en 1997.
Una tarea nada sencilla, según explica: “El proceso de escritura ha sido complejo por varias razones. Una de ellas motivada por la ausencia de fuentes orales directas, debido a que los hijos que sobreviven a mi protagonista tienen ya una avanzada edad, y tampoco viven ya sus coetáneos. Otra complejidad ha estado en la ausencia de documentación -fuentes escritas- sobre la Dorotea de Armas de los primeros aproximadamente setenta años, cuando era simplemente, o nada menos que, una mujer rural con una modesta vida en Las Montañetas”.
Efectivamente, como sostiene el periodista, la mujer reconocible, célebre, aplaudida y homenajeada a la que dedica buena parte de sus letras, llegó al mundo a todos los efectos “en una fecha indeterminada de la segunda mitad de la década de los sesenta del siglo XX”. El prodigio del doble nacimiento vertebra el relato y responde al objetivo de Jaime Puig de “unir las dos vidas, huérfanas la una sin la otra. Doña Dorotea no hubiera sido sin la Dorotea de Armas de los primeros setenta años. Y la biografía de Dorotea de Armas Curbelo estaría incompleta sin las páginas escritas posteriormente por doña Dorotea”. O como recalca: “La alfarera que reside en el imaginario popular, de manos curtidas, hacedora de los míticos Novios de El Mojón, protagonista de reportajes, entrevistas y homenajes... y quien habitó el tiempo previo a todo esto, la esforzada esposa, madre y abuela que tuvo que sacar adelante a seis hijos primero -siete, con el que aportó su esposo viudo- y dos nietas, después”.
Una vez establecida la línea del tiempo, que se corresponde con casi cien años que contienen tanto la Lanzarote inmovilizada por las sequías, el hambre y el abandono, como su transformación en boyante y apetecible bocado turístico, comienza la tarea de imaginación/reconstrucción de la vida de la mujer anónima; de la trabajadora del campo, la madre de familia, la aplicada locera ajena a los aspavientos de la fama que llegaría después, dedicada en cuerpo y alma a la supervivencia de los suyos en tiempos de mucha dureza.
Y es en esta tarea de restauración minuciosa de los hechos y las vivencias cotidianas donde aflora la poesía y el afecto incontenible del escritor por su personaje, desbordados hasta empapar los bordes rugosos de la Isla. La escritura brinca como un baifo travieso de los sucesos históricos de hemeroteca, los conflictos internacionales de un siglo pródigo en guerras, los avatares económicos y sociales del país y las anécdotas que alimentaban las conversaciones en colmados y tabernas, a la vidriera emocional de una Dorotea niña, adolescente, novia enamorada, ama de casa esforzada y puntual artesana de lebrillos, bernegales y cuanta vajilla de barro se le demandara.
Así se expresa en las páginas del libro: “A la joven Dorotea de Armas no le eran ajenas el resto de las obligaciones domésticas. Desde el amanecer hasta el último rayo de sol, trabajaba sin descanso en lo que dispusiera su madre. Sus días transcurrían en un ciclo inmutable de labores duras y calladas. No había tiempo ni para soñar”. Y en conversación con Diario de Lanzarote, Jaime Puig lo apuntala personalmente, al considerar que “eran unos tiempos muy duros en aquella isla pobre. Y, pese a ello, nunca dejó de regalar afectos. Una mujer fuerte, pero todo amor, como me insistía Rosario, una de sus nietas y la mujer que me guio en el proceso de reconstrucción de la vida de Dorotea”.
“Una mujer fuerte, pero todo amor, como me insistía Rosario, una de sus nietas”
De entre los descubrimientos del autor durante los meses de investigación, diálogos y mucha lectura sobre aquella época, destaca que se diera por hecho, como una obligación, que la mujer rural del Lanzarote de la primera mitad del XX, y aún más allá, debía gestionar la economía del hogar, con sus hijos y marido incluidos, y el resto de los quehaceres, casi siempre relacionados con la agricultura: “Dorotea de Armas crio a sus hijos, cuidó al marido, sacó adelante la casa, se entregó a las tareas del campo y los animales, cuando los había, hizo cerámica y, por si no bastara eso, caminaba largas jornadas para tratar de venderla o trocarla, bien en la Vuelta Arriba, bien en la Vuelta Abajo. Y eso es absolutamente extraordinario. Dorotea -y tantas doroteas de la Isla- no fue para nada una mujer común, sino una valiente silenciosa”.
Lección de alfarería
Junto al relato preciso de la vida real y la vida posible de Dorotea de Armas, el escritor incorpora la información detallada y los méritos ciertos de la denominada loza de El Mojón, destreza que primero le procuraría un complemento a la maltrecha economía familiar de subsistencia, y luego, el aplauso y la celebridad.
De una forma delicada y orgánica, la narración fusiona los detalles del aprendizaje de la niña, que “veía a su madre afanarse con el barro como había visto también hacerlo de idéntica manera a su abuela Luciana”, y el relato del proceso de elaboración de las piezas según el sistema tradicional aborigen, alejado de tecnicismos e inmerso en el contexto de la biografía: “La familia de Dorotea de Armas carecía de horno. En realidad, la primigenia loza de El Mojón nunca vio horno”. “Sin horno ni torno”, refieren orgullosos los herederos del arte. La obra concluye, además, con un capítulo a modo de apéndice, destinado a bucear en esta tradición cerámica, en sus artífices renombrados y en las principales piezas exponentes de la única técnica de loza pintada de Canarias.
Se trata del otro gran hallazgo de esta obra para su autor y, seguramente, para buena parte de las personas que se asomen a sus líneas: la importancia poco explotada de la cerámica de El Mojón, que elaboraban las loceras residentes en ese pago y que, a partir de ahí, se ha ido realizando en otros lugares y ha llegado a nuestros días. “Estamos hablando de una artesanía propia, singular, reconocida en el Archipiélago por parte de expertos y estudiosos de la materia. Única en las Islas, de hecho. Y que, en la nuestra, hasta hace no tanto, tengo la impresión de que ha sido considerada meramente como objeto decorativo y lejos del lugar que ocupa la cerámica y quienes la elaboran. Como en tantas otras cosas, seguramente nos ha faltado autoestima para reivindicar su indudable valor”, apunta.
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“En Lanzarote nos ha faltado autoestima para reivindicar el valor de la loza”
En este sentido, uno de los autores que firman el referente de investigación y conocimientos de esta artesanía alfarera, La loza pintada de El Mojón. Lanzarote, Toño Armas Acuña, asesor generoso de la parte más técnica de la obra, destaca cómo doña Dorotea sirvió de puente de conexión con una tradición locera que se había desarrollado especialmente en el pueblo de El Mojón a lo largo de varios siglos, y que había perdurado como cerámica doméstica. “A doña Dorotea le podemos atribuir el mérito de mantener viva una tradición que se remonta a la época aborigen. Fue capaz de conservar en su práctica diaria los elementos que definen a la cerámica de Lanzarote desde la época prehispánica: una loza hecha a mano y guisada al aire libre”, plantea.
Según defiende, la de El Mojón se aparta del resto de las cerámicas tradicionales de las Islas en el momento en el que, una vez elaborada la pieza, se cubría con una tierra blanquecina (tegue o teigue) y se decoraba con una tierra rojiza (tierra colorada o almagre). “Las tonalidades de los engobes estaban relacionadas con el lugar de extracción, variando en ocasiones el color de las piezas. El pintado se llevaba a cabo con brochitas hechas de pelo de cabra o camello. Por otro lado, los motivos decorativos se concretan en geométricos, vegetales y representaciones zoomorfas”.
Respecto al futuro, Toño Armas se muestra optimista: “Doña Dorotea y Juan Brito son referentes indiscutibles del trabajo del barro en la Isla. Más tarde surgirían nuevas generaciones de ceramistas tradicionales, que se nutrirían de esta herencia, pero también de otras manifestaciones que se estaban desarrollando en Canarias. Y queremos pensar que la loza pintada de El Mojón seguirá desarrollándose en el futuro, gracias al trabajo que muchos artesanos están desarrollando en sus talleres, la publicación reciente del libro La loza pintada de El Mojón. Lanzarote, y la campaña de difusión que se está llevando a cabo en centros de enseñanza y en la población en general... Será importante y necesario que las instituciones se impliquen y apoyen iniciativas que pretendan colocar a esta expresión cultural en el lugar que le corresponde, como una de las cerámicas más importantes de Canarias”.
Fuentes directas
No consiente en despedirse Jaime Puig sin una suerte de aclaración, para no llevar a nadie a engaño: Dorotea de Armas no nació en El Mojón y no vivió en El Mojón: “¿La última locera de El Mojón? Sí, porque no hay ninguna duda de que Dorotea bebe de las fuentes directas de esa cerámica, por vía materna y a través de la abuela paterna. Ellas le transmiten el arte y Dorotea empieza a hacer la cerámica que se hacía en El Mojón. En Las Montañetas, en Muñique, sí. Pero ligada a esa memoria”. Y también, aclara, probablemente pintada, en sus primeros 30 años de vida, que es lo que singulariza a este tipo de cerámica.
“Dorotea prolongó la cerámica de El Mojón hasta las puertas del XXI”
Y, si bien es cierto que en su proceso de conocimiento público, desde finales de los 60 y principios de los 70 del siglo XX, no decoraba las piezas, recuerda que “no menos cierto es que Dorotea conocía y dominaba la técnica de decoración con almagre, como relata la familia y se aprecia en alguno de los documentales en los que aparece. Dorotea prolongó la cerámica de El Mojón hasta dejarla a las puertas del siglo XXI”.
Jaime Puig Casasayas (Olesa de Montserrat, Barcelona, 1964) vive en Lanzarote desde 1986, cuando vino a trabajar a Radio Lanzarote. Son casi cuarenta años de tareas informativas en más de una decena de medios de comunicación, prensa, radio y televisión, que le han otorgado una enorme popularidad y prestigio como informador. Desde el año 2010 forma parte del grupo Biosfera y en la actualidad conduce el matinal de COPE en su programación local.
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Comentarios
1 El vijilante Lun, 06/10/2025 - 11:36
2 Anónimo Lun, 06/10/2025 - 15:47
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