Crónicas de aquella Isla “que pasó del gofio al vídeo”
La Fundación César Manrique publica una selección de las crónicas de Leandro Perdomo relacionadas con la villa de Teguise, escritas a su vuelta de Bélgica
Después de vivir durante once años en Las Palmas de Gran Canaria y nueve más en Bruselas, Leandro Perdomo regresó a Lanzarote. En Bélgica empezó trabajando en una mina y acabó fundando Volcán, una revista que se convirtió en lugar de encuentro de la comunidad española inmigrante en el centro de Europa.
Los motivos de su vuelta fueron variados, pero sobresalió el interés de su mujer, Josefina Ramírez, que acababa de sufrir una peritonitis, que quería otro futuro para sus hijos y que deseaba “desconectar a su marido de la desordenada vida que arrastraba en las calles de Bruselas”, según refleja Fernando Gómez Aguilera en el prólogo de Mi Teguise, una recopilación de las crónicas que el escritor lanzaroteño escribió y publicó en la prensa del Archipiélago entre 1971 y 1993.
La vuelta a casa no iba a ser un punto final en su relación con Bruselas y Volcán, sino un punto y seguido. Pero pasaron algunas cosas. Tres meses después de la llegada, Leandro Perdomo sufrió un episodio coronario y poco tiempo después acabó perdiendo el control y la propiedad de la revista por la deslealtad de su redactor jefe. Así que la parada se convirtió en destino.
“Con su mujer, asimismo dañada de salud, Leandro encalló en Lanzarote de forma inesperada e irreversible”, señala Gómez Aguilera: “Tras dos lustros de áspera brega en la emigración, se encontraba, de nuevo, desamparado, atado de pies y manos y con un punzante y paradójico sentimiento de desarraigo”.
“El retorno se instaló en la vida de Perdomo como un signo traumático. Quien se veía a sí mismo como callejero y deambulante siempre, aficionado a la conversación, el timple y la parranda, se vio forzado a romper abruptamente los lazos con el trajín de la calle en la gran ciudad, el cosmopolitismo, la socialización cotidiana y los días desarreglados del cafetín y la tertulia”, añade.
A ese desarraigo, ese exilio interior, se sumó o contribuyó la situación de la Villa de Teguise, “el pueblo más maltratado de la Isla, en un estado de decrepitud”. Y en esa situación retoma Perdomo la escritura de las crónicas que se recogen en este libro, un volumen que el escritor nunca escribió como un todo sino que es fruto de la edición y selección de los textos que se publicaron en prensa y en los que Teguise es un personaje central, ya que “si su obra es Lanzarote, la almendra es la Villa”, según Gómez Aguilera, “un tema principal para analizar su pensamiento”.
El libro, por otra parte, continúa la labor de estudio del director de la FCM sobre el escritor lanzaroteño y la de publicación, tras editar el volumen Arrecife. Antología de crónicas. En esas crónicas, que ayudan a conformar la historia inconsciente de la Isla, hay cinco hilos principales: la inmigración, su sensibilidad cultural, la tradición filantrópica de su familia, la singularidad del carácter de una parte de esa familia centrada en el arte, la creación y la bohemia y la casa de los Spínola en la Villa, donde se instala.
Convierte esa casa en una región literaria, un espacio simbólico, como metáfora de abrigo y de amparo y en ella “construye una épica de lo cotidiano y lo anónimo”. Allí también cuida a Bentejuina, un regalo que se convierte en un estímulo vital y que comparte protagonismo con el escritor en la portada del libro. Fue la “mascota excéntrica de un escritor original, bondadoso y bien humorado, con una personalidad magnética, extraordinario conversador...”.
Su literatura tenía un ojo en el pasado, en el mito de la Isla vinculada a sus antepasados, su memoria y sus valores, y otro en el presente, en una realidad tratada de forma hiperbólica. Pivotaba entre una Isla de memoria y la realidad. Según Gómez Aguilera, es el gran cronista de la transición del desarrollismo turístico de Lanzarote y en esa situación tuvo un gran desapego por la codicia y criticó la sustitución de los valores humanos por los del lucro, demonizando a los nuevos ricos y a la burguesía.
El escritor Emilio González Déniz dice que Perdomo fue un hombre de una sola pieza que siempre quiso ser periodista “y no lo consiguió porque era un cronista”, el gran cronista de Lanzarote, el alma “que va a permanecer” de una tierra, del Lanzarote “que pasó del gofio al vídeo”.
Gómez Aguilera abraza a una de las hijas de Leandro Perdomo.
Maestro de la anécdota
El presidente de la FCM, José Juan Ramírez, señala sobre Perdomo que es un escritor imprescindible para conocer las transformaciones de Lanzarote. González Déniz dice que “gracias a personas como Perdomo se puede conservar el pálpito” de la Isla, mientras que Gómez Aguilera lo califica como “un juglar que escribía” porque transmitía la riqueza de la tradición oral de la Isla, y “un maestro de la anécdota”.
A pesar de su valor literario y comunitario, su obra está privada de circulación. Su característica más peculiar es que era una persona muy original, “que venía de fñabrica”. También fue un gran narrador, una persona quijotesca, leal, ajeno a la envidia, con gran desapego por el poder, antiegoísta, solidario, vitalista, con un humor socarrón, gran apego al mundo de la cultura, desarreglado en su estética, al que le gustaban los ambientes desgastados y que escribió en la calle “hasta que pudo”.
Tuvo una vida difícil, siempre estuvo del lado de la gente que estaba en los márgenes y detestaba lo burgués. “Siempre se dice que fue bohemio y lo fue” porque si el lema de la bohemia es “arte, justicia y acción”, las tres encajan con Leandro.
En su léxico resuena la tradición viva, una tradición propia de la Isla “que está desapareciendo”. La suya es una palabra áspera, deshilachada, con impurezas, pero a la vez vigorosa, directa y llana.
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1 Lorena Berriel Mar, 13/08/2019 - 10:53
2 Lorena Berriel Mar, 13/08/2019 - 10:53
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