MEMORIA DEL MAR

Agustín Jordán, carpintero de ribera: “Que el conocimiento no se pierda”

“No sabemos si volveremos a depender del mar y de los barcos”, destaca este maestro que ha diseñado y construido más de 34 embarcaciones

Myriam Ybot 0 COMENTARIOS 23/10/2024 - 06:31

Agustín Jordán, natural de Arrecife, pasó su infancia entre barcos, pescando y jugando a construir pequeños botes de madera. Lanzarote, con una fuerte cultura naval en aquellos años sesenta, fue terreno abonado para cimentar su afición y convertirla en oficio y sustento. Desde los 16 años se ha dedicado a la construcción tradicional en madera y la restauración de barcos clásicos y pesqueros. Ha diseñado y construido más de 34 barcos, desde pequeñas lanchas y botes a grandes embarcaciones de hasta 15 metros.

“El primer acercamiento al mar se me pierde en la memoria; en Punta Mujeres, donde siempre tuvimos casa, me recuerdo de muy pequeñito, siempre jugando en la marea. Me crié allí, teníamos barco y con mi hermano, cinco años mayor que yo, salíamos a pescar un poquito más allá, siempre el mar llamándonos. Fui a la escuela pero ya el último año solo quería estar en la marea... Hubo un tiempo en el que pensé en embarcarme, pero se impuso el deseo de construir, mi verdadera pasión, que asomó ya de chinijo”, relata.

“Antes se construía en los almacenes de las casas, los viejos reparaban los barcos dentro de garajes de piedra, y cuando venía el verano, los sacaban a la calle. En aquel momento, el conocimiento y los trabajos se compartían. Me atraía el saber de la gente mayor; de pequeño ya pensaba que el carpintero es el hombre más inteligente del mundo, y el barco, la conexión del mar con la pesca y la madera, todo lo que me interesaba poderosamente”, rememora con la voz teñida de nostalgia.

Y continúa: “Ese mundo, que me tenía revolucionado por dentro, explotó cuando vine a los talleres de reparación que había en Arrecife a buscar aprendizaje, y conocí a maestro Vicente, que terminaría siendo, además de quien me enseñó la base de todo lo que sé, un compañero de pasión, un amigo, casi un padre”. 

Pero no pudo ser. “Vicente acababa de enviudar, tenía cuatro hijos y me dijo con pena que no iba a poder cumplirme el horario, que no se comprometía; así que me mandó al taller grande de Tito (Evaristo González) en Puerto Naos, y allí estuve tres años y medio, aprendiendo el modelo de trazado náutico inglés, con carpinteros de entonces, como Alejandro, Melo o Manolo el gringo, que luego se fueron yendo a la carpintería blanca de puertas y ventanas, que empezaba a pagarse muy bien”, recuerda.

Si algo caracteriza a Agustín Jordán es la inquietud, la curiosidad y una avidez por aprender que le sigue acompañando como una sombra atada a sus pasos. De ahí que, después de aquel periodo de pinche, decidiera buscar una mayor especialización en la Escuela Pancho Lasso, donde impartía clases en su último año maestro Rafael León y donde aprendió a hacer los planos. “Trabajaba durante la mañana, iba a clase por la tarde y por la noche me puse a fabricar un barco”, afirma.

“Fui a la escuela porque en el astillero nunca me iban a enseñar los secretos de la construcción, que se transmiten solo en la familia, de padres a hijos; y yo quería trazar. Con 17 años hice mi primer barco de seis metros, para ir a pescar, estilo junco, aunque lo tuve que interrumpir para irme al cuartel cuando ya tenía el casco casi acabado”.

Trayectoria imparable

Pero la trayectoria de Jordán era imparable, como arrollador su vínculo con el mar, que daba rienda suelta a través de la carpintería de ribera. Y bastó una mirada de Vicente Dorta sobre aquel bote sin terminar, anclado en un garaje, para que el mayor sabio del oficio en Lanzarote decidiera tomar bajo su tutela a quien reconoció de inmediato, años más tarde del primer encuentro, como uno de los suyos, para quienes “al final está el barco, pero lo importante es el viaje”.

“Siempre digo que las mujeres son responsables y tenaces, nunca abandonan”

A aquel aprendiz afanoso y vocacional, convertido hoy en Maestro Agustín de una buena camada de carpinteros jóvenes, se le sigue aguando la mirada cuando rememora la magia de aquella relación, que trascendió con mucho la enseñanza-aprendizaje para convertirse en correa de transmisión de valores de honestidad y amor por la profesión.

 “Cuando fui a verlo por segunda vez, se repitió la historia, esa especie de conexión mágica.  Para mí el maestro era Dios en la tierra. Podías hablar con él de todo, aunque fuera de más edad. Nos respetábamos mucho y hablábamos de cualquier cosa, de potajes, de barcos, de fiestas, había siempre una igualdad. Y claro, él sí me enseñó sus secretos y todo lo que sé”, asegura.

Gracias a su apoyo, Agustín Jordán arrancó en el oficio con todas las herramientas y el combustible del afecto por la madera, que moldea como quien acaricia un bebé. Aunque a la vuelta de la mili se dedicó temporalmente a las puertas y ventanas, para sufragar el motor de su primer barco, asegura que detesta esos perfiles agudos y esas formas llenas de esquinas. Mueve las manos y cincela en el aire una cuaderna como una ola, con aire soñador, de vuelta por unos instantes a los talleres de su pasado.

Por desgracia, de nuevo la fortuna se le hizo esquiva. Y cuando empezó a construir por su cuenta, la pesca inició su declive en Lanzarote y la gente se apartó del océano, en busca de negocios más rentables y seguros. “Es como un bloque de hielo que se va derritiendo, que por mucho que intente soplarlo para mantenerlo congelado, no hay nada que hacer”, concluye desanimado. Fue el deshielo de la tradición pesquera artesanal lo que le llevaría a convertirse, en sus propias palabras en “un exiliado cultural”.

La docencia

Ha bregado mucho el carpintero desde entonces; ha hecho muchos caminos y obtenido muchas satisfacciones. Pasó de la mar a la tierra y de la Isla a la península, alimentado por un nuevo afán: “que el conocimiento no se pierda, porque no sabemos si tendremos que volver a depender del mar y de los barcos”.

Desde que decidió “no quedarse atascado”, en el año 2002, Jordán está volcando en las clases y en la conservación de la tradición de la carpintería de ribera “porque hay que mantener el oficio, con tantos barcos viejos navegando, que ahora consideramos clásicos, y que van a necesitar reparaciones ¿no?”.

“Al final está el barco, pero lo importante en realidad es el viaje”

Como en tantos casos de búsqueda de referencias en el exterior, el maestro alega que “en otros países, como Francia y muchas partes de Europa, tener un barco no cuesta nada, lo mantiene el Estado a través de subvenciones, dependiendo del grado de antigüedad, porque forma parte del patrimonio”. Y remacha: “Cuando hacemos un curso de carpintería de ribera, no solo recuperamos los usos tradicionales de construcción, también un lenguaje que nos pertenece, el de las piezas, las herramientas, los gestos, que son propios del oficio y que están en peligro de extinción”.

También considera insufrible la burocracia que acompaña la aprobación de las licencias para que un barco pueda navegar. “Para aprobarte el diseño del mismo barco que te aprobaron el año pasado, y el anterior, y el anterior, tienes que volver a pedir todos los permisos; antes, la maestría era la que daba garantía de un buen trabajo, de una de una buena ejecución, contenida en la sabiduría de 200 años”. 

Así las cosas, la propia actividad del trazado y fabricación de barcos de madera a la antigua usanza, podría estar certificando su defunción cuando comienza a exhibirse en las Ferias de Artesanía, junto a la elaboración de la pella de gofio o el tejido en telar, como vestigios de un pasado amable y romantizado para uso decorativo, sin vínculo real con los nuevos estilos de vida. Pero Jordán se mantiene optimista: “En Dolores hice un taller que se abría cada mañana para seis personas. Y cada mañana tenía a las seis personas esperando para aprender. Y así con todas las formaciones que imparto, con las charlas que doy, a gente joven, a personas jubiladas que no renuncian a aprender cosas nuevas, a mujeres, que se están incorporando al oficio de manera revolucionaria, con mucha pericia y buenos resultados... Siempre digo que las mujeres dejan de hacer otras cosas para venir a mis clases: son responsables y tenaces, nunca abandonan”.

De esta vocación por la enseñanza da cuenta la impartición de cursos de extensión universitaria con la Universidad de La Laguna y la Universidad Politécnica de Cartagena (2012), los cursos de trazado de barcos en el Salón Náutico de Barcelona en cuatro ediciones, y diversas formaciones en carpintería de ribera patrocinadas por el Ayuntamiento de Teguise, el Cabildo de Lanzarote y ADERLAN.

Además, durante más tres años, de 2021 a 2023, se trasladó a vivir a Arenys de Mar, comarca del Maresme catalán, para llevar a cabo la reparación del pesquero escocés Margaret Alisson, del año 1937, de 14,5 metros de eslora y reconstruido en su totalidad con la ayuda de voluntariado y alumnado de los talleres impartidos por el lanzaroteño en aquella localidad.

Escribir para preservar

La permanente reivindicación de la transmisión del oficio ha llevado al maestro a volcarse en la escritura. Ya cuenta en su haber con un primer volumen, El secreto del trazo tradicional en el barco (2016), al que seguirán otros, ya en preparación, sobre el resto del proceso.

“Lo de escribir es una pura cabezonería mía, de cuando di clase en Cataluña”

“Como mi familia no era del sector, yo tuve que buscarme el conocimiento, con mucho esfuerzo, pero me gustaría que las cosas fuera de otra manera. Tengo una necesidad muy grande de enseñar, una ocupación que he descubierto que me encanta.  He tenido más de 600 alumnos en clase y he hecho barcos con más de 100 aprendices”, relata con orgullo. Entre sus estudiantes ha tenido a un chico de Rusia, a otro japonés “y hoy mismo me ha llamado otro de Puerto Rico, que quiere aprender conmigo”.

De su manual de trazado, que ha dado a conocer su nombre allá donde se conserve la carpintería de ribera, dice que no hay nada parecido en el mercado editorial, y se ha convertido en libro de texto en las escuelas de Formación Profesional.

“El segundo libro, que ya lo tengo casi listo, trata de la fase de construcción de la estructura de madera, con los 750 dibujos que se necesitan, que he repetido hasta tres veces, de cada pieza del barco y de cada paso. Y el tercero y último de la serie explica cómo se termina el barco, desde que está en esqueleto, que parece un pescado, hasta que se forra y se echa al agua: ahí acaba la construcción del bote tradicional”.

“Lo de escribir es una pura cabezonería mía, de cuando estuve dando clase en Arenys de Mar, en Barcelona, allí solo, tanto tiempo”, sonríe. Se detiene unos instantes, como improvisando una pausa dramática, y afirma: “Aquí casi como que llegué a cogerle coraje al oficio, porque eran todo problemas. Siempre digo que en Cataluña volví a amar mis herramientas. Pero ahora, por usar el término moderno, creo que un barco ha vuelto a ser mi zona de confort”.

Cuaderna, madero, plantilla

La Red Española de Maestros de la Construcción Tradicional, un directorio nacional de buenas prácticas en los ámbitos de la construcción tradicional y su restauración, incluye el nombre de Agustín Jordán entre los carpinteros de ribera en activo en el Estado español. La presentación del artesano respalda su defensa de las técnicas de antaño y del empleo de términos asociados al oficio, que no deben perderse. Entre los métodos de trabajo, la elaboración de plantillas, el embrazado de cuadernas, el entablado, el fasquiado de tablas, el calafateado o el escantillado. Y sus herramientas, la zuela, el hacha, los cepillos de madera, el rebote, las falsas escuadras, el escupicebre o rastrel (en Lanzarote, cuernamuza), cortahierros y formones, hierros de calafate y mazos de madera. Jordán lo explica con su natural sencillez: “A veces me veo un poco chiflado, porque sigo dando cursos y diciendo cuaderna, madero, plantillas. En Canarias hay un montón de gente que presume del pasado marinero, que si el abuelo era pescador o constructor, pero no veo a nadie con el plantilla, cuaderna, madero... A veces pienso que el único que siente la madera soy yo”.

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