ENTREVISTA

“Para mi generación, el legado de César es omnipresente y, a veces, asfixiante”

Daniel Jordán, artista

Daniel Jordán en el taller de Ars Magna en Puerto del Carmen. Fotos: Adriel Perdomo.
Lourdes Bermejo 0 COMENTARIOS 20/12/2020 - 08:52

-En el mundo del arte, pasar la frontera de los 35 años es un punto de inflexión, al dejar atrás la denominación de arte joven. ¿Cómo vivió usted esta situación, además, en plena pandemia?

-Al final, casi me lo tomé como una liberación. Pensé: “pues mira, ya no tengo ese hándicap porque la edad te marca, inconscientemente, en el circuito artístico. Estás dentro de la etiqueta arte joven y, de repente, estás más a la intemperie, pero ya digo que para mí ha sido liberador. Precisamente he estado comentando con amigos del sector lo aburrido que resulta ya el edadísmo en el arte. No soy muy partidario de separar a la gente por edades y menos por una en concreto. Y respecto a la pandemia, hay poco que decir. La realidad esta ahí. Podemos enfocarla como queramos. Al principio, es verdad que sentí mucha incertidumbre. Intuía que habría recortes y como siempre, los primeros serían los de cultura. Sin embargo, todo esto me ha pillado en un momento vitalista. No quiero tener miedo. Prefiero incorporar esta nueva situación a mi discurso y ver cómo puedo enriquecerlo. De hecho, indirectamente, ya he experimentado cambios en el discurso.

-¿Cuáles son esos cambios?

-Por ejemplo, desde hace unos meses, y quizá por primera vez en mi vida, me interesa tratar en mis proyectos la coyuntura artística de Lanzarote, sobre todo la de mi generación. Es muy estimulante abordar cómo nos afectan las desventajas a las que nos enfrentamos, empezando por el legado de César, que es omnipresente y, a veces asfixiante. La Isla tiene muy naturalizada la forma manriqueña de proceder y de pensar y, aunque han pasado 50 años, se sigue valorando cualquier manifestación artística con ese termómetro. Pues ese hándicap, junto a la edad, la actual situación económica y la pandemia es lo que voy a intentar incorporar a mi obra como motivo de inspiración y convertirlo en una ventaja.

-¿Cómo era antes su relación con Lanzarote?

-Aunque nací en Valencia, vine con tres años y me he criado en la Isla, así que me siento más de aquí que de ningún otro sitio. Sin embargo, no tenía vínculos emocionales ni, sobre todo, de discurso con Lanzarote. No tenía expectativas de trabajo y lo veía todo un poco estancado, así que solo venía de vacaciones. Sin embargo, cuando volví en el verano de 2017 noté un cambio enorme, una ebullición creativa. Creo que pudo ser por la reapertura de El Almacén, que estaba dado visibilidad a artistas de la Isla. Y parece una tontería, pero su bar volvió a convertirse en un punto de encuentro para creadores, como había sido en su primera etapa, en 1974. Luego había asociaciones como Ars Magna; Parto Cerebral; más tarde, Espacio Dörffi, que estaba dinamizando mucho el espacio expositivo; Veintinueve Trece, un festival fotográfico muy profesional, que trajo gente muy relevante; la convocatoria La Cabina del MIAC de arte joven; la propia Bienal, que se dirigió expresamente a los artistas locales para solicitar propuestas... Se notaba un entusiasmo en el ambiente, se estaba cociendo un movimiento artístico y me apetecía estar presente. Estuve yendo y viniendo al estudio que tenía en Valencia pero, finalmente, salió trabajo en Tenerife, exposiciones y residencias, y además conocí a los integrantes de Ars Magna, que me ofrecieron este maravilloso taller en Puerto del Carmen.

-¿Se ha globalizado el mundo del arte hasta el punto de no haber diferencias entre vivir en una ciudad cosmopolita y en una pequeña isla atlántica?

-Cada circuito se enfrenta a sus propios inconvenientes, pero el artista que decida quedarse aquí tiene que tener claro que hay uno muy marcado, que es la aduana. Cuesta muchísimo sacar una obra física del territorio canario y otro tanto introducirla. En este aspecto, el Archipiélago está acordonado hasta un nivel surrealista. Si declaras una obra de arte debes asumir unas tasas aduaneras que a veces son más cuantiosas que la propia obra. Es más barato enviar obra de la Península a Londres que a Canarias. Habría que buscar una solución al respecto, porque estas tasas tan elevadas ahuyentan a compradores e instituciones y nos dejan más aislados de lo que ya estamos. El artista canario, quizá por este aislamiento, tiene la necesidad de contactar con el de fuera, de que se vea lo que hace y que su trabajo no se quede implosionado hacia las islas. Pienso en las fiestas que hacía Manrique o en el grupo surrealista de Tenerife, que invitaba a intelectuales. Llegaron a venir André Breton y Jacqueline Lamba.

-¿Cómo ha sido su proceso creativo hasta la fecha?

-Me licencié en Bellas Artes, en la especialidad de pintura, que siempre ha sido mi punto de partida, aunque toco muchas disciplinas. Al principio me gustaba la pintura del natural, pero, como dependía tanto del modelo, empecé a construir figuras, como camellos u otras esculturas, como referentes para trasladarlos a la pintura. Después, empecé a mostrar esas esculturas y, a partir de ahí, estuve unos años recurriendo a cualquier disciplina, dependiendo de lo que quería contar: pintura, escultura, vídeo, animaciones, a veces con equipos de diseño... Con mi amigo Leo Avero hago esculturas cinéticas, que me interesan mucho. Se trata de jugar, de sorprender al espectador cuando entra en una sala y ve que la escultura se mueve, por el sensor de movimiento. Y, en este momento, voy a volver a los orígenes, con una serie de retratos pictóricos del natural a artistas compañeros de Lanzarote. Tengo tendencia a partir de motivos muy cercanos a mí.

“Aquí quedas estigmatizado si trabajaste con la administración anterior”

-¿En qué consiste su nuevo proyecto?

-Participo en una convocatoria del Gobierno de Canarias con la serie En la burbuja. Son retratos de creadores de Lanzarote de mi generación, personas actuales, con su ropa, con su aspecto, pero estarán metidos en una escenografía que parezca de otra época, que choque frontalmente con el personaje. Como dije, Lanzarote me estimula mucho, pero a veces parece como que se hubiera congelado en otra época, por cómo se nos valora artísticamente, con los mismos ejemplos y referentes inalterables.

-¿Qué opina de los polémicos caballos de Decaires?

-Yo viví ese episodio como un auténtico esperpento protagonizado por dos partidos políticos que repartían a los ciudadanos unos roles ante los que había que posicionarse con una información totalmente tergiversada. Aunque no tengo nada contra Decaires y, desde luego, no me convence el argumento de que su obra dañaba la imagen de César, tampoco dispongo de información para pronunciarme y parece que existían muchas dudas sobre si la obra disponía de los permisos para su instalación. Para colmo, la polémica coincidió con las elecciones locales y el centenario de Manrique, así que se solapaban los eventos organizados por las partes enfrentadas. Me lo pusieron muy difícil para posicionarme.

-¿Cómo analiza la relación de los artistas en Lanzarote con el ámbito institucional?

-Al final, cuando hay cambios de poder en la Isla, los artistas tenemos la sensación de quedar estigmatizados si trabajaste con los gobernantes del anterior mandato, cuando es algo totalmente normal en cualquier sitio. Sería deseable que se nos viera como a cualquier otro gremio profesional, como a un carpintero, un médico o un electricista, ya que, como ellos, hacemos nuestro trabajo, independientemente de quién gobierne en cada momento. Deberíamos poder estar más tranquilos con ese tema.

-¿Cree que se puede resistir como profesional del arte?

-Mi obra no es especialmente decorativa ni vendible, pero ocurre como en cualquier apuesta laboral: si le dedicas horas y trabajo, tienes autocrítica y un discurso, pues empiezas a ver resultados. En mi caso, no tengo otra ocupación. No descarto nada, pero ahora me dedico a esto, que es lo que me gusta. Hay que pagar un peaje, llevo una vida austera, pero de momento no lo cambio.