Rafael Curbelo, profesor, inspector de Educación y juez de Paz de Haría, recibe la distinción educativa 'Viera y Clavijo' por la trayectoria de toda una vida
“Los buenos profesores son los que tratan de alumbrar el camino a los jóvenes”
Rafael Curbelo, profesor, inspector de Educación y juez de Paz de Haría, recibe la distinción educativa 'Viera y Clavijo' por la trayectoria de toda una vida
Rafael Curbelo (Haría, 1951) acaba de recibir la distinción Viera y Clavijo. Es el premio a una vida dedicada a la docencia, a una vocación que no se hubiera iniciado, dice, sin la figura de don Enrique Dorta Alfonso y la academia que abrió en Haría, en la que pudieron estudiar los hijos de los agricultores.
Dorta era un cura a quien “no se le ha reconocido aún” su labor. Ante las carencias evidentes en materia educativa, en el año 1954 fundó esa academia sin ánimo de lucro. Empezó impartiendo clases en su casa y después el Ayuntamiento le cedió un pequeño local. Él fue el responsable, señala Curbelo, de que Haría tuviera, con la excepción de Arrecife, el índice más alto de personas con estudios universitarios. “Hablaba con las familias y acababa convenciéndolas para que los jóvenes estudiaran”, asegura. Impartía estudios elementales y clases de Bachillerato, de forma gratuita y altruista.
Los alumnos se iban a examinar a Arrecife. Años después, en el curso 1967-68, se fundó lo que se llamó el Colegio libre Adoptado. El Ministerio de Educación y Ciencia pagaba una parte del coste del profesorado, y el Ayuntamiento, otra parte. Y después vino el Instituto, para el que se implicaron el inspector Joaquín Artiles y el alcalde, Juan Pablo de León Guerra. Fue una secuencia lógica. Haría, después de Arrecife, fue el segundo municipio en el que se abrió un instituto, aunque al principio dependía del Blas Cabrera Felipe.
Todo esto lo cuenta Curbelo como introducción a su propia trayectoria porque, en el fondo, transcurre paralela a la historia de la educación en Haría, e incluso en Lanzarote. No se entiende la una sin la otra, o no hubiera sido posible la una sin la otra.
Se podía cursar Magisterio con Cuarto y reválida. Para el examen se formó en la academia que tenía el que después fue alcalde, José María Espino, en la que hoy es la calle Manolo Millares. Estudió Primero y Segundo y se examinó por libre, pero el tercer curso lo hizo en Gran Canaria porque su madre se trasladó allí a buscar otro futuro. Una caída en el Risco había dejado a Rafael huérfano de padre cuando tenía nueve años. “Esto se lo digo para que se dé cuenta de que yo siempre dependía de la beca”, puntualiza.
El caso es que, cuando terminó Magisterio, tenía 16 años y quería seguir estudiando. Le concedieron una beca del Cabildo y otra del Ministerio y se fue a La Laguna a estudiar Filosofía y Letras, en la especialidad de Historia. Y después remató los estudios de Geografía e Historia durante tres años más en Valladolid.
A su vuelta le esperaba un destino inesperado. “Se equivocaron conmigo y me dijeron que tenía que hacer el cuartel, que era un error porque yo era huérfano”, explica; pero salió bien del paso. Empezó a dar clase en el colegio de su pueblo en 1973, que dirigía María Luisa Perdomo Sosa y que estaba donde está hoy la residencia para los estudiantes de La Graciosa. Después fue director del instituto Blas Cabrera y en 1990 se incorporó a la Inspección Educativa, donde permaneció hasta el año 2011.
“El perfil del inspector depende de uno mismo; yo siempre he pensado que es bueno que el inspector haya pasado por los cargos directivos”, explica. En la Inspección se hacían “múltiples y variadas cosas”. “En aquella época aquí tenían mucha fuerza las asociaciones de padres y madres y también las asociaciones de alumnos”. Una de sus tareas era la de asesoramiento, y otra la de ayuda a los equipos directivos. Los inspectores también visitaban los centros porque “el inspector no es un señor que esté en el despacho, sino que tiene que conocer la realidad, viendo las carencias y solicitando las mejoras”. “El inspector -señala- no tiene capacidad de decisión, pero sí de sugerencia” y tiene que estar coordinado con el Director insular de Educación.
Cuando llegó a la Inspección, la máquina de escribir era una herramienta de trabajo. No había ordenadores y Curbelo se empeñó en la modernización “del aspecto informático de los colegios y de los institutos” y en la parte de la gestión económica de los centros. El panorama educativo en la Isla fue creciendo y mejorando. Curbelo vivió la puesta en marcha del instituto de San Bartolomé, cuyo artífice “fundamental fue José Luis Yagüe”.
Enrique Dorta era un cura a quien “no se le ha reconocido aún” su labor
También vivió la creación y puesta en marcha del instituto de Yaiza, que se instaló en un lugar en el que “no había ni un solo alumno que pudiera ir caminando”. Y también vivió la creación de los institutos de Tías y de Puerto del Carmen, y los problemas de varios colegios, como la masificación del César Manrique de Tahíche o el prefabricado de Costa Teguise.
“Había una infraestructura educativa deficiente; en los años setenta se tuvieron que construir colegios de prisa y corriendo, tanto que incluso le pusieron hasta techos de uralita”, señala. Pero reconoce la labor de Luis Balbuena, que fue el primer consejero de Educación del Gobierno de Canarias y que hizo “un trabajo muy positivo y poquito a poco se fue poniendo remedio”.
Hoy los problemas en los centros son distintos y “hay medios múltiples y variados para impartir la docencia que en aquella época no existían”. No es que no haya problemas, es que son otros: “La actividad del docente se ha burocratizado y todo eso agobia al profesorado, mucha gente se quiere marchar porque dice que está quemada, pero no de las clases, que son buenos profesores, sino por la cantidad de burocracia”.
Alumnos del municipio de Haría en los años sesenta. Fotos: Cedidas.
Vocación
Curbelo tenía una hermana maestra y vivió la docencia en su ambiente familiar. Dice que el trabajo docente tiene, o tiene que tener, un componente vocacional importante, pero que después se va mejorando con el tiempo, y que “los buenos profesores son aquellos que tratan, en definitiva, de alumbrarle el camino a los jóvenes”.
También tuvo clara siempre una cuestión: que hay que atender “a la diversidad y, sobre todo, a aquellos alumnos que no tienen apoyo en la familia o proceden de contextos familiares desestructurados”. Por eso reclamó desde la Inspección, por ejemplo, las aulas Enclave o el colegio de Educación Especial de Tahíche.
“La actividad del docente se ha burocratizado y agobia al profesorado”
“Hay que arropar más a los alumnos con dificultades y seguir atendiendo a la diversidad, porque es lo más difícil; hay que centrarse en los núcleos familiares desestructurados y también reorientar la motivación y la cultura del esfuerzo. No me parece correcto que muchas veces se deje pasar de nivel con tanta facilidad a los alumnos porque hay que poner sobre la mesa la cultura del esfuerzo”, destaca.
Para la motivación, habrá que aplicar medidas imaginativas. Dice que él observaba a los alumnos de Primaria cuando caminan por la calle, “sin hablar ni nada, sino iban con el móvil, y llegan a la puerta del colegio y dentro está prohibido”, y se pregunta “cómo se puede concebir” que lleguen los alumnos con unos medios y en el colegio se prohíban. “Lo más fácil es prohibir, pero es que eso es la realidad y es un instrumento de trabajo, así que habrá que reorientarlo”, apunta. También considera “muy importante” la contextualización de la realidad en la que viven los alumnos y, de esta manera, trabajar el entorno.
En ese sentido, después de su jubilación coordinó un libro sobre la historia de Haría “para que los alumnos que vengan a la residencia escolar o al Aula de la Naturaleza vayan con la lección aprendida” pero, a la vez, para que le sirva como apoyo a cualquier otro alumno o docente: “A los alumnos tienes que motivarlos, pero no hablándoles de cosas abstractas, sino de su realidad, de su barrio o de su pueblo, porque con eso se implica a la familia y al entorno”.
Premiados con la distinción 'Viera y Clavijo' de este año.
Juez de Paz
Otra de las facetas de Rafael Curbelo es la de juez de Paz de Haría. De las dos dimensiones del cargo, la de juez y la de la paz, se inclina siempre por la segunda. Le propuso para ese cargo el alcalde de Haría en el año 2013 y se presentó. En estos años han cambiado algo las competencias de los jueces de Paz. Sus responsablidades abarcan los matrimonios civiles, labores registrales de nacimientos y defunciones y juicios de faltas en los que se podía sancionar a una persona con hasta 400 euros de multa o con siete años de reclusión domiciliaria. “Yo no sé cómo lo hice, pero tuve la habilidad de no sancionar nunca a nadie, porque tenía muy claro que había que usar mucho la conciliación con la gente”, asegura. Ahora los jueces de Paz ya no tienen esa competencia y se dedican más a la conciliación y a provocar y dirigir el diálogo entre las partes. Curbelo les suele decir que “no estén perdiendo el tiempo y hagan tantos papeles” y que le pidan una cita para dialogar entre las partes enfrentadas.
Distinción
Siempre tuvo vocación de participar socialmente, más allá de su faceta docente. Fue consejero del Cabildo entre 1979 y 1983, con Antonio Lorenzo como presidente, y estuvo ocho años como concejal en Haría. Antes de eso había participado en una asociación de vecinos. “Aquello fue una época dorada y había gente interesante, valiosa y preparada”, dice, pero advierte que no quiere hablar de política.
Sobre lo que supone la distinción Viera y Clavijo, que ha recibido, explica el procedimiento a seguir y la historia del galardón, que supone el reconocimiento para aquellas personas que de manera excepcional realizan su trabajo de forma encomiable. Este año lo han recibido siete profesores y tres centros educativos. “Siempre está bien que se lo reconozcan a uno y se agradece. Nunca se entera uno ni pregunta quién promueve la solicitud, pero ahí llega”, concluye.
Comentarios
1 Anónimo Lun, 02/09/2024 - 10:58
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