Nina Hernández y Antonio Fuentes, la memoria de otro Charco de San Ginés
Hace sólo unos años, Nina Hernández y Antonio Fuentes vivían en la Ribera del Charco, en una casa casi centenaria que construyó el padre de Nina, un marinero de cabotaje llamado Félix Hernández. Ahora viven exactamente entre La Raspa y La Miñoca… y sin embargo no se han movido del sitio. En el último medio siglo la casa ha cambiado: es más grande. Nada comparado a lo que ha cambiado el entorno. “Desde la casa nos podíamos tirar al Charco en marea llena”, dice Nina. Si lo hicieran ahora, sobre todo un viernes por la noche, caerían sobre alguien.
Aun así, dicen que no les molesta ni la gente ni el ruido porque el viento aleja las voces hacia La Puntilla. En la planta baja de la casa, tras una pequeña puerta azul, donde antes estaba el traspatio con sus gallinas y su cabra, ahora sigue estando el taller donde Antonio guarda algunas de las maquetas de los barcos que ha ido fabricando: balandros, goletas y pailebotes que llevan los nombres de sus hijos y de sus nietos.
La suya es de las casas más antiguas que quedan en esa zona, donde la marea dejó paso a un paseo y el paseo dejó paso a las terrazas. Mucho antes de eso, en el Charco, casi como en todo Arrecife, todos los vecinos estaban vinculados a la pesca. Nina y Antonio, que nacieron en 1932, también lo estuvieron, aunque siempre en tierra.
Antonio era carpintero de ribera y Nina, que se llama Enedina, llevaba la administración de los dos barcos de Gervasio García Tabares; el Erotiz y el María del Carmen. Antonio empezó a trabajar con 13 años en talleres de maestros como Francisco Trujillo, Luis Trujillo, Tato o Gregorio Melo, en Puerto Naos. También había una serrería de Pancho Trujillo “y otra de un francés”.
El trabajo de los carpinteros empezaba cuando acababa el de los demás, cuando los marineros llegaban a puerto después de varios meses fuera de casa. El barco se varaba o se tumbaba de banda y había que repasarlos, colocar tablas o arreglar las quillas, “porque se partían muchas cosas”, dice Antonio. Se trabajaba mucho entre la zafra grande y la chica, y algunos carpinteros se llegaron a instalar en la otra orilla, en Cabo Blanco. “Había más de cien carpinteros y debemos quedar tres o cuatro”, dice.
Venían barcos enteros cargados de madera, porque en la Isla no había, con pino gallego o pino de La Palma que se lanzaban al agua en Puerto Naos. A Arrecife llegaban embarcaciones desde Mallorca o desde la Península “que se hacían aquí casi nuevas”.
Cuando Antonio comenzó a trabajar, todos los barcos eran de vela. El primer barco a motor que recuerda lo trajo Antonio Márquez, uno de los armadores de la época, junto a Tomás Toledo o Manolo Betancort. La Rocar también trajo a la Isla un barco de vapor, “de caldera”. Recuerda que en el Charco de San Ginés se arreglaban barcos de hasta 22 metros de eslora. Él mismo, en la puerta de su casa, fabricó un balandro de doce metros, el 'Nuevo Vicente', y una lancha rápida a la que puso el motor de un camión.
Nina y Antonio siempre vivieron ligados a la pesca, como casi todos los vecinos del Charco de San Ginés, al que han visto transformarse y donde quedan pocas casas tan antiguas como la suya
Dice Antonio que, como carpintero, no se ganaba mal pero que “no había nada más”, porque trabajar en el Ayuntamiento o en el Cabildo sólo era “cargar piedra y nada más”, y se cobraba poco. Antonio siguió trabajando “hasta que se acabaron los barcos”. Los últimos años de su vida laboral también trabajó la madera, pero para hacer muebles para la industria turística.
Nina mira desde su terraza y recuerda cómo era el Charco y cómo, en una ocasión, lo dragaron y echaron arena para crear una playa “como El Reducto”, “pero lo hicieron mal, vino una resaca fuerte, esparció la arena y se estremeció la casa”. “Ahora -dice-, el Charco me gusta y no me gusta: antes íbamos todos a la playita, pero ahora está más limpio”. Antes, como la mayoría de las casas no tenían baño, “llegaban de noche las mujeres desde Pérez Galdós” con los cacharros y echaban todos los desperdicios al Charco, de los que sólo se recogían los trapos y la madera. En el Charco había miñocas que se usaban como cebo y hasta se pescaban anguilas que se metían en los aljibes para limpiarlos.
En la pesca, a la tripulación, recuerda Nina, se le pagaba “a la parte”. Primero, de los beneficios, se descontaban los gastos de manutención y el resto de gastos. De ahí salían dos partes: una para el patrón y otra para la tripulación: para el patrón dos soldadas, al cocinero una y un cuartón, a los marineros, una... En muchas ocasiones, no todos los marineros estaban asegurados, incluso algunos que creían estarlo no lo estaban y se llevaban años después la sorpresa. El seguro de accidentes se hacía para dos o tres o se hacía sin nombre. El trabajo, a veces escaseaba y no todos se podían enrolar, sobre todo en la zafra chica a la que se apuntaba la gente del campo. Las condiciones no eran las ideales en la pesca.
Comentarios
1 Rivera del Charco Lun, 14/11/2016 - 07:49
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