Pérdidas. Perdidos.
EL museo
EL MIAC, esto es, el Castillo de San José y su colección de arte, propiedad del Cabildo de Lanzarote, no parece ser, a ojos de la población insular, un museo poco transparente, quizás, ni siquiera esté entre las cuestiones que susciten su interés. Aparentemente, su gestión se ha demostrado como carente de transparencia, pues no cumple ninguno de los 24 indicadores de transparencia de la Fundación Compromiso y Transparencia.
El CAAM, en las Palmas de Gran Canaria, ha pasado de 6, en 2015, a cumplir 14 de esos indicadores en el periodo de un año. Con 36 museos más, igual de opacos, de un total de 60 analizados, estos 37 están ahí por incumplir 8 o menos. El MIAC no cumple con ninguno. Entre ser transparente, translúcido y opaco, hay un trecho, y no es lo mismo catalogarlo como no transparente, que como opaco, una inmerecida delicadeza que parece tenerse en cuenta cuando se da la noticia.
Al menos seis museos tienen el demérito de estar en la cola de la lista. De abajo a arriba, de menor a mayor incumplimiento, de opacidad absoluta a la alegría de la transparencia de ser los primeros de la lista, que corresponde al Museo de Arte Contemporáneo de Cataluña y al Guggenheim de Bilbao.
Todo gira en conocer lo que se ignora sobre su gestión, la estructura de su directiva y el perfil profesional de sus responsables, su política de funcionamiento, los recursos económicos con los que cuenta y cómo los gasta, aspectos relativos a la conservación de los fondos artísticos, a la investigación… Dinero público, al fin y al cabo.
La ciudad
El siglo XX no sentó a bien a esta ciudad, a Arrecife, pues no se supo administrar el capital con el que se abría a un nuevo siglo de profundos cambios. Quien creyó que algún buen proyecto urbanístico nos acercaría a los nuevos tiempos, erró. Incluso quien ideó una nueva edificabilidad para su suelo, a pesar de lograrla, erró. La ciudad intentó crecer sobre sí misma, como una isla en una isla. La ciudad no miró a su alrededor, porque el extrarradio parecía impropio para el negocio de construir la nueva ciudad, porque eso parecía, un negocio. Y la ciudad creció como lo hacen las verrugas sobre la piel, acaso sin orden ni concierto.
En la parte del núcleo histórico conformada por la arteria comercial por excelencia así como por La Marina, convergían los intereses de la burguesía local. Los poderes públicos pertenecientes a esa misma burguesía comercial, y por tanto garantes de aquellos intereses, declaran su particular estatuto de autonomía del resto de la ciudad, ordenando el suelo a su medida y se otorgan el privilegio de la refundación sobre la ciudad histórica. Pero antes había que proceder a su demolición.
Urbanísticamente, Arrecife nunca se recuperó de esa tragedia que dura hasta el día de hoy, a pesar de los alcaldes de otras latitudes, de otras ideas. Arrecife no desea mirar la vergüenza de aquella política que sigue estando presente en su plan general, sobre cómo la edificabilidad de algunos suelos está muy por encima de lo que la fragilidad del entorno puede resistir. Nunca se aprende de errores pasados y, reproduciendo aquel tiempo anterior de privilegios, la propiedad del Islote del Francés reclama un trato igual de desigual: que la edificabilidad de su parcela dé por las narices al resto de la ciudad, aquella que cincuenta años atrás no disfrutó de los aprovechamientos urbanísticos reservados a unos pocos.
Erramos todos, y continuamos equivocándonos, no en el diagnóstico, pero sí en el tratamiento de reversión de los desajustes que produce la propia contemplación del espacio urbano, respuesta que, por cierto, está en el plan general para situaciones como la descrita del Francés pero no para la ciudad consolidada. La respuesta, como siempre, está en la propia ciudad, a la que sólo hay que saber mirar. Y a eso también se aprende. Espacio público, al fin y al cabo.
El espacio público
Si de forma espontánea, unos jóvenes pintaran las vías públicas con murales, es probable que fuera tachado de desatino y de atentado al espacio público. Si desde la Consejeria de Industria del Cabildo, presos de un fervor artístico, realizaran una acción como la descrita “para dar vida a la calle”y declararan que los artistas llegan con“la intención de tomar la calle y asentar esta actividad en próximas ediciones”, es que algo lejos de mi alcance estaría sucediendo. Y no parece bueno. No parece bueno que a los responsables de la consejería con competencias en el área de comercio no tenga ideas para afrontar acciones para la mejora de la percepción que la población tiene de su espacio público. Si la consejería responsable es la misma que ha financiado unas obras en ese mismo espacio público, puede suceder que esté reconociendo el fracaso de la intervención, ya no porque hayan dejado de pasar vehículos, sino porque no cumple con unos mínimos en cuanto a elevar la calidad de esas vías. Si el ayuntamiento, que es quien tutela el espacio, comparte y autoriza la acción, tenemos más de un problema, quizás de incapacidad para gestionar la ciudad. La otra vertiente, con riesgos por explorar, es qué interpretación harán los aficionados a la brocha que arruinan muros, fachadas y carpinterías con sus acciones “artísticas”. Creerán que se ha abierto la veda. Un riesgo, efectivamente, que no se ha sabido valorar. Improvisación y ocurrencia que casa mal con la gestión de lo público.
La Marina
A saber, ese espacio comprendido entre dos puentes y un pequeño muelle, ahí donde, figurada e históricamente, terminaba la ciudad, eso es La Marina. Por extensión, casi podemos irnos a la Punta del Camello y alargar el espacio hasta el Islote del Francés. Esa franja de litoral es casi lo más valioso de la ciudad, y, en justo reconocimiento y para disfrute de la colectividad, una medida de carácter municipal, a la altura de la buena gobernanza, provoca un aparente cataclismo. Al menos eso es lo que nos quieren hacer creer, que existe una rebelión contra la medida de semi-peatonalización. Los intereses particulares, nunca el general, utilizan los medios a su alcance para censurar la medida del cierre al tráfico de parte del litoral de la ciudad. Nunca se dice totalmente la verdad, ni se reconocen la falta de ella.
EL Club Náutico afirma en público de lo que reniega en privado, que aspira que en el aparcamiento de sus socios no se aparque. La Cámara de Comercio, no parece estar a la altura de los tiempos, aupado en su mirada desarrollista y poco sostenible, que puede que no sea tal, sino la defensa del muy particular interés de algunas personas, aunque lo justifique con el apresuramiento de la decisión, intentando agradar a todas las partes. Y las mismas personas, si se mueven simultáneamente en varios escenarios parecen una multitud. Por ello, creo que no hay conflicto, que no existe rechazo mayoritario al cierre de La Marina, medida, por cierto, que gana enteros al transcurrir el tiempo. Es mejorable, es una buena solución para la ciudadanía y, por descontado, para la población.
La ciudadanía
Conjunto de personas que habitan en un territorio; quienes ejercen la voz de la ciudad, reclaman derechos y ejercen deberes. Son acepciones moderadamente aceptables del término del enunciado. No creo que de forma habitual se ejerza la ciudadanía, pues se vive el territorio, se malvive en él, se usa en la medida de los intereses, pero no se reclama como escenario para la vida. Aquello de “la casa de todos”.
Esas situaciones descritas sobre las decisiones arbitrarias que favorecen a un grupo humano frente a otro, en ese caso sobre la edificabilidad de unos suelos, nunca fue contestada, en ningún momento ha sido objeto de análisis, y nadie consideró el desmán. La población, por tanto, no ejerció la ciudadanía.
Aquel estado de precariedad que retratan las crónicas, que conducen al pueblo más frágil a la emigración, no invita a hacer ciudadanía. Alejados de aquel tiempo, empantanados en esta suerte de riqueza colectiva, hoy, tampoco se ejerce la ciudadanía. Si la pobreza no lo posibilita y la riqueza tampoco, ¿dónde nace el compromiso?
De la sociedad empobrecida de entonces, hasta esta, entre tres y cinco generaciones después, es ostensible la falta de refinamiento de nuestra población en contraposición con los enormes avances alcanzados. No se trata de dinero, conocimiento, o de títulos universitarios sino de una característica que se aprende, que se enlaza de generación en generación, y que lo que supone es que la realización de las tareas de la vida se realicen con cuidado extremo. Y no, no se alcanza esa condición en una refinería.
Nuestra demostrable falta de refinamiento nos ha conducido por un camino de devastación que acaba con la memoria compartida, termina con la posibilidad de entendimiento, olvida los valores de la comunidad..., todo, siendo ciudadanos, solamente ciudadanos, porque serlo no implica que estemos ejerciendo la ciudadanía.
Si el MIAC no realiza su tarea con extremo esmero; si la población más instruida mira hacia otro lado y la ciudad no se construye con exquisito cuidado; si los poderes públicos pintan la calle como respuesta a un problema; si la población no ejerce la ciudadanía, realmente , es que estamos perdidos.
Comentarios
1 Chirria Jue, 10/11/2016 - 08:16
2 ML Fajardo. Jue, 10/11/2016 - 13:44
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