Maltrato generalizado a las 58.600 palmeras canarias de la Isla
Un problema mayúsculo del patrimonio vegetal lanzaroteño apenas mide siete milímetros: es un escarabajo de Asia sudoriental, que excava galerías en la palmera
En Lanzarote se encuentran poco más del 10 por ciento de las ‘Phoenix canariensis’ del archipiélago canario. La mayoría vive en jardines urbanos, con escasez de agua, podas contrarias a la normativa y enfermedades: al hongo ‘Fusarium Oxysporum’ hay que añadir el peligroso escarabajo ‘Diocalandra frumenti’, propagado por toda la Isla, a excepción del palmeral de Haría, que resiste gracias a los húmedos vientos alisios y a la protección de los barrancos.
“La situación es mala”, resume Marco Díaz-Bertrana, técnico ambiental y uno de los mayores conocedores de la biología y las labores culturales de la palmera canaria (Phoenix canariensis). El experto ha trabajado como asesor técnico del Cabildo de Lanzarote en la importante labor de preservar el palmeral de Haría.
Uno problema mayúsculo del patrimonio vegetal lanzaroteño apenas mide siete milímetros. Es un escarabajo originario de Asia sudoriental, que se detectó por primera vez en Australia, afectando a palmeras canarias. Excava galerías en la palmera y destruye los vasos leñosos que alimentan las hojas de las palmeras. “Suele afectar a no más de tres ruedas de hojas verdes, de esta manera se garantiza que la palma siga viva durante muchos años”, explica Marco. Poco a poco, las hojas se empiezan a tronchar con facilidad y mueren prematuramente, hasta que, pasados ocho o nueve años, la mermada palmera no tiene capacidad para hacer la fotosíntesis y muere irremediablemente.
Se llama Diocalandra frumenti y penetró por primera vez en Canarias en 1998, a través de Maspalomas. Veinte años después, se ha extendido a todas las islas, excepto El Hierro, porque allí apenas existen huéspedes que le interesen: la isla del meridiano sólo tiene censados 2.000 ejemplares de palmeras. El insecto es, además, un vector de contagio de otras dos enfermedades letales: la podredumbre del corazón (o síndrome de la cabeza doblada) y la marchitez.
De palmera en palmera
¿Cómo se dispersa el escarabajo? Volando de una palmera a otra o viajando en restos de poda que no se gestionan debidamente. Las hileras de palmeras plantadas por razones ornamentales en los márgenes de las carreteras son pólvora para el fuego de la plaga. Marco Díaz-Bertrana concluyó hace dos meses un estudio para ver el estado de la Diocalandra en Canarias y conoce de primera mano la situación en Lanzarote.
“Más del 80 por ciento de los riegos de esas palmeras no funcionan”. Sin agua de lluvia y con un sustrato donde a menudo también hay escombros, la palmera vive en permanente estrés hídrico, débil y susceptible de ser atacada.
“No deberíamos tener palmeras plantadas porque sí, de cualquier manera”, insiste Díaz-Bertrana. En Gran Canaria los márgenes de la GC-1 y los de carreteras secundarias se convirtieron en una veloz vía de expansión para la Diocalandra, que así consiguió llegar hasta los palmerales naturales más emblemáticos de la Isla, como el de Arteara o el de Ayagaures. Las más de 5.000 palmeras localizadas en viarios interurbanos de Lanzarote podrían hacer lo mismo.
“Se han plantado Phoenix canariensis donde no se debía”, afirma el técnico: “Es posible que en Costa Teguise se hayan perdido el 50 por ciento de las palmeras”, muchas de ellas a manos de la enfermedad letal que provoca el hongo Fusarium oxysporum. “Haría todavía está preservada, por el esfuerzo quehan hecho el Ayuntamiento y el Cabildo, pero la amenaza está en Arrieta, muy cerca”, advierte.
Si la temida Diocalandra no ha entrado en el valle de Haría es debido a las condiciones ambientales de la Isla, no tanto a las labores de prevención. La dirección de los vientos alisios y su carga de humedad ahuyentan al insecto y hacen que le sea más difícil acceder al Norte. También sirven de ayuda los barrancos que protegen el palmeral.
En 2017 se aplicó un tratamiento de endoterapia a palmeras infectadas en el Charco del Palo, Arrieta y Mala. Consistió en la administración de una inyección con un producto fitosanitario, sin taladros (abren heridas en el tronco), ni nebulizaciones (dispersan el producto en el medio ambiente). Se usó una aguja fina, un método llamado Arbosystem que utilizan en Estados Unidos. Para que sea eficaz, estos tratamientos han de ser continuados.
Marco Díaz-Bertrana es poco amigo del empleo de fitosanitarios, pero admite que, a día de hoy, es la única forma de combatir al escarabajo: “O las tratamos o las palmeras se mueren”. El Instituto Canario de Investigaciones Agrarias lleva un tiempo intentando sintetizar la agregación de feromona del insecto.
Norma “poco clara”
En 2016, el Cabildo de Lanzarote y la empresa pública Gesplan hicieron un esfuerzo divulgativo para explicar qué es la Diocalandra y cómo debemos tratar las palmeras canarias para protegerlas del contagio. Se organizaron charlas y se editaron folletos dirigidos a podadores y propietarios de fincas.
Tras la llegada del picudo rojo a Canarias en 2005, el Gobierno de Canarias puso en marcha una serie de acciones legislativas. El 29 de octubre de 2007 la Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación promulgó una orden que sigue en vigor, “pero que necesita una urgente revisión y actualización”, señala Marco. Fue muy efectiva contra el picudo rojo, pero no para la Diocalandra. Son dos insectos que atacan de formas muy distintas.
“Es posible que en Costa Teguise se hayan perdido el 50 por ciento de las palmeras”
Ocurrió que, a partir de la desaparición del picudo rojo, “se produjo un relajamiento y otra vez volvieron las malas prácticas”, asegura Díaz-Bertrana.
“La normativa no es lo suficientemente clara ni específica”, añade el experto, que participó en la redacción de la orden. El texto señala, por ejemplo, que “se deben evitar herramientas que provoquen desgarros en la planta”, en clara referencia a la motosierra y a los trepolines, especie de espuelas que usan algunos podadores para subir, como lo haría un alpinista con unos crampones en una pared de hielo. Esta forma de trepar abre heridas, a veces irreparables, en la palmera. Las escaleras forestales son un método más seguro, que cumple la normativa y hace la labor de mantenimiento más accesible a todo el mundo: no es necesario estar en buena forma física, sólo carecer de vértigo.
Entre las malas prácticas más habituales está el cepillado del tronco. “La canaria es la segunda palmera del mundo con el tronco más grueso. Forma parte de su identidad. El cepillado genera una palmera anómala y puede afectar al estípite, el almacén de reservas de la planta”, señala el técnico. Esta técnica abre heridas en el tronco, que son un excelente camino para la entrada de patógenos.
Otro hábito fundamentado también en criterios estéticos e igual de perjudicial es la “poda mediterránea”, que consiste en cortar muchas hojas verdes a la faz de la cabeza de la palmera, generando un aspecto atípico y artificial. Este procedimiento abre heridas en la cabeza y limita la capacidad de fabricar alimento de la palmera. “Algunos podadores no tienen conocimientos de arboricultura ni de la fisiología de la palmera”, dice Marco. Además de la actualización de la normativa es necesario “un régimen sancionador, un mínimo control porque las palmeras no están en buenas manos”, explica.
El palmeral de Haría
La Diocalandra se ha extendido por toda la isla de Lanzarote. Sólo se salvan, de momento, los pueblos de Haría y Los Valles. La palmera canaria llegó a Lanzarote de la mano del ser humano. “No existe testimonio científico que diga que se desarrolló de forma natural”, explica Marco. De haberse extendido de manera natural, el palmeral de Haría y los de Fuerteventura serían familia, por proximidad geográfica, de los de Gran Canaria. Pero no es así. Un estudio genético demostró que los ejemplares de Haría guardan parentesco con los de La Palma y Tenerife.
La hipótesis es que las semillas de las Phoenix canariensis llegaron a Haría en algún momento de los siglos XVII o XVIII con el flujo comercial de compra de madera de tea para construir iglesias y viviendas señoriales. “Y fue en el valle de Haría donde encontraron condiciones aceptables para prosperar, a pesar de que necesitan mucha agua para vivir”.
De las 10.000 palmeras que se atribuyen a este hermoso valle del norte lanzaroteño, en realidad sólo existen poco más de 2.000. La altura media del palmeral es de 7,8 metros. Esto indica que son palmeras viejas y que se enfrentan a la falta de regeneración.
“O empiezan a plantar o dejarán a las generaciones venideras un valle pelao”, alerta Marco. El palmeral de Haría ha sufrido “un retroceso importante”. Gracias a los arenados, la palmera prosperó con vigor. El abandono del campo hizo que los ejemplares de las laderas menguaran. Los que mejores condiciones presentan hoy son los que están en la parte baja del valle. El abandono de las actividades agrícolas hizo que se dejaran podar las palmeras canarias para la obtención de materia prima con la que fabricar cestas, esteras y todo tipo de enseres útiles para la vida doméstica y rural.
Aquellas podas no eran las mejores: al coger abundantes hojas, se reducía considerablemente la capacidad de la planta de obtener alimento. “Eran podas regulares, abundantes, pero soportables”. Al menos los podadores subían con escaleras y cuerdas, en una demostración de fuerza y habilidad insólitas, sin usar las dañinas espuelas de años posteriores. El contexto era distinto porque “la incidencia de plagas y enfermedades era baja”, ya que no se importaban plantas ornamentales ni existían los flujos comerciales de la actualidad.
Con el progresivo abandono del sector primario por el turismo, en los años 90 se dio una situación paradójica en Haría. Las copas de las palmeras volvieron a alcanzar sus 360 grados de esplendor, “estaban preciosas, nunca habían estado tan felices”, recuerda Marco.
Los vecinos del pueblo tenían otra visión: decían que las palmeras estaban “sucias” y que hacía falta podarlas. Así, se establecieron criterios de poda de seguridad, según la localización de la palmera. Si estaba cerca de una vía urbana, se quitaban las hojas secas y las inflorescencias para evitar que provocasen accidentes.
En caso de estar en una finca agrícola, se cortaban únicamente las hojas secas para que una caída fortuita no rompiese un cultivo. Para el resto se estipuló que no se les hiciera nada porque “la mejor poda es la que no se hace”.
En demasiadas ocasiones las necesidades de la palmera no coinciden con las del podador ni con las del propietario. Tampoco con las de sus vecinos, que a veces echan el agua sucia de fregar, con detergente disuelto, al alcorque donde crece este endemismo, símbolo de Canarias y apreciado en los cinco continentes.
Comentarios
1 Anónimo Sáb, 24/10/2020 - 08:13
2 Anónimo Sáb, 24/10/2020 - 08:20
3 anónima Sáb, 24/10/2020 - 08:52
4 Abandono político Sáb, 24/10/2020 - 08:53
5 Ricardo Sáb, 24/10/2020 - 09:23
6 Tatin Sáb, 24/10/2020 - 10:49
7 Juan Sáb, 24/10/2020 - 15:59
8 Juan Sáb, 24/10/2020 - 16:02
9 Mari Sáb, 24/10/2020 - 22:48
10 Alvaro Sáb, 24/10/2020 - 23:52
11 Podador Dom, 25/10/2020 - 08:21
12 Paco Dom, 25/10/2020 - 09:30
13 Brutos y estúpidos Dom, 25/10/2020 - 10:52
14 IGNORANTES Dom, 25/10/2020 - 11:16
15 Jose Dom, 25/10/2020 - 18:34
16 Jose Dom, 25/10/2020 - 18:39
Añadir nuevo comentario