OTRA HISTORIA DE CANARIAS

Inés Peraza, la última gran propietaria de toda Canarias

Se publica un nuevo libro sobre la ‘Señora de Canarias’, una mujer determinante para la historia de Lanzarote y Fuerteventura en los siglos XV y XVI

Mario Ferrer 0 COMENTARIOS 29/05/2022 - 08:40

Inés Peraza de las Casas (1424- 1503), también conocida como la Señora de Canarias, fue la última propietaria del gran señorío de toda Canarias, cuando ya estaban conquistadas Lanzarote, Fuerteventura, El Hierro y La Gomera, cosa que no sucedía con La Palma, Tenerife y Gran Canaria, aunque sí le pertenecían sus derechos. Como segunda hija, Inés Peraza no iba a ser la heredera, pero, tras el fallecimiento de su padre y su hermano, se convirtió en la cabeza del linaje y no solo intentó conquistar el resto de las islas, sino que tuvo que enfrentarse a presiones de poderosos enemigos de la nobleza europea y a problemas internos de todo tipo.

Casada con Diego García de Herrera y Ayala (Sevilla, 1417 - Fuerteventura, 1485), Inés Peraza fue una mujer de carácter y poder en una época de fuerte dominio masculino de la escena pública. Una figura especialmente clave para Lanzarote y Fuerteventura, donde residió, pero de la que no se ha logrado mucha información hasta ahora. Para entender esa falta, hay que recordar que el conocimiento del pasado de Lanzarote y Fuerteventura se enfrenta a un obstáculo muy elevado por la pérdida de documentación histórica que sería clave para entender mejor el devenir de estas islas. Ese problema con las fuentes de información, piezas ineludibles del puzle histórico, se agudiza cada vez más conforme nos adentramos en su pasado más remoto, siendo la larga fase de los primeros pobladores de Canarias, junto a los siglos inmediatos a la conquista europea, las etapas con más lagunas.

Tras la instalación definitivas de normandos y castellanos a partir de 1402 en Lanzarote y 1404 en Fuerteventura, no se sucedieron centurias tranquilas, sino que las islas fueron, entre otros aspectos, terreno de ataques piráticos que provocaron la destrucción de importantes textos notariales, eclesiásticos y concejiles, al tiempo que se dieron graves extravíos, como el del archivo del marquesado. Además, gran parte de los documentos que han pervivido están en archivos situados fuera de Lanzarote y Fuerteventura, o de Canarias. Para paliar estos déficits, los historiadores y arqueólogos investigan y divulgan en nuevas piezas no tratadas previamente y gracias a eso nos llegan avances, como un libro que se presentará este próximo mes de junio y que se titula Inés Peraza, Señora de Canarias, firmado por Víctor M. Bello Jiménez y Enrique Pérez Herrero.

Uno de los puntos fuertes de esta publicación es que ha partido de la visita de los autores a destacadas colecciones documentales como las del Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife, el Archivo Diocesano de La Laguna, el Archivo Histórico Provincial de Las Palmas de Gran Canaria, el Museo Canario, el Archivo Acialcázar, el Archivo Ducal de Medina Sidonia, el Archivo Histórico Provincial de Sevilla, el Archivo Municipal de Sevilla, el Archivo del Arzobispado de Sevilla, el Archivo General de Indias, el Archivo Histórico Nacional y el Archivo General de Simancas.

Casa de los Peraza en el pueblo de Los Valles.

Señores y reyes

Para entender a Inés Peraza hay que ubicarse en el mundo tardomedieval, con su compleja estructura sociopolítica, a medio camino entre la Edad Media y la Moderna. Las luchas de poder dentro de la aristocracia se combinaban con la adquisición de más tierras, algo que solo se podía lograr mediante la conquista de nuevos territorios (esa fue una de las causas de la llegada de los europeos a Canarias) o por la fusión de linajes a través de matrimonios entre sus herederos, como así sucedió con el gran movimiento de ese siglo con el casamiento en 1469 de Isabel I de Castilla con Fernando II de Aragón, los Reyes Católicos, quienes, en cierta manera, se pueden considerar el germen del futuro reino de España.

Canarias, o más bien Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro, fueron conquistadas en las primeras décadas del siglo XV con el permiso de la corona castellana, aunque sus derechos pasaron por diversas manos, mediante herencias y cambios, hasta que llegaron a la familia de las Casas, dinastía destacada de Sevilla, una ciudad de gran poderío comercial y naval en esa época. Inés de las Casas, madre de Ines Peraza, heredó parte del señorío de Canarias de Juan de las Casas, mientras la mayor parte se quedó en manos de otro familiar, Guillén de las Casas.

Peraza fue una mujer de poder en una época de fuerte dominio masculino

En aquella época, los señores eran como “representantes de la Corona a través de la aplicación de las leyes generales del reino”. Aunque el monarca se reservaba ciertas prerrogativas importantes, los señores tenían poderosas atribuciones: como designar los oficios públicos, ser propietarios de las tierras, recibir la quinta parte de los productos de exportación y explotar “las dehesas o por los monopolios”, como sucedió durante esta etapa con la codiciada orchilla. A cambio, los señores debían defender esos territorios e invertir en ellos, lo que hacía que Canarias fuera un señorío grande y deseado, pero difícil de gestionar.

Inés de las Casas se casó con Fernán Peraza, proveniente también de una familia sevillana con intereses en Canarias, lo que revela, de nuevo, “la importancia de las uniones matrimoniales en la sociedad de la época para alcanzar objetivos comunes”. Fruto de este matrimonio, en 1424 nació en Sevilla, como segunda hija del matrimonio, Inés Peraza de las Casas. En 1445 se casó con Diego García de Herrera, proveniente de otro destacado linaje sevillano. El destino le deparó varias sorpresas a Inés Peraza. El mismo año de su boda, 1445, Guillén de las Casas traspasó, por otras tierras sevillanas, sus derechos sobre Canarias a Fernán Peraza, padre de Inés, pero con poco tiempo de diferencia murieron tanto su hermano, Guillén, durante una batalla en La Palma (dando lugar a las famosas endechas de Guillén Peraza, pieza fundacional de la literatura canaria), y luego su propio padre, Fernán Peraza. Huérfana y sin hermano, Inés Peraza, junto a su marido, Diego García de Herrera, se convirtió en la Señora de Canarias con menos de 30 años, afrontando múltiples desafíos.

Problemas y divisiones

Inés Peraza de las Casas y su marido, Diego García Herrera, tuvieron que enfrentarse a diversos y poderosos contrincantes que dificultaban el control de sus territorios insulares atlánticos. Para empezar, no debemos olvidar que varias islas carecían de recursos naturales básicos, especialmente Lanzarote y Fuerteventura, mientras la navegación oceánica todavía no era un campo fácil y dominado en el siglo XV. El matrimonio Herrera-Peraza fue el primero de los señores de las islas en establecerse en Canarias en 1455, alternando con estancias en Andalucía, donde tenía importantes propiedades, y con desplazamientos a la corte, para defender sus intereses.

Desde el inicio, los Herrera-Peraza tuvieron que aplacar problemas internos, que dieron lugar tanto a las sublevaciones de los habitantes de Lanzarote y Fuerteventura, como a diversos movimientos antiseñoriales por parte de sus vasallos.

Por otro lado, varias coronas europeas no ocultaban sus ansias por Canarias, destacando los portugueses, con el Infante don Enrique, más conocido como Enrique el Navegante, a la cabeza, quien incluso logró dominar alguna isla temporalmente (Lanzarote y La Gomera). Con Inés ya como gran figura del señorío, los portugueses también mostraron interés por hacerse con las islas de su propiedad, pero que todavía no habían sido conquistadas: La Palma, Gran Canaria y Tenerife. Ahí residía otro de los grandes campos de batalla a los que se enfrentó la familia Peraza de las Casas, el dominio de los primitivos pobladores de las islas no conquistadas, en donde residían grupos de aborígenes muy grandes (hay estimaciones que elevan la cifra a varias decenas de miles en Tenerife y Gran Canaria).

El libro se presentará el 3 de junio, a las 19.00 horas, en la Biblioteca Insular

Aunque tuvieran superioridad tecnológica, los Herrera-Peraza no tenían un ejército tan poderoso como para hacerse con esas islas y tampoco lograron el deseado éxito a través de la táctica de intentar llegar a acuerdos con esas comunidades locales. Además, la aparición de los Reyes Católicos y su posición de fuerza obligaron a negociar a Inés Peraza, quien finalmente vendió sus derechos sobre La Palma, Gran Canaria y Tenerife a los monarcas Isabel y Fernando en 1477. Esta primera gran división del señorío de Canarias fue clave en la historia del Archipiélago, ya que supuso que se sucedieran siglos de grandes diferencias entre las islas de realengo (La Palma, Gran Canaria y Tenerife) y las de señorío (Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro), las cuales sufrían una carga impositiva mayor y un sistema de gobierno más estricto y anticuado.

Convento de San Buanaventura en Betancuria. Foto: Carlos de Saá.

Mujer de carácter

El perfil que mostró durante su vida Inés Peraza de las Casas hace alusión a una mujer de carácter fuerte que asumió el papel que le tocó de defender los intereses de su linaje tras la muerte de su padre y su hermano. Siempre mantuvo primero el apellido de su padre y trató de seguir su sueño, a pesar de que el señorío atlántico reveló que no daba grandes rentas y que las islas sin conquistar eran imposibles de controlar.

Aunque Diego García de Herrera fue clave, especialmente en las frecuentes expediciones militares, Inés Peraza no se refugió en su marido, de hecho, muchas veces tuvo que tomar decisiones duras y severas estando sola, porque su esposo se encontraba en Canarias o en la Península, durante los continuos viajes que debía tomar el matrimonio para mantener sus territorios.

Diego García de Herrera falleció en 1485, fecha en la que ya habían comenzado los problemas del matrimonio con sus herederos y que se fueron agravando con Inés Peraza ya viuda. Su hijo mayor, Pedro, al que se le había donado El Hierro se volvió contra ellos, litigando contra sus padres. En cambio, las relaciones sí fueron buenas con su segundo hijo, Fernán Peraza II, quien había casado con Beatriz de Bobadilla, por imposición de la reina Isabel la Católica. Pero de nuevo, el destino se torció para Inés Peraza, que, tras perder a su padre y hermano, volvió a sufrir el asesinato de un familiar cercano, su hijo Fernán Peraza II, en Canarias.

Siguiendo la senda de su vida, en la que siempre defendió con ahínco sus negocios y propiedades, los últimos años de Inés Peraza estuvieron marcados por los pleitos para impedir que Beatriz de Bobadilla se quedaran con terrenos legados a su hijo, tratando de beneficiar a sus otros hijos e hijas. El señorío sufrió nuevas divisiones entre la parte occidental y oriental, mientras los conflictos entre sus herederos se prolongaron más allá de su muerte, casi con 80 años, en 1503. Su complicado testamento estuvo sometido a más discusiones jurídicas, de manera que su voluntad también marcó parte del siglo XVI en varias islas de Canarias.

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