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El alma y la logística para casi 40.000 personas sin recursos en las islas orientales

Así es una jornada en el Banco de Alimentos, que se enfrenta al reto de que “la curva de beneficiarios haya subido mientras baja la de suministros”, dice su presidente

Gregorio Cabrera 0 COMENTARIOS 06/07/2021 - 07:17

El sol avanza hacia el mediodía cuando Ricardo Rodríguez traslada un cargamento de latas de salsa de tomate hacia la estantería correspondiente en el interior de la nave de más de mil metros cuadrados del Banco de Alimentos de la provincia de Las Palmas, situada a las puertas de Mercalaspalmas, y que se complementa con el almacén de 2.500 metros cuadrados en la zona industrial de Arinaga.

Estas dos instalaciones son parte del cuerpo de la organización que procura comida y bienes básicos a las familias más necesitadas de Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura. Ricardo Rodríguez es el alma, igual que las más de 130 personas voluntarias que se afanan para que al menos la voracidad de la crisis no se traduzca en hambre. “Siempre he tenido la ilusión de dedicar parte de mi tiempo a los demás, y aquí tengo la seguridad de que puedo ayudar”, explica este comerciante que ha pasado temporadas en Ghana antes de perderse por uno de los pasillos.

Y es que la necesidad no espera por nadie. Y ahora menos. El presidente del Banco de Alimentos provincial, Pedro Miguel Llorca, que encabeza además la federación nacional, explica con cara de circunstancias que la organización arrancó 2020 con alrededor de 20.000 beneficiarios. En la actualidad, son 38.000, más de 26.700 en Gran Canaria, 9.100 en Lanzarote y 2.400 en Fuerteventura, protagonistas de una preocupante fotografía de la realidad social y con el agravante de que “la curva de beneficiarios ha subido, pero la de suministros ha bajado”, algo que se debe en buena medida al delicado momento que atraviesan muchas de las empresas que históricamente han sustentado su labor.

Una furgoneta llega de nuevo a las puertas de la nave. Descarga en esta ocasión un palé con café. He aquí un símbolo de que es preciso mantenerse despiertos y alerta, pese a las dificultades. Y así es, porque el trajín no cesa en ningún momento para una entidad que funciona como una empresa de logística donde “no se cobra, pero te sientes gratificado”, subraya Llorca, aparejador y antiguo empresario de la construcción que se unió a la familia del Banco de Alimentos cuando unos amigos le invitaron a una charla y se animó a colaborar: “Esto es como una droga, porque sabes que ayudas a la gente...”.


Pedro Miguel Llorca ante la lista de productos.

Las dependencias son el corazón operativo del Banco de Alimentos y en ellas se vertebra una actividad que abarca tareas administrativas, de captación y relación con los donantes y con las entidades que se encargan de distribuir los alimentos, de la organización informática, gestión de albaranes, auditoría e incluso de formación.

Pero no habría Banco de Alimentos sin alimentos. Cerca del 70 por ciento de la base de la pirámide la constituyen las donaciones, fundamentalmente de empresas de la alimentación y la distribución, así como las ayudas voluntarias que emanan de la sociedad, a través de contribuciones directas en las llamadas operaciones kilo o aportaciones dinerarias altruistas, además de las subvenciones nominadas de las instituciones públicas, fundamentalmente del Gobierno de Canarias y el Cabildo de Gran Canaria. El Cabildo de Lanzarote, una de las islas más golpeadas por la crisis que desencadenó la pandemia, acaba de anunciar una subvención de 20.000 euros para el pago del alquiler de las instalaciones del Banco de Alimentos en la Isla y para la adquisición de productos.

Un 30 por ciento de los recursos del Banco de Alimentos procede del Fondo de Ayuda Europea para las Personas más Desfavorecidas (FEAD), financiado al 85 por ciento por Bruselas y al 15 por ciento por el Gobierno español y que distribuye directamente por los 56 Bancos de Alimentos del país el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente a través del Fondo Español de Garantía Agraria (FEGA).

Al límite

Fiel a la filosofía que motivó la creación de la primera entidad de esta clase en Estados Unidos, el Banco de Alimentos lanza la caña en el circuito de distribución y comercialización para hacerse con aquellas unidades que ya no pueden salir a la venta por múltiples factores, desde una fecha de caducidad cercana, pero que no impide su consumo con garantías en los hogares, pasando por los excedentes de producción, entre otros.


Trajín en el interior de la nave.

Como hoguera en la oscuridad, la pandemia encendió la mecha de las donaciones

Además, al ser una entidad declarada de utilidad pública, el Banco de Alimentos puede expedir certificados que permiten que las empresas obtengan bonificaciones fiscales que pueden elevarse hasta el cuarenta por ciento si se fidelizan y prolongan la colaboración al menos durante cuatro años consecutivos. Por otro lado, la entrega directa al Banco de Alimentos ahorra gastos de almacenaje, transporte o destrucción de cargas. También existen empresas que colaboran cediendo espacio para congelación o con traslados gratis en barco con destino a Lanzarote, donde la organización cuenta con dos almacenes en Altavista, en Arrecife, y Fuerteventura, caso de Boluda, Naviera Armas o Insular Express.

La crisis de la COVID ha llevado al límite, cuando no a la desaparición, a un porcentaje elevado de las empresas suministradoras que han permitido mantener una media de entre 4,5 y 5 millones de kilos anuales listos para el reparto en las tres islas en los últimos años y hasta marzo de 2020. Esta situación de supervivencia ha forzado a limitar la provisión de mercancías, lo que se traduce en menos probabilidades de que afloren alimentos y otros productos con destino al Banco. También se han reducido prácticamente a cero las bandejas elaboradas y listas para calentar y comer que venían de los restaurantes de los hoteles.

Aunque no logra compensar el vacío de las grandes empresas de distribución y alimentación, Llorca señala que la solidaridad ciudadana se encendió como una hoguera en la oscuridad el pasado año, lo que se tradujo en una cascada de donaciones, de transferencias por Bizum, de personas que hacían una compra y la acercaban hasta la nave o de personas que pedían que para su cumpleaños entregaran dinero para el Banco de Alimentos.

“Un paliativo”

El ir y venir prosigue en la nave. Los teléfonos no dejan de sonar en la oficina. Entran y salen mercancías. Llorca firma documentos de aquí y otros que le llegan de la Península, cumpliendo con su labor como nuevo presidente desde mayo de la Federación Española de Bancos de Alimentos (FESBAL). Se pesan cajas de fruta en la báscula. En la sala de formación, el técnico Ignacio Lordán, del Servicio Canario de Empleo, da una charla a responsables de algunas entidades colaboradoras de reparto, las cuales seleccionan a las familias destinatarias de la ayuda.


Pesado de alimentos.

La crisis ha tenido un fuerte impacto en las empresas colaboradoras de la entidad

El Banco de Alimentos solo trabaja con entidades de reparto debidamente certificadas entre las que se cuentan oenegés, asociaciones vecinales o parroquias, además de los ayuntamientos. “Nosotros no tenemos contacto directo con los beneficiarios”, matiza Llorca, que puntualiza que se siguen estrictos protocolos de seguimiento para verificar el uso adecuado de cada kilo que sale de cualquier nave o de las que se entregan directamente a las asociaciones colaboradoras en el muelle de Puerto del Rosario.

Margarita Reboso puede dar fe de este celo. Maestra jubilada del Instituto de Las Huesas de Telde, colabora desde hace tres años con el Banco de Alimentos y forma parte del equipo de auditoría. “Me he dado cuenta de la dedicación y esfuerzo que ponen los voluntarios. Es sorprendente. Y también he podido conocer un poco otra realidad, visitando los lugares donde se reparten los alimentos”, señala poco antes de zambullirse en documentos.

“Somos un paliativo”, recuerda Llorca, que comenta que la organización “lucha contra el despilfarro y el desperdicio” y lo hace “como una gran familia”, como asiente Amelia Baeza, otra voluntaria, que acaba de culminar su horario de ayuda en una colaboración que vive “como una gran satisfacción personal”. Abren para ella la puerta trasera de la nave, que expande a su vez la vista hacia el Valle de Jinámar y al sur de Gran Canaria y a esa realidad exterior donde llegó el momento de andar por la calle sin mascarilla y respirar a bocanadas. Mientras, una parte creciente de la población permanece asfixiada por el desempleo y la necesidad, pendiente de lo que se consigue en una nave escoltada por palmeras en el acceso a Mercalaspalmas.

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