TRIBUNA

Baloncesto 30 años después

José Juan Romero 0 COMENTARIOS 09/07/2014 - 07:52

El 10 de mayo de 1986 el Real Madrid de Baloncesto se adjudicaba la Liga ACB tras ganarle la final al Barcelona por dos puntos de ventaja  en la Ciudad Condal, 86-88. Los blancos de Lolo Sáinz, con el inolvidable Fernando Martín, Corbalán, Iturriaga, Romay, Biriukov, Wayne Robinson... se imponían a los blaugranas de Epi, Solozábal, Chicho Sibilio, De la Cruz...

Por esos días, la cancha de baloncesto de un colegio de Lanzarote rebozaba felicidad. Después de mucho tiempo, el equipo infantil del Colegio Nacional Adolfo Topham, formado por niños nacidos en 1972 y 1973 y entrenado por Federico Betancort Rivera, vencía al colegio que más éxitos deportivos cosechaba por esa época y que siempre ganaba en baloncesto, el Generalísimo Franco, y se proclamaron campeones de la isla. Y no quedó ahí, porque en el curso siguiente el Topham volvió a ganar con la generación del 73-74.

En mayo del 86, en el suelo de asfalto del Topham los integrantes del equipo campeón se afanaban por botar y pasar como Corbalán, encestar triples como Epi y fajarse debajo de los aros como Fernando Martín. En unas semanas participarían en el Campeonato Regional de Baloncesto Escolar de Canarias, que se celebraría en Tenerife, en  Los Cristianos, lo que supondría el primer viaje fuera de Lanzarote sin sus familias para muchos de aquellos chicos de los barrios de Altavista, Valterra, La Vega...

Las semanas previas se hicieron interminables y, finalmente, tanta inquietud se vio recompensada con una competición y una organización que superó con creces todas las expectativas. Concentración de cuatro días en un hotel de tres o cuatro estrellas, que para la mayoría de ellos, que pisaban por primera vez un establecimiento de ese tipo, perfectamente podía tener cinco estrellas superlujo. Y, lo mejor, partidos en canchas cubiertas, tableros de cristal, aros flexibles...algo a lo que todavía no estaban acostumbrados en Lanzarote. La ironía de esa alegría es que sólo ganaron el partido que jugaron fuera del pabellón, compitiendo por una discreta quinta plaza, que al final obtuvieron.

El hecho de medirse con los mejores de otras islas y de no obtener un mejor resultado no trajo abajo el gran sueño infantil de llegar a lo más alto en su deporte, y que podía ser una plaza en el futuro en el C.B Canarias que ascendió ese año a ACB o en el Claret, que perdió esa categoría en esa temporada. Harían falta más años, más derrotas, algunas en el último segundo, y más catarros, más esguinces y comprobar que el prometedor estirón de los primeros años no superaría el metro noventa para que empezara a desvanecerse la gran fantasía deportiva de la infancia que para muchos de ellos había comenzado un viernes 14 de junio de 1985.

Esa tarde de fin de curso se preparaba una fiesta de baloncesto en un barrio de Arrecife. Antes de la pachanguita de todas las tardes, un partido de la Selección Española en la tele, jugándose el paso a una final por tercer año consecutivo, esta vez  en el Eurobasket de Alemania, después de la plata de las Olimpiadas de Los Ángeles y el europeo de Francia. Checoslovaquia parecía un rival asequible y aunque el partido marchó igualado nunca se pensó en perder, hasta que a falta de 4 segundos el tiro de tres de Epi no entra y no se puede provocar la prórroga.

El sabor de la derrota inspiró en aquellos pibes una reacción de furia y un conjuro descomunal: dedicar todo el tiempo posible al baloncesto, llegar a la selección y no perder ningún partido. Qué pena que no fue así, porque el siguiente escenario de esa tarde, muy propio del tercer mundo, hubiera quedado muy bien en un documental de cine: cancha en un solar de tierra en la calle Sevilla, con una llanta de bicicleta haciendo de aro y una decena de chinijos enterregados imaginándose en las mejores canchas del país.

Menos mal que siete años más tarde, contemplando la derrota más humillante de la Selección Nacional, el España 63-Angola 83 de las Olimpiadas de Barcelona de 1992 que dejó a la Roja en el noveno lugar, otra generación que entonces tenía 12 años se conjuró a su manera y se convirtió en la más brillante de la historia de este deporte, con los Gasol, Reyes, Navarro, Calderón... que nos traerían el oro en el Mundial de Japón de 2006, la plata en las Olimpiadas de China en 2008... Y que hicieron posible, como a otros miles de españoles, que los integrantes de aquellos dos equipos siguieran amando el baloncesto para siempre.

Por eso, cuando el entrenador de esos dos equipos,  Federico Betancort Rivera (una persona a tener en cuenta cuando se hable de trabajo con la cantera del baloncesto en esta isla), lanzó la convocatoria a través de whatsapp,  unos meses antes de la fecha elegida para el reencuentro, provocó la misma ola de entusiasmo y motivación que para los convocados precede un acontecimiento vital. Los caminos de una quincena de lanzaroteños volvían a coincidir en una cancha de baloncesto.

Volvieron al mismo sitio donde se conocieron, donde crearon el sueño de su infancia y desde donde partieron por sendas dispares detrás de nuevos sueños en las tres últimas décadas. El sábado 28 de junio de 2014, en torno a las 7 de la tarde, comenzaron a reaparecer por la puerta del Pabellón de la Ciudad Deportiva. Algunos no se veían desde hacía 20 años. Alguno se desplazó desde Tenerife, donde ahora reside,  y otros se mueven por circuitos diferentes en esta pequeña isla y no coinciden nunca. Por delante, dos horas de baloncesto y una cena para resumir lo vivido por cada uno y recordar el tiempo compartido. Aunque el sueño más grande de cada uno, la selección, no se alcanzó, el más importante del equipo, la amistad, sí que se consiguió y se volvió a celebrar en el encuentro preparado por el entrenador. Continuará.

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