“Para no leer con quinqué, me acostaba pronto y estudiaba con la primera luz”
Mary Censa Ferrer, doctora en Física Nuclear
Si hay en la historia reciente de Lanzarote una mujer adelantada a su tiempo en lo que se refiere al seguimiento de una irrevocable vocación científica, esa es Mary Censa Ferrer. Doctora en Física Nuclear y pionera en el manejo de los lenguajes de programación y la aplicación informática a la actividad investigadora, hoy jubilada, recuerda desde su residencia en Roma una infancia de necesidades, pero feliz y estimulante, y una trayectoria académica y profesional digna a todas luces de mayor reconocimiento.
Desde 2016, cada 11 de febrero se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, promovido por UNESCO y ONU-Mujeres en colaboración con instituciones y sociedad civil. Se busca así promover las denominadas “vocaciones STEAM” -Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Arte y Matemáticas, en sus siglas en inglés- entre el alumnado femenino, con el fin de paliar la fuerte masculinización de este sector del conocimiento y la investigación.
La falta de referentes entre las jóvenes es uno de los argumentos más repetidos para explicar esta ausencia de mujeres en las aulas de ciencias, un agujero negro que responde en muchos casos al anonimato y al desinterés por los logros femeninos en este campo, que ha devenido en ceguera colectiva. La trayectoria de la lanzaroteña María Lorenza (Mary Censa) Ferrer, doctora en Física Nuclear y pionera en el manejo de los lenguajes de programación y la aplicación informática a la actividad investigadora, es una buena muestra de ello.
Con la advertencia por delante: -Tengo pocos recuerdos de mi infancia-, Mary Censa se sumerge en la memoria de cerca de 80 años de intensa vida personal y profesional que comenzó en San Bartolomé el 14 de junio de 1942, en plena y durísima posguerra y con la II Guerra Mundial en su cenit. Cuando nació, sus padres habían perdido ya a dos niñas muy pequeñas, una de las cuales llevaba el nombre de María Lorenza, que ella también recibió, aunque muy pronto y para siempre empezaron a usar el diminutivo cariñoso por el que se la conoce.
La primera imagen que rescata de su infancia es una foto en sepia que suena a Chopin o a Pachelbel y que finaliza de manera trágica: “Teníamos un piano que mi madre había recibido como regalo de su hermana mayor y en el que interpretaba sencillas melodías. Ella amaba tocar y yo amaba más aún estar a su lado en aquellos momentos. Tenía unos cuatro años cuando alguien entró en el salón y me cogió en brazos, mientras mi madre corría fuera de casa: mi hermano mayor, de 12 años, había sufrido un accidente mortal”.
La madeja de evocaciones refleja con la nitidez de un espejo la dura vida en el Lanzarote de mitad del siglo pasado: “La nuestra había sido la casa de nuestros tatarabuelos. Uno de ellos, según el relato materno, había cedido parte del terreno para hacer una plaza, con la condición de recibir el agua que corriera por ella durante las pocas lluvias. Así, recuerdo ocasiones en las que nuestro patio se convertía en un lago. Mi padre, persona muy generosa, no negaba un balde de agua a quien lo necesitara”.
A los valores del padre se sumó en la educación de Mary Censa el espíritu piadoso de la madre, que se hacía acompañar por la niña cuando acudía a la iglesia: “Yo era muy sensible y los sermones de la época me hacían llorar con facilidad, tanto que mi madre llegó a temer que, con el tiempo, sufriese del corazón. Tengo recuerdos bellos de cuando pasaban por mi casa las hermanas de la Caridad, que periódicamente recorrían la Isla pidiendo ayuda. En nuestro hogar siempre encontraban acomodo para una noche”, relata.
De su paso por la escuela, a la que asistió desde los cinco años, la científica guarda malos y buenos recuerdos, “del párroco, que cuando llegaba la hora de religión, a menudo nos hablaba del infierno, y yo me sentía mal; y de mi madre, que empezó a organizar obritas de teatro con niñas, muchas de ellas compañeras de clase, que no veían el momento de terminar el colegio para merendar y correr a jugar a nuestro patio, a la espera de los ensayos”. Y al hilo de aquello rememora cuando, cumplidos los ocho años, volvía junto a otras tres amigas de Mozaga, de practicar para un pequeño musical, y se encontraron con un conocido de su hermano que iba en bicicleta “y milagrosamente, consiguió llevarnos a las cuatro”.
Mary Censa con sus primas.
Bachillerato en Arrecife
La pequeña Mary Censa mostró muy pronto altas capacidades para el estudio, por lo que a los 11 años, cuando su hermano mayor dejó el bachillerato en el Instituto de Arrecife, la familia la animó a que se matriculara. Por su corta edad hizo el primer curso por libre y comenzó el segundo a los 12 años, algo poco usual. Tampoco sus rutinas se parecían a las de sus amigas del pueblo; de lunes a viernes vivía en Arrecife con sus tías, y el sábado, muy temprano, cogía la guagua para volver a San Bartolomé, donde pasaba el fin de semana. “No había un servicio de transporte que hiciera el recorrido cada día y también estaba la cuestión económica, aunque muy pronto pude recibir una beca de estudios”. Nada era fácil: “La luz eléctrica llegó a San Bartolomé años más tarde. Para no leer con quinqué o farol prefería ir pronto a la cama y estudiar con las primeras luces del día”, asegura.
“Durante el Bachillerato, varios profesores me animaron a cultivar mi facilidad para las matemáticas”
Pese a todo, de este periodo, la científica conserva un óptimo recuerdo: “Varios profesores me animaron a cultivar mi facilidad para las matemáticas. Terminé el bachiller elemental e hice el ingreso en la Escuela de Magisterio de Las Palmas. El verano siguiente me examiné de algunas asignaturas del primer año mientras iniciaba el bachiller superior. Y fue entonces cuando me di cuenta de que, con la beca del Estado, podría ir a la universidad”. El primer paso de un futuro nunca imaginado se había dado.
El segundo llegó cuando, durante el preuniversitario de Ciencias, en Santa Cruz de Tenerife, su profesor de Filosofía la convenció para estudiar Física en lugar de Matemáticas, y así destinar su facilidad para el cálculo a aplicaciones menos teóricas. “Fue en aquel momento cuando decidí dar un giro a mi formación; debo decir que, de la figura del lanzaroteño Blas Cabrera como padre de la Física experimental española, no supe hasta algo más tarde, cuando tras cursar el primer año de Ciencias en la Universidad de La Laguna, me trasladé a hacer Física a la Universidad Complutense de Madrid”, explica.
Pese a todo, aquella muchacha adolescente con la cabeza llena de fórmulas y muchos sueños por cumplir también encontraba tiempo para el disfrute, en actividades propias de la época que le tocó vivir. Recuerda bien a los tiradores de Ifni “que animaron los veranos de 1957 y 1958 a su paso por Lanzarote, camino de Marruecos. Nuestras plazas se llenaron con chicos casi de nuestra edad, que iban a la guerra, aunque pocas de nosotras éramos conscientes de este hecho”. También guarda la memoria de los guateques en casa “con el baile de la escoba y sonando algunas teclas del piano, porque entonces estaba prohibido por la Iglesia frecuentar los bailes del Casino”.
De sus años en Madrid, Mary Censa menciona sobre todo “que estudiaba mucho porque tenía que conservar la beca”
De sus años en Madrid, Mary Censa menciona sobre todo “que estudiaba mucho, porque tenía que conservar la beca”. También evoca su vida cotidiana en el Colegio Mayor femenino que fue su residencia, las dulces primaveras madrileñas y la ayuda que prestaba a los compañeros para preparar los exámenes finales, compartiendo su sabiduría al modo en que su padre repartía baldes de agua. Y aunque la convicción general imagina aulas científicas vacías de alumnado femenino, la lanzaroteña asegura que en aquel segundo curso que dio inicio a su experiencia lectiva en la capital, de las 250 matrículas casi la tercera parte correspondía a chicas, “una gran parte de las cuales llegaría a licenciarse”.
A su San Bartolomé natal volvía solo en los meses de verano: “Los ensayos y los paseos por la plaza del pueblo ocupaban gran parte de nuestro tiempo. En casa, sustituía a mi madre en su trabajo en la centralita de teléfonos, que estaba en casa, mientras me dedicaba a la lectura. Y no fue hasta el año 1971 cuando conseguí que pudiera dejar aquella ocupación y recibiera una pensión”, relata.
Equipo científico del experimento Kloe.
Primeras computadoras
Para la redacción de la tesis de Licenciatura, que obtuvo en el año 1965, Ferrer frecuentó el laboratorio de la Junta de Física Nuclear, que había sido creada el año anterior, un centro de investigación situado en la ciudad universitaria y dedicado en gran medida al desarrollo de un reactor nuclear. Fue entonces cuando tuvo su primer contacto con la informática y los lenguajes de programación, en un curso que ofertaba la empresa norteamericana IBM, la cual había desarrollado calculadores a los que se accedía con fichas perforadas, una para cada línea de programación. “Entendí muy pronto que aquel era el espacio idóneo para el desarrollo de mis aptitudes para la lógica matemática. Y efectivamente, en toda mi actividad científica he mantenido los vínculos con las computadoras, que prácticamente he visto nacer”, dice.
Para la tesis de Licenciatura, que obtuvo en el año 1965, Ferrer frecuentó el laboratorio de la Junta de Física Nuclear
Su decisión de seguir el curso de Doctorado en ese mismo laboratorio, fue, como en tantas ocasiones, el resultado de un impulso espontáneo: “Mi familia me apoyaba siempre y la vida me facilitaba las cosas. Nunca me gustó la responsabilidad de enseñar en un aula, pero sí la de trabajar con un grupo de investigación”. Para la obtención del título de doctora en Física de las partículas elementales, viajó en varias ocasiones al centro de Cálculo de La Sorbona, en París.
También fue fruto del azar que la estudiante lanzaroteña se encontrara en el lugar adecuado y en el momento correcto. Según su narración, al término de la segunda Guerra Mundial, con la intención de librar al mundo de la bomba nuclear, cuyos letales efectos se habían exhibido en Japón, la comunidad científica europea propuso la creación de un centro internacional para estudiar la Física Nuclear con aplicaciones de paz, y para atajar de paso la fuga de cerebros a Estados Unidos producida durante y después de la contienda.
Se denominó Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire (CERN) y su sede se instaló en Ginebra, al haberse mantenido Suiza como país neutral en las dos guerras mundiales. Doce países europeos, entre ellos España, suscribieron la participación y Ferrer construyó sus proyectos de licenciatura y doctorado sobre el análisis de datos provenientes de experimentos realizados allí. En la actualidad cuenta con 22 estados miembros y constituye el laboratorio de investigación de partículas elementales más importante del mundo.
“Mi primer trabajo en Roma fue crear un centro de cálculo con las primeras computadoras de pequeño tamaño, recién aparecidas en el mercado”
En lo personal, el CERN también tuvo un impacto trascendental en la vida de Mary Censa, pues fue en un encuentro para jóvenes físicos que se organizaba cada año en un país y que en 1968 se celebró en El Escorial, donde la científica conoció a Rinaldo Santonico, con quien contrajo matrimonio en 1971, para trasladarse a vivir a Roma a continuación.
“La decisión no fue fácil. Mis padres se habían acostumbrado a tenerme lejos, pero al menos durante el verano estaba con ellos. Y cada vez que volvía a Italia después de un mes de vacaciones en Lanzarote, me sentía angustiada por dejarlos solos. Pedí ayuda a primas y amigas para que frecuentaran la casa y compartieran con mi madre los juegos de baraja. Pero mis padres estaban contentos, tenían a mis hermanos, me veían realizada, confiaban en mi marido y siempre pude organizarme para estar presente en casa en los momentos importantes”, defiende. De los más de cincuenta años transcurridos desde que se mudó a Roma, solo ha faltado tres veranos, “pero a cambio, recibí la llegada del año 2000 en mi pueblo natal”.
Con las mujeres de su familia, en el cambio de milenio.
Campos reverdecidos
De Lanzarote, confiesa entender su nueva realidad, el abandono de la tierra por un salario asegurado a cargo del turismo. Pero dice que le gustaría ver más paneles fotovoltaicos, “quizás escondidos en el negro del volcán”. “Amo los arenados regados con agua depurada y espero que las nuevas tecnologías de captación de la humedad atmosférica puedan de nuevo hacer reverdecer sus campos”.
Ninguna de las tres hijas ha seguido la vocación de sus progenitores en el campo de la Física
Desde la perspectiva que da la vida vivida en laboratorios, Mary Censa Ferrer considera que el mundo de la investigación no es un ambiente especialmente masculinizado, aunque reconoce que, en ocasiones, “es difícil combinar la gestión familiar con una actividad que en algunos momentos requiere dedicación plena”. “Muchas veces el teléfono me echó fuera de la cama, o esperé a que las hijas durmieran para escapar unas horas, cuando mi marido estaba ocupado en otras responsabilidades y era imposible el trabajo online en un mundo no informatizado”, reconoce. También considera que la comprensión recíproca es fundamental para la conservación de una relación sana, y que la “paciencia” femenina puede jugar un importante papel, “si bien es cierto que todavía se nos pide a las mujeres un mayor esfuerzo en los cuidados”.
Ninguna de sus tres hijas ha seguido la vocación de sus progenitores, aunque la orgullosa madre aclara que “trabajan en ambientes en los que la contribución femenina es importante, tras formarse respectivamente en Ciencias Políticas, Biología y Psicología, y Canto lírico”. En retrospectiva, solo siente “que mientras que para nosotros hubo siempre un progreso respecto a nuestros padres, la situación económica mundial no se lo permita a las actuales generaciones”.
El reconocimiento de los títulos universitarios españoles en Italia no era, a mitad del siglo XX, una tarea fácil, pese al acuerdo entre Franco y Mussolini que preveía una comisión ministerial para decidir las convalidaciones. Mary Censa Ferrer tuvo que pasar un examen extra en aquel país y gracias al doctorado por la Complutense pudo licenciarse en Física de partículas por la Universidad de Roma, con una tesis que analizaba datos experimentales obtenidos en el Laboratorio Nacional de Frascati del Instituto Nazionale di Fisica Nucleare (INFN). Allí obtuvo plaza como investigadora en 1977 y en sus laboratorios transcurrió su vida laboral hasta la jubilación en 2009.
“Mi primer encargo fue crear un centro de cálculo pionero, con las primeras computadoras de pequeño tamaño, recién aparecidas en el mercado, que permitían la creación de terminales inteligentes, eliminando las fichas perforadas y permitiendo una mejor comunicación con el ordenador central. La evolución hacia equipos con mayor potencia y accesibles económicamente, permitió en poco tiempo la creación de una estructura de cálculo autónoma, que dirigí mientras seguía con mi actividad investigadora”, explica.
En paralelo, participó en las primeras tentativas de crear una red de comunicación que permitiera transferir datos desde el Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire (CERN) al INFN, en Italia. “La investigación fue completada con éxito y utilizada hasta la aparición de la World Wide Web (WEB) de Tim Berners-Lee, en 1991”, señala.
La lanzaroteña fue también coordinadora del grupo de toma de datos del experimento KLOE (K-Long-Experiment), nombre que alude al mito de Dafnis y Cloe, narrado por el escritor griego Longo, en el siglo II. Se trata de un acelerador de partículas compuesto por dos anillos de 100 metros donde giran haces de electrones y positrones. “Fue un trabajo muy creativo, donde la contribución femenina era importante. Puedo subrayar el hecho de que también la coordinadora del análisis de datos era una científica; y en el propio CERN, la única persona elegida en dos mandatos sucesivos hasta el año 2024 fue una mujer”, reivindica.
En la trayectoria de Mary Censa destaca igualmente su participación en el grupo de toma de datos del experimento ATLAS, de esa misma entidad europea, un trabajo colaborativo con más de 3000 profesionales de la física, la ingeniería y las matemáticas, de diferentes nacionalidades y culturas, “con la única intención de hacer buena física”.
Comentarios
1 Pepe Jue, 20/02/2025 - 08:04
2 Mariano Jue, 20/02/2025 - 08:35
3 Remi Jue, 20/02/2025 - 09:06
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