OTRA HISTORIA DE CANARIAS
Por Mario Ferrer
La antropóloga Gloria Cabrera Socorro investiga en el libro ‘Somos costeras’ el papel clave y multifuncional de las mujeres en estas comunidades marineras de Canarias
Frente a la atención que la historia más clásica dedica a grandes hechos políticos o transformaciones económicas, la etnografía o la antropología tienen el atractivo de centrarse más en el día a día de la cultura popular de una zona. Otro punto de interés es que estas disciplinas de las ciencias sociales se focalizan menos en las clases pudientes, para ocuparse de las más amplias y humildes, pero con menos presencia en los discursos institucionales. En este espacio más secundario y menos estudiado podemos situar a grandes sectores de la población de Lanzarote y Fuerteventura, que tradicionalmente estuvieron dedicados a la pesca, la agricultura o la ganadería.
Sobra decir que, en un sociedad tradicionalmente patriarcal y machista, la mujer ha estado más alejada de la atención oficial, olvidándose o infrarrepresentándose gran parte de su aportación en el funcionamiento de estas comunidades. Desafortunadamente, carecemos de abundantes estudios de etnografía y antropología para Lanzarote o Fuerteventura, aunque la buena noticia es que se acaba de añadir un interesante estudio a este campo con Somos costeras, un libro de Gloria E. Cabrera Socorro, que indaga en el papel de la mujer en el amplio mundo de la pesca de Canarias.
La autora señala desde el inicio que su obra busca saltar la “invisibilización oficial de la mitad femenina de las poblaciones pesqueras”. Un libro que sigue el cambio de paradigma motivado por “el auge de los movimientos feministas (...) que junto a la incorporación de mujeres al campo de la investigación social y otros sectores extractivos pesqueros (...) han contribuido a iniciar un cambio de óptica y sensibilidad hacia el sincero reconocimiento del papel jugado por tantas mujeres en dichas comunidades y a quienes tanto debemos”.
Aunque el libro se adentra en muchos campos del sector de la pesca, como las conserveras o la administración de las empresas pesqueras, o el actual papel de la mujer en las tareas de captura o la acuicultura, en este artículo solo nos centraremos más en el histórico papel de la mujer en los pueblos de raíces marineras que ya han casi desaparecido de Canarias. Hablamos de localidades de Lanzarote, La Graciosa o Fuerteventura como Caleta del Sebo, Cotillo, La Tiñosa, Jandía, Caleta de Famara, Pedro Barba, Gran Tarajal, Órzola, Playa Blanca, Corralejo, Pozo Negro o El Golfo.
El libro tiene especiales referencias a La Graciosa, ya que su autora estudió esta comunidad en los años noventa en su tesis doctoral. Desde 2003, la antropóloga Gloria E. Cabrera Socorro da clases en la Universidad de La Laguna, realizando diversas investigaciones centradas en las poblaciones pesqueras, al tiempo que ha desarrollado también una carrera como poeta.
Somos costeros
Una de las canciones más populares del folclore de Canarias se titula Somos costeros y menciona en una de sus estrofas: “A él le toca pescar en el agua, y me toca pescar a mí en tierra”. El himno, compuesto a partir de la letra del escritor Pancho Guerra, reconoce una clara diferenciación del trabajo, en base al género, que se ha cumplido en muchas localidades pesqueras del planeta.
Se reivindica el valioso trabajo de la mujer costera frente a su invisibilización
Esta arraigada división del trabajo dejaba las múltiples tareas de tierra para la mujer, mientras el hombre se encargaba de las capturas en el mar, con largas estancias o jornadas fuera de casa. Frente a la imagen solitaria del pescador varón como pieza única, la autora plantea adecuadamente que “la pesca tradicional o artesanal es, por lo general, una producción doméstica de mercancías en la que participan normalmente no solo los hombres, sino, por contra, todos los miembros de los grupos domésticos implicados”.
Las familias eran, en cierta manera, como tripulaciones de un mismo barco en el que todos tenían que contribuir para llegar a buen puerto: hombres, mujeres, ancianos/as, niños/as. Desde la captura de carnada a la confección y/o reparación de las artes los barcos, pasando por la conservación y venta del pescado, la cooperación intrafamiliar era básica.
En definitiva, la pesca tradicional era en cierta manera una empresa familiar en la que todos debían participar. Pero es que además, las mujeres del mar tenían, y de algún modo siguen teniendo, una “doble jornada”, puesto que han estado tanto al frente de la búsqueda de fuentes alternativas de ingresos, como del enorme trabajo casero que suponía el cuidado de menores, mayores y casa durante la ausencia de los varones: alimentación, sanidad, educación, limpieza, etc.
La enormidad de estas cargas domésticas, más la inestabilidad de la pesca y el ancestral subdesarrollo de estas islas llevaba a una potenciación de la red de colaboración entre mujeres de cada comunidad, una suerte de matriarcado de supervivencia que permitía afrontar mejor las dificultades del día a día.
Imagen del fotógrafo Javier Reyes de un grupo de mujeres de La Graciosa bajando el Risco de Famara. Fotografía de los años 50 aproximadamente.
Sal, lapas y jareas
En las antiguas aldeas marineras de las que estamos hablando la mujer cumplía multitud de funciones. Una de las más habituales era el marisqueo, principalmente de lapas y burgaos, aunque también podía tratarse de mejillones, clacas, carnaíllas, etc.
Gloria Cabrera Socorro recoge en el libro el testimonio de mujeres veteranas de La Graciosa que, por ejemplo, recordaban no solo mariscar habitualmente en muchos rincones de esta isla, sino también trasladarse con padres y hermanos a otros islotes cercanos como Alegranza y Montaña Clara, o incluso al archipiélago portugués de las Islas Salvajes para mariscar.
Las mujeres de los pueblos costeros tenían y siguen teniendo una “doble jornada”
La venta de las capturas no producía grandes beneficios económicos, pero sí tenía la ventaja de poder secarse y conservarse para su venta y consumo en el futuro. No solo se trataba de coger el marisco o venderlo fresco, la conservación también conllevaba varios trabajos, especialmente la de los burgaos, a los cuales había que sancochar primero, para luego desconchar con mucha paciencia y finalmente meter en vinagre o escabeche.
Además de para su consumo o venta, la sal era otro producto esencial para la conservación de los alimentos, sobre todo pescado, ya que era una de las pocas maneras que existían antes de la llegada de los frigoríficos. La tarea de recoger sal natural de la costa era principalmente femenina y, a veces, también conllevaba trabajos extra para preparar los charcos donde se secaba el agua para formar la sal.
Otra función esencialmente femenina era la de la conservación del pescado y marisco, en caso de no ser consumido o vendido fresco. Siendo estos productos tan perecederos, la solución tradicional en estos pequeños pueblos era su secado en diferentes versiones, aunque siempre conllevaba laboriosos procesos. Para empezar, había que limpiar el pescado y abrirlo si se querían realizar jareas, las cuales además debían ser atendidas puntualmente durante el secado al sol.
Otro producto parecido era el de los pejines. A todas estas tareas, las mujeres añadían otras fuentes de ingresos estacionales o puntuales de naturaleza muy variada con las que almacenar ahorros, puesto que la pesca de los hombres tampoco garantizaba una seguridad absoluta, muy al contrario, eran frecuentes los malos años motivados por causas de todo tipo, desde la meteorología a la propia salud de los pescadores.
Imagen de Peter y Matilde Hastreiter de las mujeres de La Caleta de Famara lavando ropa en el pozo situado junto a la playa. Fotografía de los años 70 cedida por Memoria Digital de Lanzarote.
El cambio turístico
El mundo tradicional de los pueblos pesqueros de Lanzarote, Fuerteventura y La Graciosa comenzó a cambiar de forma radical a partir de los años sesenta, con el turismo de masas como principal motor de esa transformación, aunque con diferentes ritmos dentro de Canarias.
En las últimas décadas la mujer se ha adentrando en el ámbito de la pesca desde diferentes ámbitos que también se tratan en el libro: gestión de empresas pesqueras, integración en las labores de captura, acuicultura, etc.
El libro finaliza no solo advirtiendo de la desaparición del rico mundo cultural asociado a la pesca tradicional (modos de vida, mentalidades, relaciones con el medio, patrimonio material e inmaterial…), sino también de los complicados retos que tiene el sector pesquero local y artesanal de Canarias para asegurarse su futuro. Estas potenciales pérdidas supondrían tanto una merma de la identidad como de las posibilidades de soberanía alimentaria y socioeconómica del Archipiélago.
Portada del libro ‘Somos costeras’, de 2022.
Comentarios
1 Uno del Charco Sáb, 28/01/2023 - 10:10
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