1 COMENTARIOS 25/06/2023 - 09:26

La conquista de Canarias tuvo mucho que ver con el afán de la nobleza europea de ampliar sus riquezas y territorios. A finales de la Edad Media, en un mundo marcado por las herencias y los matrimonios de conveniencia entre los linajes de poder, la nobleza tenía una de sus mejores opciones de mejora en la conquista de nuevas tierras en nombre de algún monarca. Ese fue uno de los motores que impulsó el redescubrimiento y la definitiva conquista europea de Canarias a partir de 1402, teniendo un especial escenario en las islas de Lanzarote y Fuerteventura, que fueron de las primeras en ser conquistadas.

Condes, duques, marqueses y demás miembros de la aristocracia aspiraban a ampliar o a formar algún señorío, como hizo Jean de Bethencourt tras llegar a Lanzarote en 1402 y lograr la conquista de Fuerteventura unos pocos años más tarde con el beneplácito del rey de Castilla.

Pero los señoríos no eran fáciles de mantener, especialmente en el caso del que hablamos. En Canarias se mezclaban muchos factores, como las aspiraciones de conquista nada disimuladas de los nobles portugueses, el paulatino interés en el Archipiélago de la propia corona castellana, las dificultades para conquistar las otras islas de Canarias con más población aborigen (La Palma, Gran Canaria y Tenerife) o la creciente presión pirática, además de los escasos réditos que daban las islas más orientales de Canarias.

Desde el mismo tiempo de Jean de Bethencourt, quien tuvo serias disputas con su compañero de conquista, Gadifer de La Salle, diferentes casas y dinastías se sucedieron en Canarias, entre herencias, ventas y cambios, aunque todos los propietarios coincidieron en el hecho de que se enfrentaron a graves problemas en la gestión de las islas.

Los últimos dueños de los derechos completos del Archipiélago, el matrimonio formado por Inés Peraza de las Casas y Diego García de Herrera, dividieron sus posesiones en varias partes. Por un lado, en 1477 tuvieron que vender, de manera un tanto forzada, a los Reyes Católicos las islas de La Palma, Gran Canaria y Tenerife, ínsulas de grandes recursos pero que no habían logrado conquistar ante la resistencia armada de sus pobladores originales.

Mariana Manrique fue una mujer independiente que manejó el marquesado

Por otro lado, repartieron las otras islas entre sus hijos, legando las islas de La Gomera y El Hierro a los nietos de su hijo Fernán Peraza el Joven, mientras Lanzarote y Fuerteventura fueron repartidas en doceavas partes entre tres de los hijos restantes.

Hay que recordar que los propietarios de señoríos actuaban como representantes de la corona, pero disponían de un alto grado de autonomía a la hora de gobernar y explotar sus territorios y poblaciones. A cambio debían encargarse de la protección de esas tierras.

Imagen actual del Palacio del marqués Agustín de Herrera y Rojas en Teguise. Cedida por Víctor Bello.

Agustín de Herrera

Fue un descendiente de Inés Peraza, Agustín de Herrera y Rojas (s. XVI-1598) quien de nuevo logró aglutinar bajo su dominio casi todo el señorío oriental de Canarias en la segunda mitad del siglo XVI. Gracias a su buen hacer militar, especialmente en África, y también a las dotes obtenidas con sus matrimonios, Agustín de Herrera y Rojas no solo pudo reunificar Lanzarote y Fuerteventura, sino que fue nombrado primer conde de Lanzarote en 1567 por Felipe II.

La confianza del rey español, fundamentada en sus méritos soldadescos durante la mejor época del imperio hispánico, también le permitió obtener el título de marqués de Lanzarote unos años después, en 1584. No hay que olvidar que el propio Felipe II, tras heredar la corona portuguesa, había nombrado a Agustín de Herrera y Rojas capitán general de Madeira, Isla en la que residió varios años, encargándose de su defensa.

Ambas mujeres sufrieron ataques piráticos en Lanzarote, incluso Inés fue capturada

El ilustre primer marqués de Lanzarote y Fuerteventura tuvo una vida agitada en lo militar y en lo matrimonial, un ámbito que en aquella época estaba ligado a los intereses estratégicos de su dinastía. La nobleza hacía juegos de poder muy sofisticados en los casamientos. La planificación de muchas grandes casas para mejorar sus posesiones consistía en intentar fusionar linajes mediante los matrimonios de sus herederos. Todo ello, claro, en un ambiente profundamente machista, donde la tradición premiaba a los varones.

En ese terreno es donde surgieron nuestras dos protagonistas, porque ambas fueron marquesas de Lanzarote y Fuerteventura tras casarse con Agustín de Herrera y Rojas: Inés Benítez (1535-1588) y Mariana Manrique (s. XVI -1633). Las vidas de ambas marquesas tuvieron similitudes y diferencias, aunque no consta que llegaran a conocerse.

Tras años de cierto olvido, dos libros recientes aportan información sobre estas figuras. Por un lado, Manuel Lobo publicó en 2022 La marquesa de Lanzarote. Doña Mariana Enríquez Manrique de la Vega, mientras que Víctor Bello y Enrique Pérez han tratado sobre ambas mujeres en Vidas cruzadas. Inés Benítez y Mariana Manrique, marquesas de Lanzarote, una obra publicada también en 2022 y significativamente subtitulada Estudio histórico y edición de fuentes, puesto que aporta la transcripción de abundante documentación original, destacando especialmente sus testamentos.

Fotografía del sello de Mariana Manrique. Imagen cedida por el Museo Canario.

Dos modelos de mujer

Inés Benítez de las Cuevas provenía de una familia poderosa de Tenerife y aportó con su dote la cuestión más urgente para la misión de Agustín de Herrera y Rojas: dinero. Tras casarse en 1553, Inés tuvo un papel secundario en el señorío, algo bastante habitual en el contexto de la época. Se casó con un joven militar que viajaba mucho y que logró, estando con ella, engrandecer el señorío y obtener dos títulos nobiliarios.

El lado más negativo para sus intereses fue que no logró tener hijos, mientras su marido tuvo dos hijas naturales con una amante de Lanzarote, aunque Inés las aceptó como hijas y legó en ellas. Hablamos, por tanto, de “un modelo de mujer común de la Edad Moderna, en el seno de la nobleza, en la que su potestad y capacidad de decisión no iba más allá de ratificar las decisiones de Agustín de Herrera”, en palabras de Víctor Bello.

Los propietarios de señoríos actuaban como representantes de la corona

A los seis meses del fallecimiento de su primera esposa, en 1588, el marqués de Lanzarote y Fuerteventura se casó con otra mujer de buen linaje: Mariana Manrique Enríquez de la Vega, oriunda de Madeira y acostumbrada a las formas de vida de la corte. También aportó un buen dinero al marqués, siempre necesitado de ello para mantener su señorío, aunque desde el principio dio muestras de su independencia, al exigir una manutención anual.

A estas alturas, Agustín de Herrera y Rojas ya era un hombre más veterano, de hecho, la afamada independencia de Mariana Manrique se acentuó con la muerte de su marido, cuando logró “amplios poderes, al obtener la tutoría y curaduría del hijo de ambos y heredero del marquesado y estado de Lanzarote, por cuya posesión pleiteó con decisión y coraje con todo el que se posicionó frente a ella”, según las palabras, de nuevo, de Víctor Bello y Enrique Pérez.

Imagen del testamento de Mariana Manrique.

Efectivamente, Mariana Manrique no solo gestionó el señorío mientras su hijo era menor de edad, sino que también obtuvo permisos de este con posterioridad para la gestión de sus propiedades, casi como si se tratara de uno de los poderosos validos de la época.

Inés Benítez y Mariana Manrique, por tanto, se casaron con el mismo hombre, sus descendientes litigaron por el mismo territorio e incluso ambas sufrieron las consecuencias de los frecuentes ataques piráticos de corsarios argelinos (Inés, junto a una de las hijas del marqués, llegó a ser capturada en 1586), pero más allá de esas coincidencias, las diferencias entre ellas fueron notables.

La viudez y el hecho de haber dado a luz a un descendiente varón le permitieron a Mariana Manrique obtener un papel protagonista, tomando decisiones trascendentales para la realidad de Fuerteventura y Lanzarote en aquella época. Por ejemplo, Mariana tomó las riendas tras el fortísimo ataque que sufrió Lanzarote a manos de Xabán Arraéz en 1618.

Entre las sombras de Manrique, el conocido cronista José de Viera y Clavijo la acusaba de educar a su hijo para ser sometido a su voluntad e incluso se difundieron rumores de amoríos con otros hombres.

Tampoco puede olvidarse en su análisis, lo poco habitual que era en aquella época que una mujer tomara el poder, y menos aún en un entorno tan alejado e inhóspito como Lanzarote y Fuerteventura. En todo caso, su figura y periplo no deja de añadir otro episodio llamativo más en la trepidante historia del señorío de las islas más orientales de Canarias.

Víctor Bello, doctor en Historia, junto a su libro dedicado a las primeras marquesas de Lanzarote y Fuerteventura.

Comentarios

Muchas felicidades Mario por el excelente artículo y por las referencias bibliográficas . Saludos

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