Carlos Meca

Soy un delincuente

La verdad es que delincuentes no faltan. Activistas condenados por denunciar la pesca de ballenas en Dinamarca, activistas condenados por enfrentarse a la armada para tratar de impedir prospecciones petrolíferas, activistas iraquíes condenados por protestar contra el gobierno, activistas de la PAH condenadas por tratar de impedir un desahucio o por ocupar una vivienda en desuso, activistas egipcios condenados por manifestarse frente al Parlamento, activistas condenados por alzar la voz en las diferentes protestas antiglobalización, activistas de Greenpeace condenados por protestar contra una central nuclear, activistas saharauis condenados a cadena perpetua por Marruecos tras las históricas protestas del campamento de Gdeim Izik, o los humoristas de la revista satírica El Jueves condenados en repetidas ocasiones por hacer uso de la libertad de expresión.

El mundo está lleno de delincuentes que lo han sido por defender un mundo más limpio, más justo y menos corrupto. Personas valientes que perdieron el miedo, ese miedo que trata de imponer sistemáticamente el poder para que seamos sumisos ante las barbaridades que cada día cometen quienes nos gobiernan y quienes mueven sus hilos desde los despachos de sus empresas. Y menos mal que existen estos delincuentes.

Después hay otros delincuentes. Visten bien, usan coches caros y si usted se los cruza por la calle no sospecharía que le van a robar la cartera. Parecen respetables y civilizados y se les conoce como delincuentes de cuello blanco. No te sacan una navaja en la calle pero te vacían tu cuenta del banco, esa cuenta del banco que es común y todos tenemos en las instituciones públicas, y después te cuentan que no hay dinero para residencias de ancianos. Nunca serán condenados por robo con violencia porque se han especializado en tráfico de influencias, lavado de dinero, cohecho, malversación, prevaricación, delitos por supuesto mucho más respetables que el de robar un pan o tratar de impedir que echen de sus casas a una familia.

Uno de los problemas más graves que tenemos es la corrupción, y el poder cada vez lo tiene más difícil para engañar a los ciudadanos, por más que sigan controlando los grandes medios de comunicación (y por eso son tan violentos con los pocos medios que no controlan y que cuentan lo que ellos no quieren que se sepa). La corrupción no es solo que unos pocos se queden con el dinero de todos, sino que también supone, y ya lo estamos viendo con claridad, que no haya dinero para cuestiones básicas mientras se siguen sumergiendo cantidades inmorales en proyectos inmorales.

Que haya personas en situación de pobreza es también, quizá sobre todo, una consecuencia de la corrupción. Por eso, cualquier persona que denuncie la corrupción será sistemáticamente lapidada por los medios de comunicación del poder, y lo harán aplicando medios cada vez más retorcidos porque la mentira que intentan encubrir es un elefante cada vez más grande, más evidente y más imposible de esconder. Por eso los delincuentes de cuello blanco acusan a quienes luchan contra la corrupción de ser unos delincuentes.

Según todo esto, me siento muy orgulloso de pertenecer al cada vez más numeroso grupo de personas que fueron condenadas porque un día o muchos días se arriesgaron a incumplir la ley con tal de denunciar una injusticia o, como es mi caso, por tratar de denunciar la corrupción que rodea el caso de plan parcial La Bufona. El poder, ese poder oscuro y maloliente que hoy representa Coalición Canaria en la isla, tendrá que potenciar su cantera de mamporreros porque sus vergüenzas no paran de crecer. Aquí estaremos para hacerles frente, porque representan lo peor de esta sociedad.

 

 * Consejero de Podemos en el Cabildo de Lanzarote

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