Juan Carlos Fuentes

Siempre: progresividad

Meses atrás leyendo el libro Imperiofobia y la leyenda negra (Roca Barea, 2018, 245) reparo en la frase: “La décima se refiere a la alcábala, un impuesto mucho más igualitario que los pagados hasta entonces en los Países Bajos”; no sólo porque convierta el sustantivo alcabala en una palabra esdrújula, sino por la afirmación de “un impuesto mucho más igualitario”. En ese momento, remarqué la frase y pegué un post-it en la página, pues pensé que la frase tenía un artículo de opinión visible.

Llegó el confinamiento y con la nueva situación derivada del mismo, me olvidé por completo de la afirmación de Roca Barea hasta hoy, que leyendo el libro Imperiofilia y el populismo nacional-católico (Villacañas, 2019, 124) me recordó que tenía un artículo pendiente. Al filósofo ubetense José Luís Villacañas, entre otras muchas afirmaciones de Roca Barea en su libro, también le llamó la atención la frase que emplea para justificar la imposición de la alcabala. El profesor llega a utilizar la expresión: “que Roca llama con desvergüenza (…)”.

Una breve introducción: la alcabala era un impuesto de derivación histórica –algunos autores lo sitúan en la España musulmana, mientras que otros lo llevan a época romana- que gravaba las compraventas de bienes raíces, paños y productos alimenticios, muy similar al IVA o IGIC actual. Hace años escribí un artículo (Fuentes, revista El Horizonte, nº 57, abril 2003) sobre los impuestos del siglo XVI, donde detallaba los ingresos anuales a finales del reinado de Felipe II, así como las diversas fuentes de procedencia. Sobre el año 1594, la alcabala representaba el 27,50% de los ingresos anuales de la Corona y formaba la renta de mayor importancia de los ingresos, seguido de las remesas de Indias con el 24,75%.

Volviendo a la frase de Roca Barea, donde decía que la alcabala del siglo XVI era “un impuesto mucho más igualitario”. No puedo estar en más desacuerdo con la autora, ya que si hay una imposición más desigual en el ámbito impositivo son los impuestos indirectos, pues los pobres tenían que pagar el mismo impuesto (alcabala) que los ricos por los productos de primera necesidad como alimentación (carne, aceite, pan, vino…) y vestido. Por ejemplo, un maravedí de impuestos en la compra de alimentos para un rico era peccata minuta para su bolsa, mientras que un maravedí para un jornalero que percibía 22 maravedís por jornal, ya me dirán.  

En justicia, vuelvo a reiterar que si hay algo injusto en el ámbito tributario son los impuestos indirectos. Y no porque lo diga yo. Ya los padres de la constitución de 1978 así lo expresaron en el artículo 31.1 de la misma: “Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio”.

No olvidemos, ni nosotros ni nuestros gobernantes, este precepto de “progresividad” ahora que se aproxima un tsunami socioeconómico. El cual se resolverá con recortes de gastos sociales y subidas impositivas implacables.

Termino, nuevamente, con unos versos de mi poeta de cabecera, Miguel Hernández, tomados del poema El Herido:

Retoñarán aladas de savia sin otoño

reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.

Porque soy como el árbol talado, que retoño:

porque aún tengo la vida.

 

Post scriptum: compren libros –siempre- en librerías locales, que ya están abiertas.

  • Imperiofobia y leyenda negra. Roca Barea, M.E. (Siruela)
  • Imperiofilia y el populismo nacional-católico. Villacañas, J.L. (Lengua de Trapo)

 

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