Mariem Díaz Fadel

Moda trapo

Partamos de la base de que, en aras de la libertad personal, cada ser humano hace con su imagen lo que quiere, dicho lo cual, y bajo la misma premisa, yo opino lo que me parece. No sé cuál es el mecanismo mental que nos conduce a rechazar aquellas prendas de vestir con las que en algún momento nos habíamos sentido tan a gusto y que hace que, tiempo después, nos veamos tan ridículas, tanto, que no soportemos ni la imagen de una foto de algunos años atrás. Una paradoja que deja de ser tal en el momento que echamos manos de esos trapos porque están de moda.

Las tendencias nos captan para que nos parezca que nada que no sea acorde con ellas pueda ser admitido, so pena de parecer unos adefesios. Siempre fue así, quien  no fuera a la moda estaba fuera de onda.

Hay quien retrata, no sin crueldad, lo que está pasando actualmente, tal que si hubiéramos interceptado el camión que llevaba las cajas de ropa usada a Cáritas. Cosas que parecía  imposible que nunca volviéramos a utilizar pasaron de las cajas del trastero a  los escaparates, a las presentadoras de televisión y al armario de las influencer. A ellos les llegó en forma de camisa hawaiana que ni tuvo un pase ni lo tiene ahora y a cuadros imposibles con colores indescriptibles. Es probable que las cosas de los 80 y 90 que circulan como "última moda", y que algunas habían lucido con incomparable alegría, ya fueran feas entonces, pero nos lo pareció mucho tiempo después.

Lo feo ha logrado convertirse en categoría estética, con discurso y propuesta propia. Aunque ha devenido en corriente artística con manifestaciones pictóricas o escultóricas, y no digo yo que arquitectónicas, qué duda cabe que ha alcanzado muchos armarios. Estas prendas que visten a nuestra vecindad eran anheladas para vestir un carnaval, y nunca se nos pasó por la cabeza que protagonizarían los armarios de estas décadas del milenio, donde tocaba más lo galáctico y los materiales inteligentes.

Dice una amiga que no comulga con esta antiestética, que los diseñadores de las grandes firmas  se han vuelto tan locos y le han cogido la vuelta a la especie humana, que se burlan de nosotras haciéndonos parecer la tía soltera y bigotuda que se ponía encima lo primero que pillaba y que había comprado en un mercadillo de quinta rebuscando en cajas mohosas. Misoginia pura, orquestada por tíos que nunca se pondrían estos rejos si fueran tías. Se pondrían falda de tubo y sandalias de pitón de diez centímetros. Ahora nada es casual, ahora estudian qué es lo que se ponen encima para ser las más -las más fea, opino yo-. No saben cómo ser diferentes para un minuto después parecer todas iguales.

Al disparatado que rescató los jeans de talle tan alto que parece que no hay cintura entre esta y las tetas, y que no hace un culo bonito ni a la Schiffer, habría que fusilarlo o hacerle un monumento por tamaña osadía. Es como si la tendencia fuera un elogio a la vulgaridad. ¿Y se han fijado en los zapatos que se estilan?

Vale que ellas se han empoderado y se ponen lo que quieren y se dejan, a los treinta, el pelo blanco y el sobaco camionero, pero una cosa no quita a la otra. Se puede adquirir poder e independencia sin sacrificar el placer de sentirse irresistibles.

Puede que esta corriente de feismo sea un parámetro necesario para entender el concepto de belleza. Puede que nadie se sienta capaz de superar las cotas de belleza alcanzadas en la moda durante el periodo moderno y que se busque huir de la tiranía de la moda sin percatarse de que es la misma forma de tiranía una y otra.

No he visto nunca gente tan mal vestida como en los tiempos que corren y no ayuda mucho para la calidad del espacio urbano esa gente suelta con guiños estéticos de pedigüeño. Decían tiempo atrás aquello de la estética poligonera. Antes también existía, pero no había más que cambiar de barrio.
Ya no nos queda ni "Salamanca", donde van igual de feas pero de Gucci o Vuitton. Cosa más del marketing que propiamente de la moda, lo  cual demuestra el catetismo reinante, irrenunciablemente ligado a la falta de talento de los diseñadores. Estética que ha alcanzado el low cost, enrasando por abajo a todo bicho viviente, ¿democratizados?, no diría yo tanto.

Como el mundo se desmorona, por lo menos que no te coja hecha unos zorros, que es como van todas. Que le pregunten a Cleopatra, que no perdió el buen gusto en ningún momento siendo la mujer más poderosa de su tiempo. Ya lo dijo la Sra. Clinton, el pelo manda mensajes. Y no digo yo los que manda la ropa.

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