Conexión con la vida
Mientras los neonazis y ultras desatan su odio con violencia alimentado por la derecha y sus medios de comunicación afines en las calles de Madrid, hasta que se produzca una muerte que no van a llorar; mientras que jóvenes y adultos que se creen más españoles que nadie porque portan merchandising de la bandera nacional e invocan al dictador Franco, mientras el PP y Vox ven más cerca el precipicio de su derrota traducida en la investidura del socialista Pedro Sánchez como presidente de Gobierno, mientras la señora Díaz Ayuso le hace la cama a su compañerísimo presidente del PP, el señor ‘Fakejóo, frotándose las manos con su previsible quema simbólica en la plaza de la Puerta del Sol, aquí otros mortales al menos intentamos conectarnos con la vida arropados por el debate, la cultura y el aprendizaje.
Cada vez parece más complicado convivir, y de la convivencia, por supuesto, también forman parte la crítica y la confrontación racional de ideas, aunque esta semana un amigo psiquiatra apuntaba en su columna de opinión que es mentira que somos seres racionales porque el cerebro, como resultado del proceso evolutivo, es tres cuartos animal y un cuarto racional. Biológicamente somos seres egoístas, concluía, después de hacer un repaso científico de la composición de nuestro cerebro y el comportamiento humano.
La vida humana es relativamente breve y más si nos cae una enfermedad chunga. Las prisas y el diario vivir rodeado de intereses y el estar más pendiente de lo que hacen o tienen los demás, de sus logros o fracasos, llega a eclipsar los momentos de disfrute deteriorando la convivencia.
El conteo regresivo es inevitable y ya sabemos que nuestra esperanza de vida está condicionada además según el país y la región donde vivamos y las condiciones de bienestar que podamos tener, así que somos tan pero tan racionales que los días pasan mientras promovemos más peleas, odios personales, guerras y conflictos que afectan nuestra productividad.
El ‘hablando se entiende la gente’ o ‘la palabra vale más que cualquier firma’ de nuestros abuelos está moribunda. El lenguaje sigue siendo la facultad de comunicación que nos diferencia de otros seres vivos y antiguamente un pacto de palabra tenía mayor validez que un acuerdo firmado, traducía respeto, confianza y honra, sin embargo, pasamos de aquellos supuestos inquebrantables a ‘las palabras se las lleva el viento’ o el papel lo aguanta todo’.
En el colegio aprendimos en clase de sociales que las grandes civilizaciones se construyeron alrededor de la palabra y que sus decisiones determinantes, para bien o para mal, estaban sustentadas en los que sus grandes líderes o estructuras de poder dijeran o escribieran.
Es curioso, pero en la época en la que supuestamente estamos más conectados y más opciones tecnológicas y aplicaciones tenemos para la interacción, probablemente es cuando más solos nos sentimos. Las charlas presenciales y dialéctica entre amigos o esos debates universitarios intensos pero respetuosos sobre la actualidad están en decadencia o desaparecidos, “esa son cosas de comunistas”, espeta el poder disfrazado de ignorancia a quien no le interesa que la gente piense, refute o analice.
Al final, la peli de nuestra vida es la más emocionante, es la que nos despierta del letargo en el que nos quieren hundir la sociedad del poder y el mercado con sueños de papel donde todo vale. Y allí siempre estará el arte para ayudarnos a abrir los ojos.
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