Agustín García Acosta

Bizquea la tilde de política

No desaparece del todo este sabor a incertidumbre vieja. Es desconcertante apreciar cómo se bonifica la dureza facial de los "representantes de sí mismos", mientras el esperado efecto secundario ciudadano no termina de cuajar bajo en el paraguas del hartazgo general, la desidia frente a un modelo de gestión caduco y con escasa vocación hacia el bienestar comunitario. 

Es tan fácil disparar con pólvora ajena (tomo prestada la frase, maestro), perderse en excusas de disciplina de grupo, apelando sin pudor a la imposición externa de direcciones. Se premia la ausencia de responsabilidades, la negligencia permanente clave para proporcionar refugio a decisiones de urgencia, la burla al interés social, etc.

Si algo han conseguido con creces estos "interlocutores  de la gestión pública" ha sido silenciar a la sociedad civil. Han consolidado una estructura perfecta en ese sentido, donde se desvirtúa y reformula todo contenido e iniciativa que pueda remover sus cimientos organizativos. Sus procedimientos ha evolucionado, pero su complejidad sigue siendo un obstáculo para la mayoría de los ciudadanos. Las relaciones administración-ciudadano se acercan y alejan con la misma intensidad que avanzan las nuevas tecnologías. 

Es increíble que  los partidos puedan incluir en sus programas electores todo tipo de promesas, y realizar, sin sentido, lo contrario al encontrarse en puestos en decisión. La historia política de esta isla plagada de estos incumplimientos, ¡No pasa absolutamente nada!. En términos publicitarios estaríamos hablando de publicidad engañosa, penalizada, pero cuando se trata de los partidos y los políticos la cosa cambia. No se han desarrollado eficazmente herramientas ciudadanas que permitan calibrar con exactitud el nivel de cumplimiento de estas promesas, así como tampoco se han definido consecuencias administrativas ante esta falta de sobriedad. 

Este comportamiento y estas praxis poco éticas son tan reconocidas y aceptadas por el "gran público" que la propaganda electoral en sí adquiere un aire nocivo. Nadie se toma muy en serio las promesas políticas ni sus contenidos, porque sencillamente, sus protagonistas tampoco creen en el "contrato con sus votantes", saben de antemano que no podrán cumplir con los puntos establecidos. Hablan y repiten cosas como protección del medio ambiente, sostenibilidad, afianzar los sistemas de protección social, etc., pero la mayoría de ellos no profundizan en estos conceptos ni sabrían decirnos como las aplicarían en sus municipios, provincias, comunidades. 

Por otro lado, tampoco suelen dejarse asesorar por expertos de solvencia en estas materias. ¡Para qué, si realmente no les importa! Deben incluirlos en sus discursos públicos, pero todo se tuerce a la hora de elaborar presupuestos, estructurar líneas transversales de trabajo, desarrollar nuevas capacidades de gestión y nuevos canales de comunicación con los ciudadanos. 

No obstante, en año electoral, volverán a recurrir a la relevancia de los servicios sociales, la conservación de los entornos, la protección y el rescate ciudadano, la igualdad de oportunidades, etc. Les suena el cuento. ¡Claro que sí!  

Bueno, pronto llegará la Navidad, que nos ofrecerá ese barniz balsámico en la conciencia colectivo, barriendo durante semanas las preocupaciones cívicas. Volveremos a focalizar nuestros esfuerzos en el consumo de nada. Nos engulle la nada. Cuando no importa el horizonte encontramos calor en lo absurdo. Bizquea la tilde de "política" ante tanto ruido de sillones.

 

* Trabajador Social

 

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