Ana Carrasco

Árboles

¡Árboles!
¿Habéis sido flechas
caídas del azul?
¿Qué terribles guerreros os lanzaron?
¿Han sido las estrellas?
Vuestras músicas vienen del alma de los pájaros,
de los ojos de Dios,
de la pasión perfecta.
¡Árboles!
¿Conocerán vuestras raíces toscas
mi corazón en tierra?

Federico García Lorca

 

Acerca de la importancia de la vegetación he escrito varios artículos, sin embargo, siempre me resultan insuficientes. Hay tanto que agradecer a las plantas y a todos los organismos fotosintéticos, es tanta mi admiración hacia esos seres, que quisiera enredarme en lianas y raíces selváticas, como hace Neytiri en la película Avatar, y escribir este artículo desde el sentir de ser árbol.

Busco un árbol ligado a mi vida y el que encuentro es un pino plantado por mis antepasados en La Florida, San Bartolomé, y que soportó el peso de nuestros cuerpos. Siendo niños, mis primos, hermanos y yo, pasamos muchos domingos trepando por él y jugando sobre su pinocha. Me digo que tengo que ir a La Florida para ver si aún sigue existiendo, o lo cortaron cuando se vendió la casa.

Repaso mentalmente los libros que he leído. Quizás porque quedó atrás la Navidad, con tanto árbol artificial iluminado, a cuál más alto e incoherente en el actual contexto de emergencia climática, me viene a la cabeza lo contado por Stefano Mancuso en unos de sus libros sobre los "Árboles de la Libertad".

La historia de esos árboles es agridulce. En el siglo XVIII, miles de árboles fueron plantados con el fin de que generaciones futuras recordaran los ideales de la Revolución francesa, árboles también llamados de la Fraternidad, con los que se pretendía conmemorar el advenimiento de las nuevas libertades. Árboles que llegaron a ser considerados monumentos públicos. Con hondo espíritu transformador, los franceses se adentraron en los bosques, y trasladaron a las ciudades y pueblos unos 60.000 árboles, incluso hubo competición para ver qué ciudad plantaba el árbol más alto.

Pero casi todos esos árboles fueron talados, al convertirse cada ejemplar en blanco de los regímenes opuestos a los ideales de la Revolución. Los pocos que quedaron fueron rebautizados como los árboles de Napoleón, y finalmente eliminados en la época de la Restauración. Nulo fue el sentido común, poco importó el interés de esos árboles desde el punto de vista ecológico, cultural y ambiental. Por desgracia, las ideologías suelen pesar más que la propia Vida. Aquellos árboles ya no existen, ni en los bosques de donde fueron extraídos, ni en las ciudades en las que fueron plantados.

También durante la Revolución Cultural China, plantas y flores fueron denunciadas por ser considerados adornos superfluos. Los Guardias rojos destrozaron jardines y viveros, incluso los invernaderos del Jardín Botánico de Pekín. Lo cuenta Aina Erice en "La Invención del Reino Vegetal".

Por ideales de Estado tampoco se respetó el deseo de Charles Darwin de ser enterrado en estrecha relación con la naturaleza bajo la sombra de un tejo. Aunque la prensa de la época publicó que se respetaría su última voluntad, la realidad es que fue enterrado con gran fastuosidad en la abadía de Westminster. Alude a este hecho Paco Calvo en "Planta Sapiens".

Vuelvo a Lanzarote, pero al Lanzarote de México. En la Reserva Ecológica de Lanzarote, existe un ciprés que es coetáneo a la conquista de Canarias. El ciprés Moctezuma, catalogado monumental, sigue produciendo oxígeno y sombra desde su plantación en 1460. Espero por su bien, nuestro bien y de todos los seres que viven conectados a él, que no se torne en un símbolo. Convertirse en algo representativo de un ideal humano puede ser mortal. A saber qué emoción oscura tuvo el impresentable que taló la palmera que, con su singular belleza y curvatura, marcaba el inicio de uno de los senderos del Parque Natural de los Volcanes en nuestra Lanzarote.

Fui a la Florida, el pino de mi infancia ya no existe, lo condenaron. Ya no respiraremos su oxígeno, ningún pájaro se posará en él, nadie disfrutará de su sombra, ni otros niños jugarán sobre su pinocha. Nunca más sus acículas limpiarán nuestra atmósfera, ni sus raíces toscas reconocerán mi corazón en tierra.

"La naturaleza agonizante o muerta solo debe ser emblema del despotismo", escribió el Abad Grégoire. "Cada árbol es un planeta conectado a otro planeta", nos dice Eliane Brum. Jamás podremos comprender una planta sin haber comprendido lo que es el mundo" escribe Emanuele Coccia. Como jamás podremos agradecer a la vegetación lo que somos, "Sin los árboles no seríamos seres humanos", lo explica con un lenguaje poético y bello el botánico y biólogo francés, Francis Hallé.

 

Comentarios

Ojalá algún día los árboles sean nuestro amor prohibido y la prensa publique poemas a los coches. Lanzarote tendría grandes bosques y cada dos por tres los desdoblaríamos. Apenas existirían los coches y cada día acabarían varios en el desguace ante el horror y enfado de las redes sociales. Emoticono enfadado, emoticono triste, pero el día después repostamos la regadera. Eso sí sería tener éxito.
Gracias Ana muy bonito y emotivo. Yo tuve una historia parecida con un Eucaliptus.
Ojalá les pusieran una gran multa a los políticos que permiten la tala de árboles porque está en juego la salud de la ciudadanía
Ojalá les pusieran una gran multa a los políticos que permiten la tala de árboles porque está en juego la salud de la ciudadanía
Bello artículo. Gracias
Precioso, Ana. Tengo los mismos recuerdos de los árboles de casa de abuela. No entiendo cómo la ciudades no están llenas de árboles, arbustos, plantas... ¿Qué pasó con las buganvillas del parque viejo? ¿A qué iluminado/a se le ocurrió quitarlas y no volverlas a poner?
Cuánto más conozco a los políticos y sus políticas, más quiero a los árboles y los bosques.
¡Cuánta belleza hay en ese artículo!
Me ha gustado, gracias.
Los árboles han sido (aún son) las grandes víctimas de un país como éste, arboricida. Su reivindicación es una obligación. Gracias por traerlos aquí, a tus fecundos renglones.

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