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Una granja para sanar: así transforma vidas LanzÁnimal desde Guatiza

La asociación rescata animales de granja maltratados y los convierte en aliados terapéuticos, como Carmelo, el cerdo que aprendió a confiar gracias al canturreo de un niño con autismo

Isabel Lusarreta 0 COMENTARIOS 18/07/2025 - 06:56

Hay tres cosas que Carmelo casi nunca rechaza: cualquier comida, un buen baño y una caricia. Dicen de él que “tiene sus momentos, porque ya es un abuelito y a veces solo quiere ser dejado en paz”, pero este cerdo vietnamita con cruce de jabalí suele ser una de las estrellas cuando hay visita en la granja de la asociación LanzÁnimal. Fe de ello da al recibir al alumnado del colegio de educación especial Nuestra Señora de Los Volcanes. No se despega del grupo y cuando uno de los niños con diversidad funcional le empieza a perder el respeto, él se deja hacer, buscando sus recompensas.

No siempre fue así. Cuando llegó a su actual hogar, en el que convive con otros animales rescatados de situaciones de maltrato y abandono, Carmelo veía a las personas como una amenaza. “Llegó súper desconfiado, odiando al ser humano. Nos costó meses poder acercarnos a él”, recuerda la presidenta y fundadora de LanzÁnimal, Verónica Pillón. Fue también un niño, en este caso con autismo, el que obró el cambio.

“El niño no hablaba y se le acercó haciendo un ruidito raro, y el cerdo empezó a relajarse”, explica Verónica. El sonido era como un “canturreo”, así que decidieron seguir su ejemplo. “Empezamos a acercarnos cantando y se tranquilizaba un montón, hasta que se tumbaba y pudimos empezar a rascarle la barriguita”. Fue un trabajo de meses, pero eso es precisamente lo que hace esta asociación: rescatar a animales de granja dándoles una nueva vida y conectarlos con personas, en busca de un beneficio mutuo.

“Los animales no te juzgan. Les da igual que estés en silla de ruedas, que tengas autismo, que tengas síndrome de Down, que estés gordo, que estés flaco, que sepas hablar bien o no... A ellos todo eso les da igual. Se crea un vínculo positivo basado en el respeto mutuo”, subraya Verónica, que trabaja ya con varias asociaciones de la isla. Por ejemplo, defiende los avances que se consiguen con niños que tienen problemas para comunicarse y expresar sus emociones. “A mí los animales me han salvado la vida y por eso intento transmitir un poco sus poderes curativos”, confiesa. No se trata de sustituir otro tipo de terapias, sino de complementarlas.

Disney sin princesas

La mayoría de sus animales parecen sacados de una película de Disney -de hecho Carmelo podría llamarse Pumba-, pero Verónica Pillón presume de no tener “manos de princesa”. Las muestra con orgullo al contar cómo con ellas dio forma a la granja, levantando corrales, quitando malas hierbas y forrando cuadras.

Nacida y criada en el campo, en el norte de Italia, los animales han estado en su vida desde que tiene memoria. Siempre han sido su pasión, pero por aquello de labrarse un futuro “más estable y seguro”, terminó estudiando Traducción e Interpretación de idiomas. Hace 20 años recaló en Lanzarote y durante más de una década trabajó en atención del cliente en hoteles de la isla, hasta que dijo basta. “Llega un momento en el que te planteas: Ya está, ahora lo que quiero es dedicarme a lo que me gusta, me voy a arriesgar. Quiero algo que me llene, que me despierte por la mañana con ganas de hacer cosas y de dedicarme a lo que me gusta”. Así fue como comenzó “esta locura”.

“Los animales me han salvado la vida y por eso intento transmitir su poder curativo”

Lo primero fue formarse y en 2018 realizó un curso intensivo de terapia asistida con animales de granja. Después, la pandemia le dio el último empujón, en forma de tiempo para darle forma a este sueño. En 2020 compró el terreno, que “estaba hecho un desastre”, y con esfuerzo y tesón lo fue acondicionando, hasta que al año siguiente pudo abrir sus puertas.

“Al principio estaba sola y los tres primeros años fueron de muchísimo sacrificio”, recuerda. Tanto para levantar la granja como para mantener después a los animales. “Es muchísimo trabajo. No te puedes ir de vacaciones, ni días libres, ni nada, porque aquí los animales tienen que comer todos los días”. Voluntarios que se implicaron en el proyecto le ayudaron en esos inicios, pero es ahora cuando empieza “a ver la luz”, porque las instituciones “comenzaron a ver lo bonito que es”.

Desde finales de 2023 recibe una subvención del área de Bienestar Animal del Cabildo, por la que se hace cargo de los animales de granja rescatados que le derivan desde cualquier municipio. También algunos ayuntamientos aportan pequeñas ayudas de menor importe, y hace tres meses firmó un convenio con el Ayuntamiento de Arrecife, por el que seis asociaciones del municipio visitan una vez al mes la granja para realizar terapia con animales con distintos colectivos.

Hoy cuenta con dos trabajadores y la familia de LanzÁnimal ha ido creciendo. “Nunca he cogido más animales de los que podía mantener. Te duele decir que no, pero a veces he tenido que rechazar recoger algún animal porque no tenía ni los fondos ni el espacio necesario”. Ahora, esa capacidad ha ido aumentado.

El burro Clemente.

Historias

Carmelo fue uno de los primeros en llegar a LanzÁnimal. En su caso fue rescatado de una vivienda de Playa Honda, donde estaba con otra gran cantidad de animales en muy malas condiciones, que fueron incautados a raíz de las denuncias de los vecinos. El dueño de la casa era un hombre de edad avanzada con un posible “síndrome de Noé”, que es un trastorno mental caracterizado por la acumulación compulsiva de animales, sin la capacidad de proporcionarles los cuidados adecuados.

“Que estés en silla de ruedas o tengas autismo, a los animales les da igual”

También el resto de los animales tienen largas historias a sus espaldas. Como Mushayer, un pura sangre inglés que en su día fue campeón de carreras, y que fue abandonado cuando las lesiones le impidieron seguir compitiendo. A LanzÁnimal llegó hace poco más de un año, extremadamente delgado y descuidado. Hoy ha cogido peso, responde a la llamada de Verónica como si se tratara de uno de sus perros y acerca su gran cabeza blanca a cada persona que visita la granja, en busca de caricias o de comida.

Clemente comparte con Mushayer un pasado de competiciones, aunque en su caso en las carreras de burros de El Islote. Y Fer, una de las alegres cabras de la granja, también está siempre presto a asomarse a la valla reclamando atención, se acerque quien se acerque. “No solo es cuestión de acoger a los animales y darles una buena calidad de vida, también es trabajar con ellos en la socialización. Con todos hacemos un trabajo muy largo para que sean aptos para interactuar con los grupos cuando vienen, porque obviamente no le puedes causar un estrés al animal”, recalca Verónica.

De Airbnb a colegios

La granja cuenta también con una guardería canina, que fue desde el principio una vía de financiación para poder mantener este proyecto. Y también lo fueron y los siguen siendo las visitas organizadas para turistas, a través de una experiencia que puede contratarse en Airbnb. “Los turistas, sobre todo los extranjeros que vienen del norte de Europa, de Francia, Italia o Inglaterra, tienen otra mentalidad con respecto al bienestar animal. Les gusta venir y dejarse su dinero para entrar a visitarnos y apoyar la causa”.

Las otras visitas frecuentes, cada vez más, son las de los colegios, tanto para actividades puntuales como para excursiones de fin de curso. Y uno de los centros habituales es Nuestra Señora de Los Volcanes, que al menos una vez al año desembarca en la granja con su alumnado, sin que las sillas de ruedas o las dificultades de comunicación o cognitivas supongan una barrera.

“Para todos es una actividad muy buena, y sobre todo para los que menos movilidad tienen, porque les permite experimentar nuevas sensaciones”, apuntan las educadoras que los acompañan. “Reciben diferentes estímulos: el tacto, el contacto con animales, el recibir el cariño no solo de las personas, sino de los animales que se acercan, es importante”, añaden.

Verónica explica que según el colectivo que realice la visita, esta se adapta a las necesidades del grupo; aunque subraya que el verdadero trabajo pueden hacerlo cuando hay una continuidad, que permite realizar la labor terapéutica.

Creando vínculos

“La base de la terapia es el vínculo que se crea entre la persona y el animal y para eso se necesita tiempo. Tienes que repetir, conocer el animal, conectar con él...”, explica. En esos casos, los grupos son más reducidos y trabajan por objetivos, según la persona. Por ejemplo la movilidad, la motricidad fina, la autoestima o la autonomía para realizar una tarea desde el principio hasta el final.

Entre las asociaciones que ahora visitan la granja, los perfiles son muy distintos. Desde personas con enfermedades mentales, autismo o síndrome de Down, hasta niños en riesgo de exclusión social. Y ahora intentan ampliarlo también al colectivo de personas mayores, que ya han realizado una visita. “Es otro tipo de trabajo, apuntamos más a estimular sus recuerdos”, precisa Verónica.

“Los niños de Aspercan son la bomba. Vuelven contándome cosas que ni sé”

Además, desde hace tres años trabajan con algunas de las aulas enclave de los centros educativos de la isla. “Al principio no se podían casi ni acercar a tocar un animal y ahora vienen, cogen la carretilla, hacen la tarea, van a saludar al animal, lo llaman por su nombre, nos llaman a nosotros por nuestro nombre, te piden arreglar ellos una planta... Son tareas que pueden hacer, se divierten y se sienten útiles”.

Mención aparte merecen los niños y niñas con Asperger de la asociación Aspercan. “Son la bomba, porque tienen una inteligencia increíble y les puedes enseñar cosas a nivel ocupacional. En ese grupo veo gente que el día de mañana podría contratar para trabajar en la granja. Les interesa y a veces me vienen la semana siguiente contándome a mí cosas que yo no sé, porque se han estado informado”, cuenta con una sonrisa.

“Algunos usuarios están limitados a veces por su condición, pero muchas veces también por la mentalidad que tiene la sociedad, que cree que no pueden, pero sí que pueden”, subraya. Esa es la principal satisfacción de Verónica, además de ver felices a sus animales: “El entusiasmo con el que vienen los niños y niñas, que tengan ganas de hacer algo y que les motive hacerlo y aprender, para mí ya es un súper mega éxito”.

Las gallinas, “un animal muy maltratado” en la Isla

Una imponente gallina campera interrumpe la entrevista, adentrándose con andar digno y pausado en la caseta que sirve de “despacho” en la granja de LanzÁnimal. Verónica la saluda y no puede evitar cogerla y colocarla sobre sus piernas. La acaricia mientras sigue hablando, y en la conversación se cuela un peculiar sonido, que vendría a equivaler al ronroneo de un gato. “Las gallinas tienen más de 100 sonidos distintos, y este significa que está disfrutando de las caricias”, explica.

Para ella, que vive rodeada de animales, es difícil elegir una especie favorita, pero a pocas les dedica tanto tiempo de charla como a las gallinas. “Las amo. En mi casa las tengo debajo de mi ventana y me paso horas mirándolas, estudiando su comportamiento, sus rutinas... Yo no podría vivir sin gallinas”, confiesa.

Sin embargo, también advierte que es “un animal muy maltratado en la isla”. Quizá el que sufre un maltrato más ignorado y desconocido. “La mayoría de las gallinas que tengo son de Arrecife y fueron encontradas en cajas de cartón, abandonadas en campos o en la basura”, explica. ¿De dónde salieron? “Pues de gente que las mete en una caja y las pone en la cocina al lado de la nevera, porque para ellos solo sirven para dar huevos, y cuando dejan de ponerlos se deshacen de ellas”, lamenta.

El problema es que esas gallinas sí siguen teniendo huevos, pero no consiguen expulsarlos, por las condiciones en las que malviven en esas casas. “La gallina necesita una buena alimentación, muchas horas de sol al día, darse baños de arena en la tierra... No está para vivir dentro de una caja en una casa. Entonces llega el momento en que los huevos se le atascan y no salen”.

Cuando llegan en ese estado a las instalaciones de LanzÁnimal, lo primero es “desatascar ese huevo”. A veces terminan muriendo, porque arrastran también graves cuadros de mala nutrición o ácaros, y otras lo consiguen y “poco a poco se recuperan”. Esas son las que hoy pasean por la granja de LanzÁnimal junto a cabras, burros, patos, ovejas y hasta cerdos que fueron rescatados de situaciones de maltrato y abandono, como Carmelo y Josefa.

“Últimamente, gracias a Dios, la verdad que ha aflojado un poco la cosa, pero va por rachas. De repente te entra un burro, luego un conejo... Para mí el mejor día será cuando pueda dejar este trabajo a nivel de rescate. Que no haga falta acoger animales, porque significará que están bien donde están y que la gente por fin ha entendido un poquito lo que es respetar a los animales y tenerlos en condiciones, que es lo único que se pide”.

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