El tiempo se detiene, por un momento. En medio de ARCO, desfile de masas, exhibición frenética del arte contemporáneo, cuatro piezas en el stand del periódico El Mundo llaman a la lentitud. En vertical, tres alegorías al mar, una al mar de lava: geométricas en su instalación, geométricas en su contenido; un pie en lo figurativo, otro en lo abstracto; baño de luces al color, patrón repetido en la técnica. Los cuatro mares son inconfundibles: Karina Beltrán tiene un hueco en ARCO. Es la única artista canaria del recinto (“Al menos, la única artista mujer y la única artista viva de Canarias”, matiza ella, recordando que Chirino, Millares, Padorno y Óscar Domínguez también están presentes en los stand de galerías de vanguardias).

El reflejo del sol, mar adentro en el dibujo, parece danzar con Impresión de Sol Naciente, aunque Karina Beltrán no es impresionista. No es, tampoco, artista de patrones ajenos y en su obra, en eterna ebullición, se reconoce su voz y firma.

Pasado ARCO, solo queda admirar las piezas en la foto. Cuenta la artista que el 50 por ciento de los beneficios de venta se destinaron a ONG asociadas a la conservación del mar y de las marisqueras de Galicia. “Expuse por invitación del periódico, seleccionada por el comisario de su exposición, dentro del proyecto que presentó la Real Conservera Española para ARCO y que tenía como hilo conductor el mar. Es curioso que yo, siendo canaria, rodeada de mar por todas partes, hasta ahora nunca había pensado en representarlo. Fue un reto llevar el mar a una representación geométrica, abstracta”, explica Beltrán que, junto a las tres alegorías al mar, añadió, como guiño al Archipiélago, un paisaje volcánico: “De los cuatro dibujos, quise que uno fuera un mar de lava. Cuando empecé a trabajar estábamos inmersos en la erupción del volcán de Cumbre Vieja de La Palma. Quería que estuviera representado también el mar de lava llegando a la costa, como homenaje a La Palma y como forma de dejar la impronta de ser una persona de isla volcánica”.

Reconocida nacional e internacionalmente, Karina Beltrán ha sido uno de los nombres de artistas de Canarias que, durante años, pisaron los pasillos de moqueta de la Feria Internacional ARCO de Madrid. Los nombres han ido menguando con los años y la presencia de Canarias en ARCO, poco a poco, ha ido pasando a ser anecdótica: en las últimas ediciones, la única galería canaria presente ha sido la tinerfeña Leyendecker, dedicada al ámbito internacional y que no cuenta con obras de artistas canarios.

“Expuse varias veces, sobre todo en los años noventa y, por última vez, en el año 2006. Iba con la galería Manuel Ojeda”, cuenta la artista, que señala que eran momentos en que había “más presencia de Canarias en ARCO: había más galerías canarias, la selección no era tan compleja como ahora y creo que las condiciones para tener un stand, menos duras”, señala. Sobre la mengua de artistas canarios, Beltrán asegura no tener respuestas claras, solo conjeturas: “Aunque los canarios podrían estar en galerías de la Península, no es algo que se dé mucho; la realidad, aunque parezca que estamos más conectados por el mundo digital, es que continuamos estando algo aislados. Es una pena porque hay muchos artistas y de mucho nivel en las Islas, pero el acceso a la feria se nos pone muy difícil”, señala.

A estos motivos, la artista añade la crisis del mercado del arte: “Sin mercado, no hay galerías. Falta ese tejido, porque apoyo público al sector cultural sigue habiendo (más o menos); necesitamos que el público entienda que podría comprarse una pieza original, un grabado, y apoyar la cultura, en lugar de comprar una lámina de Ikea. No es tanta la diferencia de precio, pero se ha devaluado el arte”, explica.

Tiempo y silencio

Para Beltrán, la creación artística, cuenta, no deja de ser un diálogo con el tiempo. Por eso, cabría esperar que la lentitud y serenidad de las cuatro piezas de ARCO no fueran un azar. La artista, que ha compaginado a lo largo de su trayectoria pintura y fotografía contemporánea, asegura que “el núcleo central de la pintura es el tiempo”.

“Siempre, creo, hay en todas mis obras algo que habla sobre el paso del tiempo. En la fotografía se trata de cómo apresar eso, esa sensación de lo efímero, de lo que va a desaparecer; estamos aquí de paso y, de alguna manera, yo me rebelo contra eso haciendo fotos, haciendo algo que es un imposible: atrapar el tiempo. En pintura siempre he dicho que fotografío lo que no puedo pintar, y hago una pintura que es abstracta siempre”, explica. “En mi pintura, el tiempo es muy lento, como si estuviera repitiendo un mantra: se repite el gesto, se repite el trazo, se repite hasta la saciedad. Pintura y fotografía se complementan”.

La dualidad de lo efímero frente a lo perenne, lo volátil frente a lo sólido, lo voraz intangible frente a la lectura palpable, son los dos mundos que se reúnen en su trabajo: “Hago fotografías a diario, porque a diario encuentro imágenes que me conmueven, pero también necesito dibujar, ese momento de concentración, ese vacío, un estado muy concreto que es totalmente opuesto a la fotografía”.

Esta dualidad también encontró su espacio en su última exposición en Lanzarote, Los ojos adentro, un trabajo que se mantuvo abierto al público en El Almacén hasta enero y en el que la autora investigaba memoria y tiempo a través de su trabajo, por primera vez usando piezas de vídeo, junto a varias series de fotografía contemporánea y enfrentado a dos acuarelas de gran formato: “Combinar fotografía y pintura es un sello. La idea es dar un contrapunto temporal”, explica la autora.

Beltrán cuenta que Lanzarote siempre la llama a volver: “La Isla es muy especial. Es, en sí misma, belleza: el paisaje de volcanes suaves, sus colores. Siempre que me ofrecen la oportunidad de volver, regreso”. Con seguridad, Lanzarote, tierra voraz, tierra perenne, también la espera siempre de vuelta.