Alfonso Valls de Quintana, o cuando la vocación viaja en sangre
“En análisis clínico, siempre habrá un humano detrás de la máquina”, destaca el veterano farmacéutico
Pasó su niñez entre probetas, tubos de ensayo y microscopios y después de estudiar Farmacia y una especialización en Microbiología que le abría las puertas de los grandes centros hospitalarios del país, decidió regresar a Lanzarote “donde todo estaba por hacer”. El que fuera promotor y jefe de Servicio de los Laboratorios del Hospital Molina Orosa ha visto transitar la sanidad pública desde la precariedad de la posguerra a la modernidad culminada durante la pandemia.
“Mi vida ha transcurrido entre laboratorios. Mi padre, Alfonso Valls Díaz, tenía una consulta de Análisis Clínicos en la calle Fajardo de Arrecife, primero en el número 16 y luego en el 34, y desde que tuve uso de razón anduve revuelto con probetas, pipetas, tubos de ensayo, microscopios y demás artilugios. Crecí viéndole con su bata blanca, siempre impoluta, trabajando hasta las tantas para ayudar a los médicos de la Isla en sus diagnósticos y tratamientos”, recuerda Alfonso Valls, hoy jubilado y centrado en la familia y en sus aficiones enológica y pesquera.
De aquel tiempo rememora una medicina con muy pocos medios, pero de mucha dedicación y generosidad hacia quien no podía pagarla. “Después de especializarse en los laboratorios Llorente de Madrid, que en aquella época fabricaban vacunas, mi padre trabajó para la Casa del Mar, pero tenía su laboratorio en casa; se traía la sangre y hacía todo junto, lo que venía del Instituto Social de la Marina y lo suyo privado. Colaboró mucho con don José Molina Orosa y otros doctores pioneros, para quienes no tenía horario y, muchas veces, ni facturas”.
No resulta extraño que decidiera seguir los pasos paternos y estudiara Farmacia; y que lo hiciera en la misma universidad de Santiago de Compostela donde Valls Díaz iniciara su formación, interrumpida por la Guerra Civil y finalizada en los primeros años de la posguerra. Dotes no le faltaban al hijo para acompañar una vocación adquirida en esa colección de instantes sentado en el laboratorio de la trasera de la residencia familiar, viendo al cabeza de familia trastear con sus herramientas, siempre pegado al aparato de radio.
Prueba de ello es que el joven Alfonso formó parte del mítico equipo de Cesta y puntos del instituto de Lanzarote que llegó a la final canaria del popular concurso televisivo de los años sesenta, “aunque iba como suplente”, aclara con rapidez. “En aquella época, no había manera de que la retransmisión en directo de la tele llegara a Canarias, así que montaron unos estudios en Las Palmas y una fase canaria de ese programa, en la que participaban varios colegios de las islas y uno de Sidi Ifni, cuando el Sahara todavía era provincia española. Y aunque perdimos contra el Tenerife en Madrid, el recibimiento y las entrevistas en los medios locales fueron una cosa extraordinaria, acostumbrados como estábamos en Lanzarote a pintar poco...”, sonríe.
Luego llegarían sus años de estudiante universitario, entre 1968 y 1973, cuando considera que lo pasó “bastante bien”. Aunque de inmediato, matiza: “Lo cierto es que solemos recordar lo bueno y olvidar lo malo, que si uno empieza a pensar... No es como ahora; yo hablaba con mi madre solo los viernes por la tarde y luego, el resto de las comunicaciones eran por carta, también con las chicas”, afirma socarrón.
Años convulsos
Terminada la carrera, Valls de Quintana tenía claro que su destino no era dispensar medicamentos, sino emular al padre en un laboratorio de análisis clínicos, y hacerlo para la sanidad pública. Así que “echó los papeles” y consiguió entrar como residente en la especialidad de Microbiología en la madrileña Ciudad Sanitaria La Paz, centro científico e investigador puntero de aquellos tiempos.
“Fueron momentos apasionantes para mí, muy enriquecedores tanto desde el punto de vista formativo y profesional como humano; en el periodo de 1974 a 1976 ocurrieron cosas muy importantes para la historia de este país, años convulsos, con el régimen de Franco dando sus últimos estertores y una oposición democrática manifestada sin muchos disimulos. Nuestras vidas transcurrían entre sobresaltos, ya que a pesar de que nos centrábamos en nuestra formación, no éramos ajenos a los movimientos reivindicativos políticos y laborales, cada vez más abundantes”, señala.
Y entre todos, un hecho de extraordinaria relevancia que vivió en primera línea y que relata ya con cierto distanciamiento: “En la primavera de 1975 Franco fue ingresado en La Paz por un proceso tromboflebítico, como se decía entonces; las muestras del caudillo nos las traía directamente su yerno, el doctor Martínez Bordiú, que era el jefe de cardiología del hospital. Pero su estado se fue agravando hasta su muerte, en noviembre de ese año”.
La vuelta a Lanzarote
Justo un mes después, Alfonso Valls terminaba la especialidad y después de un breve paréntesis para cumplir el servicio militar se incorporó a la Casa del Mar, antes de devenir en residencia Virgen de los Volcanes. “En mi decisión de volver pesó mucho mi amor por esta tierra y mi deseo de contribuir a mejorar la situación sanitaria de la Isla. Podía haber seguido en Madrid, donde ya vivía con mi mujer y mi hija, porque en aquel entonces se estaba construyendo el Hospital Ramón y Cajal y me ofrecieron quedarme, pero en Lanzarote no había nada y eso me motivaba: todo estaba por hacer, y además, contaba con el ejemplo de mi padre y de su generación”, explica.
Con Manuel Medina y unas enfermeras empezaron con la microbiología
Considera que en aquellos años la sanidad pública en Lanzarote era muy precaria, pese al esfuerzo de los pioneros. El panorama era desolador, las infraestructuras se reducían a la Casa del Mar, una especie de ambulatorio-clínica del Instituto Social de la Marina, el viejo Hospital Insular dependiente de Cabildo y las “Casas del Médico” en las cabeceras de los municipios.
“Necesitábamos un cambio muy profundo así que, junto a Manuel Medina y un par de enfermeras, ampliamos el pequeño laboratorio, que no estaba funcionando, y empezamos a hacer microbiología por primera vez en la Isla”, dice. Una tarea que, pese a su importancia, enseguida se reveló insuficiente, con un crecimiento demográfico exponencial paralelo al desarrollo turístico.
En septiembre de 1977 se convocaron algunas plazas de facultativos jerarquizados con la intención de transformar la antigua Casa del Mar en un embrión de Residencia Sanitaria de la Seguridad Social. Allí se reunieron, junto al flamante nuevo jefe de Sección de Análisis Clínicos, otros especialistas que cimentaron en esta época su actual prestigio, como José María Henríquez Esquiroz (Pediatría), Julio Santiago Obeso (Psiquiatría), Carlos Henríquez (Cirugía) o Ruperto Morales Lugo (Ginecología y Obstetricia) entre otros, bajo la dirección de Juan de la Cruz.
A por el nuevo hospital
Aquellos fueron años de adquisición de conciencia sobre los derechos políticos y ciudadanos también en Lanzarote, donde tomó cuerpo la reivindicación de un cambio radical en lo concerniente a los servicios sanitarios. “La gente se echó a la calle y hubo dos manifestaciones multitudinarias, de las mayores que se recuerdan en la Isla, una en 1979 y otra en 1981”, relata Alfonso Valls.
También advierte que no eran buenos tiempos “para estar con reclamaciones”, con una UCD en decadencia y el golpe de estado de febrero de 1981 que, con la dimisión de Adolfo Suarez y el gobierno de transición de Calvo Sotelo cabalgando una de las peores crisis económicas del siglo, pusieron fin a la Transición española. Y continúa: “La ocasión llegó después, con la victoria del PSOE y Felipe González en las elecciones generales de octubre de 1982, y las municipales de 1983, cuando, como era de esperar, las candidaturas socialistas arrasaron”.
De la mano del recién elegido senador por Lanzarote, José Ramírez Cerda, Alfonso Valls se había embarcado en una nueva aventura, al sumarse a la lista al Ayuntamiento de Arrecife encabezada por José María Espino, con quien mantuvo siempre una gran sintonía política y personal. “Nunca me había planteado entrar en la política activa y me costó mucho decidirme; cuando Pepín Ramírez vino a mi casa a pedirme que formara parte de la candidatura, yo estaba en otras labores y mi profesión y mi familia ocupaban totalmente mi tiempo y mi vida”.
Entendió que “desde dentro” se abría una posibilidad mayor de contribuir a mejorar de la situación sanitaria
Pero, al entender que “desde dentro” se abría una posibilidad mayor de contribuir a la mejora de la situación sanitaria de la Isla, accedió al desafío y fue designado concejal de Sanidad del Ayuntamiento de Arrecife, lo que de nuevo lo situó en el balcón privilegiado de los sucesos de la historia reciente. Recuerda bien las cartas cruzadas con el recién nombrado ministro de Sanidad del gobierno de Felipe González, el recordado y malogrado Ernest Lluch, que moriría asesinado por ETA años después.
“No podré olvidar la misiva en la que nos decía que se desplazaría a la Isla para comprobar in situ la situación sanitaria, lo que ocurrió a finales de 1983. Nos llamó la atención su interés por conocer los medios con que contábamos, pues como buen economista y en medio de una crisis galopante, quería calibrar muy bien las necesidades reales; y también su talla intelectual: cuando accedimos al Castillo de San José se reveló como un experto en arte y amplio conocedor de las obras y autores expuestos en el museo”.
La experiencia ministerial debió resultar positiva pues antes de abandonar la Isla, Lluc anunció que uno de los cuatro proyectos de hospitales previstos para aquella legislatura sería para Lanzarote. Y allí estuvo el germen del actual centro hospitalario, después de no pocas peripecias para obtener el terreno, elaborar los proyectos, adjudicar las obras a una empresa dependiente del Instituto Nacional de Industria, “e incluso tuvimos que pelear con los de los hoteles, que venían a quitarnos a los obreros... Y nosotros: -oigan, que no, que esto es para hacer un hospital-”, destapa con humor.
Se quedó pequeño
Si una frase caracteriza la dotación de instalaciones en Lanzarote, a causa de los tropiezos y dilaciones de todo tipo, esa es: “Y al final, se quedó pequeño”. Lo mismo le pasó al Hospital General, luego denominado José Molina Orosa, que ya ha vivido varias ampliaciones desde su inauguración en abril de 1989 y del traslado en peso del equipo médico del Virgen de los Volcanes. “Hicimos un primer laboratorio, que es una parte de donde está radiología hoy, en la planta baja, y luego, como el hospital se amplió, pusieron las consultas externas, y ahí es donde están ahora, en la planta tercera”, indica.
“Hoy por hoy son los robots los que hacen todo el proceso del análisis clínico”
Hasta su jubilación en 2016, Alfonso Valls de Quintana ha presenciado la enorme transformación científica y tecnológica de los análisis clínicos: “Hoy por hoy son los robots los que hacen todo el proceso, hasta que el resultado pasa al ordenador, donde se revisa todo, y si es necesario, se repite la prueba. Afortunadamente, siempre hay un humano detrás, nunca se puede confiar enteramente en la máquina”.
Y como quiera que la vocación se mantiene en los pulsos de las personas con endiablada resistencia, el analista ha vuelto al laboratorio, ahora para verificar la salud del futuro vino de las viñas renovadas de una finca familiar, donde da rienda suelta su afición por el campo. “Este año, con la cosecha tan escasa que hemos tenido, ha sido imposible y he tenido que vender la poca uva a una bodega grande, pero seguiré intentándolo, me hace mucha ilusión”.
Además del orgullo con el que se presenta, con un “soy conejero, nací aquí, en Arrecife” que deja a las claras la profundidad de su arraigo insular, Alfonso Valls ha batallado por la capital lanzaroteña como concejal de Sanidad en el gobierno de José María Espino y en las filas del Partido Socialista, tras las elecciones de 1987. Pero al punto aclara: “Nunca me liberé, siempre seguí trabajando; era la política de antes, que se hacía un poco por responsabilidad con la comunidad”. Tras esa etapa como edil en la Corporación local durante un mandato, Alfonso Valls de Quintana tuvo otro acercamiento al Consistorio, esta vez en calidad de ciudadano, ante la aplicación de una Ley de Memoria histórica que iba a barrer del callejero la mención a su abuelo, el Coronel Valls de la Torre. Y tras varias reuniones y un poco de sentido común, se eliminó el rango y quedó la persona, “alguien que fue muchas cosas además de militar; estuvo destinado en Lanzarote y aquí se enamoró y se casó con mi abuela. El alzamiento le pilló en Canarias pero siempre ayudó altruista y desinteresadamente a todo el que pudo, sin mirar los bandos. Porque en la Isla, entonces, todo el mundo era familia o se conocía”.
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