PERFIL

A Tomás Hernández le duele Venezuela, le enfada Arrecife y le ilusiona Conil

Emigrante, trabajador multiusos, empresario, viticultor… El impulsor de Inoxnaval Lanzarote siempre cuenta mejor sus vidas al refugio de un buen vino

Mario Ferrer 3 COMENTARIOS 08/08/2021 - 09:16

Hace unas pocas semanas y con apenas 10 años, Tomás Hernández Godoy, el quinto Tomás Hernández de la saga familiar, superó con buena nota una prueba clave. Su abuelo, Tomás Hernández Rodríguez, jefe actual del clan, le invitó a acompañarle a revisar las parras de la finca familiar. El resultado fue muy positivo: el joven Tomás no solo accedió a la invitación, sino que participó activamente de todo el recorrido, para regocijo de su abuelo, quien no pudo dejar de recordar que esas mismas viñas las había conocido de manos de su abuelo casi 70 años atrás: “No dejaba que se perdiera ni una sola uva en la vendimia”.

El impulsor de Inoxnaval Lanzarote, una conocida ferretería de Porto Naos, nació al lado del Callejón Liso de Arrecife hace 74 años. Arrecifeño de cuna, Tomás todavía recuerda cómo las mareas grandes entraban por la Plazuela y siente nostalgia “del bullicio y la vida que había siempre en la calle Real y en el centro de la ciudad” en su infancia y parte de su juventud, porque antes de pasar la mayoría de edad emigró a Venezuela.

El sueño de hacer las Américas le venía de su padre, quien ya había emigrado en los años cincuenta, haciendo un buen dinero que sin embargo no cundió del todo en Lanzarote, “por fiar demasiado a gente que luego no pagó”. La vida no era fácil en la Isla. Su abuela tuvo 14 hijos, pero solo cinco llegaron a adultos. Casi todos murieron siendo bebés por alguna enfermedad.

En 1965, y con su padre viviendo de nuevo en Venezuela, Tomás Hernández y familia decidieron hacer las maletas. Llegó al país sudamericano un viernes y el lunes siguiente ya estaba trabajando. Un fin de semana para adaptarse a una vida nueva. Primero estuvo empleado varios meses en una gasolinera y luego paso a trabajos relacionados con repuestos y administración de maquinaria agrícola.

Era el destino soñado en esa época para mucha gente. La larga posguerra no daba tregua en Canarias. Tomás recuerda hacer mucha vida con otros isleños emigrados, especialmente con tinerfeños y palmeros, quienes con el resto de canarios componían una gran red social para ayudaba a todos los nuevos que llegaban.

Como a su padre, que había venido de la Guerra Civil sabiendo conducir, el tener el carné de conducir ayudó a Tomás a conseguir trabajo. Durante años transitó el país, de arriba abajo, en camioneta, vendiendo materiales y cobrando facturas. “Venezuela estaba mejor que Canarias, aunque tampoco había tanta diferencia, el gran cambio es que había trabajo”. Recorriendo Venezuela, Tomás nunca tuvo problemas serios. En muchas ocasiones dormía en la propia camioneta por miedo a que se la robaran. “Una vez fui a cobrarle una factura impagada a un hombre sin saber que justo había llegado de la cárcel, pero fue muy amable conmigo”, recuerda.

Ahora, a Tomás hablar de Venezuela le provoca desconsuelo y tristeza. Muchos amigos se quedaron allí y la situación no es buena: “El país empezó a fastidiarse en los años 80 y fue a peor cuando llegó Chávez”, aunque Tomás advierte a todo el que quiera oírlo que la “enfermedad que empezó allí también ha llegado a aquí: todos quieren mil derechos pero ninguna obligación”.

Pasaban los años en Venezuela cuando en un viaje de vuelta a Canarias en 1974, Tomás conoció, por casualidad, a la maestra lanzaroteña Juliana García. Dio la coincidencia de que ambos habían ido a ver sus hermanas, quienes compartían piso de estudiantes en Gran Canaria, y allí se conocieron. Otro giro del destino que cambió el camino de Tomás. Su perspectivas se transformaron. Veía que “escribirle cartas de amor a Juliana desde tan lejos” le “costaba mucho” y que su padre se hacía mayor, así que planificó la vuelta. Juliana estaba más que de acuerdo, pero su padre no lo veía claro porque “no le gustaba la idea de volver sin tener mucho dinero”. “Es algo típico de los emigrantes, tienes muchas ganas de retornar, pero parece que te da vergüenza si no es con una fortuna”, señala.

De vuelta en su isla natal, Tomás consiguió varios trabajos, antes de iniciarse en 1979 en Inoxnaval, una ferretería relativamente nueva instalada en Porto Naos que era la delegación de una mayor fundada en Gran Canaria por Amancio Uriarte, un peninsular del norte que, tras hacer la mili en las Islas, se enamoró de una canaria y aquí hizo familia y carrera.


Pablo González, Tomás, Bernardino Curbelo y Julio Viñas, en Puerto Cabello en 1970.

Tomás Hernández llegó un viernes a Venezuela y el lunes ya estaba trabajando

Pero, como a la llegada a Venezuela, la vida de Tomás volvió a tomar otro giro un fin de semana de 1982. Un viernes, el dueño de Inoxnaval le dijo que iba a cerrar la empresa en Lanzarote, para quedarse solo con la sede de Gran Canaria. Poco después, le ofreció irse a Gran Canaria y, finalmente, la oferta se concretó en que le daba la empresa en Lanzarote si se comprometía a pagarle todo el material. Otro fin de semana de reflexión para cambiar de vida y el lunes Tomás dio el sí: “Básicamente, porque no quería perder el empleo, pero yo nunca me vi dueño de nada, solo de mi sueldo”.

A partir de ahí, y ya con tres hijos, empezó una carrera nueva como empresario: “De contabilidad no sabía nada”. Poco a poco fue aprendiendo a manejar un negocio centrado en el acero inoxidable, mientras pagaba, “letra a letra”, lo que le debía a Amancio Uriarte, a quien Tomás llama su “padre comercial” por la ayuda prestada. Empezando con un solo empleado, Tomás llegaba a Inoxnaval Lanzarote a las siete o siete y media de la mañana, para terminar a las diez u once de la noche. La ferretería se convirtió en su vida, tanto que admite que es ahora, ya jubilado y con sus nietos, cuando ha aprendido más de criar niños, porque cuando tuvo a sus hijos “casi ni tenía tiempo”.

Inoxnaval, cuyo logotipo fue diseñado por el artista Santiago Alemán, fue creciendo poco a poco, en una época mala para Porto Naos, en la que cayeron muchos talleres tradicionales ligados a la pesca. Mientras enumera a antiguos artesanos, Tomás recuerda que “antes Porto Naos estaba lleno de vida, con un montón de talleres artesanales, de magníficos maestros que habían hecho grande la flota de Lanzarote”.

No es la única queja hacia Arrecife, ciudad a la que dice “amar demasiado”. “Pero no me importaría tirarla toda y hacerla de nuevo, a ver si esta vez no nos equivocamos tanto”, recalca. Puede parecer que Tomás tenga cierta alma de anarquista, por su afición a no dejar títere con cabeza en sus comentarios políticos, pero su trayectoria atestigua que es un hombre entusiasta y emprendedor que, además de tirar de empresa y familia, también participó en el impulso de la Cámara de Comercio de Lanzarote.

Ahora, sus mayores ilusiones están en las centenarias parras familiares, que “al parecer” provienen de un tatarabuelo. Es época de vendimia, se cierra el ciclo de la viña y hacer el vino tiene algo de rito inmemorial. Decía Aristóteles que “lo que es eterno es circular y lo circular es eterno”. La vida tiene algo de circular y Tomás Hernández parece haber ido cerrando sus círculos. Después de hacer el duro viaje de ida y vuelta del emigrante y tras dejar en manos de sus hijos la empresa, el fundador de Inoxnaval Lanzarote disfruta ahora cerrando el ciclo de las parras centenarias, degustando el vino artesanal de la familia.

El que tenga el privilegio de ser invitado y la cosa termina en una buena parranda, es probable que vea otros círculos famosos, los que hace la legendaria cadera del protagonista de este reportaje al bailar. En los años de emigración venezolana, Tomás trabajó mucho, pero también tuvo algo de tiempo para convertirse en un afamado salsero. En las fiestas de la bodega familiar no hay muchacha que se resista.

Comentarios

Bonita semblanza.
Gran persona... grandes hijos y gran familia. Puedo dar fe que las parrandas en esa bodega han dado mucho de sí, y no ha habido dama que se resista a sus bailes
¡¡ Tomás, échale " Pichón " a la cosa ¡¡.

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