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“Mi hijo pregunta si nos van a echar de casa”

Jéssica llevaba cuatro años ocupando una vivienda con su pareja y sus cuatro hijos. Antes del desahucio ha optado por marcharse de nuevo a otra casa en la misma situación

Saúl García 0 COMENTARIOS 08/07/2021 - 07:15

Para Jéssica, lo más urgente es lo más básico: “Tener una casa de la que no me vayan a echar”, dice. Y no es tan sencillo. Acaba de mudarse, después de pasar cuatro años en Güime ocupando una casa de la Sareb, el famoso banco malo, y la única solución que ha encontrado es ocupar otra en Tinajo, también de una entidad bancaria.

El lanzamiento del desahucio lo tenía fijado para este viernes 9 de julio, pero se ha marchado antes: “No quiero ver a la Guardia Civil entrando en casa”, dice, y añade que, si con el informe de vulnerabilidad de servicios sociales le aplazan un mes el lanzamiento, no le sirve de mucho.

Ha llegado a un acuerdo con el fondo de inversión Coral Home, que ha acabado siendo propietario del inmueble, y ha encontrado otra casa, aunque ha tenido que pagar mil euros para ocupar esa nueva vivienda a alguien que tampoco es su propietario.

El procedimiento del desahucio no se ha paralizado a pesar que Jéssica no vive sola. Con ella está su pareja, sus cuatro hijos, de entre dos y seis años, y su padre. Y cada quince días se suman otras dos hijas de su pareja, de 15 y 17 años. Ahora no trabaja ninguno de los dos.

Su vida laboral, cuenta, se reduce a cinco días de camarera por una empresa de trabajo temporal en el año 2019. Su padre trabajaba en los mercadillos, pero su situación económica ha empeorado mucho durante la pandemia, y su marido estuvo trabajando nueve meses de convenio con el Ayuntamiento de San Bartolomé.

Viven con 280 euros al mes de ayuda y con ayudas puntuales para la comida. No cobra la Prestación Canaria de Inserción (PCI) ni el Ingreso Mínimo Vital. “La PCI parece que estaba aprobada, pero no la cobro y así es imposible pagar un alquiler”, dice. Y en cuanto al trabajo: “Sin experiencia no te cogen, pero, si no trabajo, nunca tendré experiencia porque no me dan una oportunidad”.

Los últimos años no han sido nada sencillos. Antes de ocupar la casa en Guïme vivían con su suegra y sus hermanos, en una habitación. Dice que no les quedó más remedio que ocupar: “Si no hay casas de protección oficial…”.

Tampoco accede a un alquiler social. Asegura que ha acudido a los servicios sociales de San Bartolomé y también del Cabildo y que ahora se empadronará en Tinajo, aunque se teme que para acceder a las ayudas ahora le exijan haber estado un año empadronada en el municipio.

En Güime tenían luz y agua y ahora en Tinajo, no. De momento, el problema del agua potable lo solucionan con garrafas, y el de la electricidad con lámparas solares y con una cocinilla de gas para cocinar. La casa llevaba mucho tiempo cerrada y tuvieron que acondicionarla, pero está en buenas condiciones. De hecho, no es solo una casa, sino varios apartamentos. Esperan poder contar con una batería en breve para tener luz.

El día se hace largo y procura salir de casa con los niños. Antes, desde Güime, iba a la playa y se movía en guagua. En Tinajo se puede mover caminando y puede ir al parque. Dice Jéssica que lo hace todo por sus hijos: “Mi miedo es que me quiten a mis hijos, porque hay gente que no se ocupa de ellos, pero yo lo hago todo por mis hijos, y bastantes problemas tengo ya como para, encima, vivir con el miedo a que me los quiten”.

“Casi no duermo por los problemas que tengo”, asegura. Jéssica tiene solo 28 años y toma ansiolíticos. “Creo que soy valiente pero siempre temo que venga alguien y yo no quiero estar así”, dice. Asegura que le interesaría formarse, hacer algún curso, aunque lo tiene muy difícil: ¿Tú crees que en esta situación y con cuatro hijos puedo estudiar?”, se pregunta, y por otro lado dice que lo que le interesa es trabajar, pero insiste en que es muy difícil encontrar nada.

“Me he metido en todos lados para buscar trabajo y solo necesito una oportunidad, yo no quiero vivir de las ayudas”, afirma. Y vuelve a preguntar: “¿Tú sabes lo que es comer lo mismo durante meses? Croquetas de bacalao, panga y dos pechugas para seis personas, que cuesta masticar”. Ese es el menú, en ocasiones, de los lotes que llegan de las ayudas de alimentos.

“Los zapatos de los niños están reventados, y necesitan zapatos nuevos”, añade. Jéssica recuerda que tuvo que dejar el instituto, sin acabarlo, con 15 años, para cuidar de su hermana, que ahora tiene 12 años: “Todo es acostumbrarse”, dice. Pero no es fácil: “Mi hijo mayor pregunta si nos van a echar y se sabía hasta la fecha del desahucio o pregunta que por qué llora mamá, y es muy duro...”.