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Universo Mick Gonnel

El artista francés afincado en La Villa de Teguise abre al público cada día su casa-taller para mostrar sus esculturas llenas de ironía y creatividad

Fotos: Manolo de la Hoz.
Myriam Ybot 2 COMENTARIOS 18/08/2018 - 09:57

En la puerta de su casa taller, en la trasera de la plaza de Las Maretas de Teguise, dos personajes de hojalata guardan la entrada. Un pájaro patilargo con aires de verdugo y un muy marcial don Quijote dan la pista al visitante de lo que aguarda dentro: el onírico universo de Mick Gonnel, un mecánico dental que vino a Lanzarote en los 70 “para salvarse de historias antiguas” y quedó anclado en ella para siempre. En la Isla encontró una nueva vida y descubrió su vocación y su sustento en el ensamblaje de piezas de chatarra, que sus manos convierten en obras de arte.

La singladura vital de Mick Gonnel está marcada por personajes que han significado para él cambios de rumbo profundos, volantazos vitales, ascensos a la superficie. La abuela que financió a aquel nieto de tupé teñido de azul, patillas y botas de cowboy sus estudios de arte en la Escuela del Louvre; el colega que lo admitió en la tripulación de su barco para alejarlo de las malas compañías y lo depositó en Lanzarote tras un viaje por la ruta de los Alisios. Y sin duda, el francés afincado con la familia en Playa Quemada que le ofreció alojamiento y compañía en los primeros tiempos.

La década de los ochenta se encaminaba a su fin y la isla volcánica se mantenía aún como un paraíso de libertad para los muchos jóvenes europeos que habían huido de sus ordenadas vidas aspirando a la utopía del buen salvaje y la vuelta a la naturaleza.

En un saloncito colapsado de cachivaches en Playa Quemada, se obró el milagro de la transformación de la basura en arte

Gonnel encajó perfectamente en aquel ambiente, con la inestimable ayuda del ingreso mensual de una prestación francesa de desempleo, generada por su trabajo durante 15 años al frente de un laboratorio de mecánica dental. Y fue en uno de sus habituales paseos por la costa sureña cuando descubrió un cráter convertido en vertedero de electrodomésticos, piezas de coche, somieres y otros restos de lo más variado.

“Mi primer impulso fue cargar con todo para casa por su posible valor; también me preocupó que si el volcán entraba de nuevo en erupción, lanzaría aquellas toneladas de chatarra sobre nuestras cabezas”, bromea. Y en un saloncito colapsado de cachivaches, se obró el milagro de la transformación de la basura en arte: en apenas dos meses, los 35 metros cuadrados de su vivienda alojaban 80 esculturas… “Fue entonces cuando me gané el sobrenombre de Mick el loco...”, reflexiona con sorna.

“¡Esto es muy bueno, muchacho!”

Los robots de Gonnel podrían haberse quedado en un apasionante entretenimiento para su autor cuando nuevamente apareció alguien que le señaló el camino, Günter Wallraff, el escritor y periodista alemán que, tras su vertiginoso salto a la fama con Cabeza de turco, había encontrado en Lanzarote un lugar donde retirarse del mundo por temporadas.

En una esquina del porche de su casa taller en La Villa, una sirena de enormes escamas de plata se balancea sonriente a lomos de una ola-nasa

El francés adopta tono germánico para remedar a aquel primer mecenas, que le sorprendió con un: “¡Esto es muy bueno, muchacho!”. Y recupera el aspecto asombrado que debió exhibir entonces, al relatar cómo Wallraff pidió y pagó las 80 esculturas, que aún hoy decoran su casa. “En aquella ocasión fue cuando por primera vez pensé que aquel trabajo mío podría tener cierto valor artístico”, cuenta.

La entrevista con Diario de Lanzarote transcurre en su pequeño salón cocina, un lugar perfecto para la contemplación de sus obras, como el resto de la casa. Desde el taller y las habitaciones al patio trasero, el espacio ha sido conquistado por una legión de personajes cargados de ironía, capaces de transmitir con nitidez una historia ajena a la de las piezas que los conforman.

En una esquina del porche, una sirena de enormes escamas de plata se balancea sonriente a lomos de una ola-nasa y parece saludar a un pez brillante que la contempla desde el muro. Por doquier surgen flores enormes que son lámparas y fueron paneles de nevera o brazos de candelabro, animales míticos y autómatas que competirían con Wall-E en ternura y humanidad.

Como explicó de manera atinada su gran amigo y periodista, Óscar García, “lo que eran hierros retorcidos y desechados, lo que eran máquinas y artilugios reventados, despanzurrados, se convierten en relatos físicos que cuentan historias imposibles, anécdotas surrealistas, chistes sarcásticos, cotilleos bondadosos, locuras cotidianas y burguesas...”.

De la galería Yaiza a La Galería de Teguise

La amistad de Mick Gonnel con Günter Wallraff le valió también su primer contacto con el mercado del arte en su versión insular, la mítica galería Yaiza, abierta en el año 1986 por un pintor de origen germánico, Veno, y su esposa, más preocupados por promover el talento local que por hacerse ricos.

“Eran tiempos de vacas gordas, con un turismo europeo de mucho dinero, músicos y artistas que compraban mis esculturas por docenas y se las llevaban en avión, sin aduanas ni aranceles”, recuerda nostágico. De entre todos, destaca a un alemán que adquirió cien piezas de su chatarra-pop para su vivienda de La Asomada, “y todavía se lamenta cuando nos vemos de no poder llevarse más, porque asegura que no sabe dónde meterlas”.

También al calor de la abundancia proliferaron los restaurantes y bares en la Villa, que programaban exitosas muestras de arte; muchos sobreviven y conservan las obras del francés en sus decoraciones. El local “La Palmera”, uno de los más populares hoy los domingos de mercadillo, fue durante años taller y exposición del escultor, a cambio del 20 por ciento de los beneficios de las ventas.

La ruta Gonnel en Lanzarote tiene paradas en La Galería o Lagomar, en Teguise, en El Varadero de Playa Blanca o en Artenmala, en Haría. Y las tuvo en garitos de moda de Arrecife hoy desaparecidos, como La Fábrica, El Buzo o el Tambo.

Pero no todo fueron golpes de suerte para el francés. También hubo rupturas amorosas, salidas forzosas de sus viviendas de alquiler y temporadas sin taller, en las que la imposibilidad de trabajar era el peor de los lastres hacia las profundidades.

La penúltima mecenas

Y de nuevo, el magnetismo de sus ojos azules, su creatividad y su inacabable buen humor funcionaron en su beneficio con la irrupción en su vida de una mecenas, comisaria y amiga, Luz López. La propietaria de la galería Artenmala se confiesa capturada por el trabajo de Gonnel hasta el punto de movilizar a sus contactos y organizar para él jornadas de puertas abiertas.

“Mick me interesa a nivel personal y como artista, por su capacidad para generar atmósferas en los espacios en donde construye sus piezas. Combina las facetas del artesano y artista y derrocha originalidad y talento”, asegura. No es la galerista una mujer acaudalada dispuesta a vaciarle de esculturas las vitrinas y a llenarle los bolsillos. Pero sin duda, el francés forma parte del menú de artistas underground de referencia en Artenmala, que ella promociona con voluntarioso esfuerzo y una pasión contagiosa.

Su última misión: salvar la casa taller del artista, que describe como un lugar para ser preservado, por su tipología arquitectónica tradicional y porque alberga desde hace más de dos décadas el genio creativo de Gonnel, a quien considera acreedor de apadrinamiento institucional.

Luz lo tiene claro: Junto a Manolo Perdomo, Mick Gonnel es un buen ejemplo del artista genuino, desinteresado de la fama o la fortuna, volcado en su arte y arraigado a su tierra y a sus gentes. Desde su taller, armado de martillo, tenazas, soplete e ingenio, construye pieza a pieza, fragmentos de ese mundo mejor al que todos aspiramos.

Comentarios

¿Esto es arte? A mí me da vergüenza (y supongo que a los artista de verdad) también les dará lo que tiene este señor en su casa. Y que nosotros le demos bola es grave.
Qué aventura leer este artículo, me sentí como el ilustre hidaldo cabalgando de un pasaje a otro. Visitar su atelier es adentrarte en un mundo de fantasía donde poder disfrutar de su obra con buena música y un fantástico patio donde relajarse .

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