Colegios que cambian el mundo
El reportero gráfico Alberto Hugo Rojas lleva quince años retratando la vida en Palestina, Irak y Siria. Su experiencia y sus fotos consiguen que niños y adolescentes se pregunten qué pasa en este mundo para que los derechos humanos se ninguneen a diario
Hace tres años, el grupo terrorista Daesh tomó Kobanê, una ciudad del norte de Siria donde, hasta entonces, la pequeña Shirin llevaba una vida normal. Desayunaba, iba a clase, jugaba. La guerra destruyó el 80 por ciento de su ciudad. También su escuela.
Escombros, dibujos desperdigados por el suelo, mezclados con cascotes, compañeros heridos con metralla... A pesar del riesgo que suponía salir a la calle, no quería dejar de ir a clase. “Quieren ir al cole en medio de la destrucción y el horror”, dice Alberto Hugo Rojas. Tienen claro que la escuela es su única opción para intentar construir un futuro distinto.
La historia de Shirin y de otros tantos llegará a cuarenta centros educativos de Canarias gracias a Paz en construcción, un proyecto mediante el que el reportero lanzaroteño enseña a niños y adolescentes la realidad de Lesbos, los derechos que se le niegan a un refugiado o cómo es la vida de los que huyen de la guerra.
“La empatía y el pensamiento crítico son dos de los objetivos del proyecto”, explica el fotógrafo. Sus fotos son “poco mediáticas”. No hay violencia explícita ni amarillismo. “Me interesa contar historias de supervivencia, de cómo se reconstruyen y se ayudan las personas en la guerra. Y también enseñar el trabajo que hacen los reporteros y miles de oenegés pequeñas e invisibles. Sin ellas, mucha gente habría muerto de frío o de hambre”. Habla de asociaciones como Salvamento Marítimo Humanitario, Proem Aid o SAO que dan atención sanitaria, comida y dignidad a los migrantes. Todo lo que no les facilita Europa.
“Me podía haber tocado a mí”
José Miguel Serrano es profesor del colegio de infantil y primaria de Costa Teguise y es el tercer año que trabaja el proyecto Paz en construcción con alumnos de 5º y 6º de Primaria. “Organizamos muchas charlas y lo habitual es que a los veinte minutos de terminar ya no interese mucho el tema. Con Alberto es otra cosa. Están pendientes, atentos, les afecta... Es bastante sorprendente su reacción”, cuenta.
Tener a alguien que te cuente lo que está pasando, “a través de vivencias y de anécdotas, hace que todo sea más real”, que los niños piensen “me podía haber tocado a mí”. Algunos de los alumnos de José Miguel estaban en la playa cuando llegó la última patera a Costa Teguise. Fueron testigos de lo que pasó. “Este trabajo nos ayudó a explicarlo en clase”, dice.
Rosa Pérez es profesora del instituto Agustín Espinosa y también lleva tres años participando del proyecto. El próximo 28 de mayo Alberto dará una nueva charla en el centro. “Tiene muy buena acogida, es importante que los chicos conozcan lo que está pasando de primera mano”, dice.
“La llamamos crisis de refugiados y no lo es. No les estamos dando refugio: ellos son migrantes y esta es una crisis de valores”
Las reacciones son diversas: algunos se impactan mucho, se emocionan, dicen que esto no puede ser. Otros creen que las cosas sólo se hacen por interés. Y punto. “Procuramos hacerles entender que individualmente no podemos hacer nada, pero juntos sí”, dice Rosa.
El proyecto ayuda a que los alumnos tengan una opinión propia y asuman su responsabilidad en la sociedad en la que viven. No es nada fácil. Los influencers no hablan de estas cosas en YouTube. En la tele, los medios generalistas pasan de soslayo, centrándose sólo en cifras y en imágenes de impacto.
Después de una charla, un chaval le hizo un comentario a su profesor de filosofía: “Ahora entiendo tus clases”. Alberto les dice que son importantes, “que sólo ellos pueden hacer que las cosas cambien, que defiendan los derechos humanos de verdad”.
Hay oenegés que garantizan el acceso a la educación en los campos de refugiados.
10.000 menores solos
“La llamamos crisis de refugiados y no lo es. No les estamos dando refugio: ellos son migrantes y esta es una crisis de valores”, puntualiza Alberto. En 2016, las excavadoras derribaron el inmenso campo de refugiados de Calais, conocido como La Jungla. Muchos menores (la Interpol calcula que 10.000 están solos) se negaron a salir y a subirse a los autobuses. Sabían, por la experiencia de otros, que los centros donde les llevaban no eran de acogida sino de detención. La policía, que gaseó y golpeó a quien se negó a salir, también les detuvo a ellos.
“Hay toda una generación de niños que creen que vivir con violencia es lo normal”. Sin posibilidad de ganarse la vida, sin futuro, “corren el peligro de radicalizarse”. En Serbia muchos migrantes no quieren ir al campo de refugiados “por miedo a ser deportados”. Algunos mueren literalmente de frío en el crudísimo invierno serbio. Una oenegé alemana les proporciona ducha, ropa, cortauñas y les cura las heridas porque muchos pasan semanas sin lavarse. Una asociación vasca les prepara la comida. “Eso se llama caridad, no les estamos solucionando el futuro”, dice Alberto.
La situación es crítica. Mientras las instituciones europeas miran hacia otro lado, en las calles de Atenas “los pederastas no se cortan y salen a buscar niños”, dice Alberto. En el centro de Chío, en un campamento de refugiados montado en medio de ninguna parte, las familias tienen miedo de dejar a sus hijos solos, porque “hay muchos casos de automutilaciones y suicidios”.
Las mujeres no salen por la noche por miedo a ser violadas. A los recién llegados, algunos en estado de shock por lo que han vivido en la guerra y en la travesía, se les recibe con tres posibilidades: dormir en una precaria caseta sobre suelo de piedra, quedarse en un container o buscarse un sitio para pasar las noches con una manta mientras esperan una entrevista para solicitar asilo.
Los últimos acuerdos firmados en Turquía “convierten en inmigrante ilegal a todo el que no es refugiado”. En medio de este drama, Alberto ha visto a la gente sobreponerse. También hay juegos, risas, comida compartida, hermandad en medio de la catástrofe.
El año pasado, se produjo una imagen en el Parlamento canario que no abrió ningún informativo: una adolescente del instituto Dorama (Moya, Gran Canaria) pidió a la clase política que se pusiera las pilas para solucionar esta crisis y les tuvo que aclarar que la inmigración “no es una amenaza sino una oportunidad”.
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