
EL PASEO
Por Saúl García
Muchos saharauis de más de cuarenta años solo han conocido Tinduf. No han visto otro país que no sea un campamento provisional en el desierto
Aminetu Haidar protagonizó hace 16 años uno de los episodios, o quizá el episodio ocurrido en Lanzarote en el siglo XXI que más atención mediática recibió del resto del mundo. Hubo un momento de la huelga de hambre en que coincidieron en el aeropuerto medios de comunicación de toda Europa.
Una huelga de hambre tiene una narrativa complicada para el periodismo, porque lo que genera interés es la acumulación del tiempo, algo de lo que carece el periodismo contemporáneo, pero lo que se contaba allí, en realidad, era la resistencia pacífica de una mujer frente a dos estados, el de Marruecos, que la expulsó y el de España, que fue cómplice. “Lanzarote fue un tablero de ajedrez de la política internacional”, dijo el periodista Nicolás Castellano en la mesa redonda en la Fundación César Manrique.
Volvió Aminetu Haidar a Lanzraote y dijo que hay que superar tres muros que exigen una solución coordinada: el político y diplomático, el jurídico y económico y “quizás el muro más peligroso: el de la desesperanza generacional”.
El pueblo saharaui lleva medio sigo de resistencia en una lucha desigual que el paso del tiempo empeora por sí sola, sin apenas apoyos internacionales y sin un atisbo de que la cuestión se pueda solucionar. Lo tiene todo, o casi todo, en contra, y sin embargo sigue resistiendo.
Muchos saharauis de más de cuarenta años solo han conocido Tinduf. No han visto otro país que no sea un campamento provisional en el desierto. Algunos tienen que explicar a sus hijos que hay que resistir por un territorio que no han conocido.
Lo tienen todo en contra: el silencio mediático, el actual panorama internacional, el hecho de ser “un cromo de intercambio en la política internacional”, la debilidad de las fuerzas, la dispersión… Cada vez la resistencia es más complicada, pero ahí siguen. Merecen, como mínimo, nuestro reconocimiento.












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