La situación física y moral de la ciudad de Arrecife no es fruto de la casualidad pero tampoco es producto de la planificación.

Es descendiente directa, eso sí, de la desidia, el desprecio y la avaricia de los que estaban obligados a hacer un poco más que extraer algo de ella para beneficio propio; de la incapacidad de los que tenían más vocación que valentía y del desinterés de casi todos los demás: los que prefieren que sean otros los que decidan por ellos y los que pensaron que era posible hacer una ciudad sin ciudadanos y una isla sin ciudad.

Cuando se deja la ciudad en manos de los que sólo la ven como un tablero de Monopoly, de los que la viven como una oficina, los que la proyectan como un centro comercial, los que destinarían cualquier espacio libre a aparcamiento o los que la diseñan como un destino y no como un punto de partida, pasa esto: que la visión mercantilista y de balance de resultados acaba por convertir en un activo todo aquello que está de paso y en un pasivo todo lo que la habita.

No estaría mal que la condición de vecino, o ciudadano, se extendiera hacia algo más que ser aquel que se puede beneficiar, con suerte, de un camino que está hecho por otros y para otros.

Para tener autoestima no es necesario mirarse sin tregua en el espejo pero sí estar dispuesto a que si no te gusta lo que ves, la solución no pase por coleccionar cristales rotos.

Muchos de los que nacieron en otra ciudad que creció en el mismo sitio viven esta ciudad como un recuerdo de lo que fue y muchos de los que nacieron en otras ciudades la viven esperando que se convierta en lo que no fue nunca.

No se puede llegar a puerto si antes no se ha zarpado, igual que llegar a puerto no garantiza que se haya seguido el rumbo.

La cuestión no es que el viento sea favorable sino a quién favorece.

Arrecife, ciudad en construcción: perdonen las molestias.