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Por M. J. Tabar
Ricardo Ramos (Arrecife, 1942) se crío en una familia de marineros, en el Morro de la Elvira. Trabajó en la mar desde los catorce años. Capturó sardinas, corvina, burros (“de todo menos atún”), conservó y saló pescado, fue cocinero en tierra, subió mobiliario al Hotel San Antonio antes de que se inaugurase en el Puerto del Carmen de los años 70 y durante cuarenta años trabajó en ese mismo establecimiento como maletero y recepcionista. El 31 de enero de 2013 se jubiló por motivos de salud. “Si yo volviera a nacer, volvería a trabajar en el hotel con los ojos cerrados”.
Ricardo Ramos (Arrecife, 1942) se crío en una familia de marineros, en el Morro de la Elvira. Trabajó en la mar desde los catorce años. Capturó sardinas, corvina, burros (“de todo menos atún”), conservó y saló pescado, fue cocinero en tierra, subió mobiliario al Hotel San Antonio antes de que se inaugurase en el Puerto del Carmen de los años 70 y durante cuarenta años trabajó en ese mismo establecimiento como maletero y recepcionista. El 31 de enero de 2013 se jubiló por motivos de salud. “Si yo volviera a nacer, volvería a trabajar en el hotel con los ojos cerrados”.
Estuvo empleado en la Rocar y está convencido de que hoy día, de haberse hecho las cosas de otra manera, las conserveras darían trabajo a mucha gente. Con 16 años se embarcó hasta Cabo Blanco. Pasó seis meses pescando corvina, fileteándola en lomos y salándola, con ningún momento para la ducha, algún rato de ocio con la baraja y un lujo llamado café.
“De vez en cuando llegaba algún paquetito de la familia con queso y fruta. A tierra no se bajaba nunca. Estábamos como en una prisión”, cuenta Ricardo sentado de espaldas a la Marina de Arrecife. Pescó burros, pescó sardinas, fue contramaestre en el barco familiar y trabajó en los de Lloret y Linares. Conoció los ‘neveritos’ (barcos que transportaban pescado fresco en hielo) y sus dos años de servicio en la Marina los cumplió en el buque-aljibe que transportaba agua potable hasta Lanzarote.
En 1971, se quedó en tierra para trabajar como cocinero de personal en La Barracuda. Al tiempo volvió a la mar, pero conservando el oficio de cocinero. Un año después, volvió a tierra y se quedó para siempre en esta orilla. “Eché una solicitud al Hotel San Antonio para trabajar de maletero”, explica. Consiguió el puesto y lo mantuvo hasta el 31 de enero de 2013, fecha que recuerda con la exactitud que otorga a veces el sentimiento. “Entonces no había casi ningún hotel en la isla: estaban el Parador [inaugurado en 1950], Los Fariones [1966] y el San Antonio”, cuenta Ricardo, un profesional del trabajo -de todos- y un entusiasta de la vida.
Tantas amistades y buenas relaciones forjó en sus primeros años en el hotel de Puerto del Carmen, que en los 80, le hicieron una propuesta algo extravagante, que terminó rechazando: “Les llamaban las ‘marquesas amarillas’, eran unas señoras que vivían en la Castellana y tenían una casa de veraneo en Biarritz. Me propusieron que trabajase de chofer para ellas en Madrid”, relata. Recuerda que cuando se presentó en la casa, una “criada filipina” lo anunció como “el señorito Ricardo”.
Él, que había solicitado un año de excedencia en el hotel, reflexionó (“¿pero cómo me voy a meter yo aquí?”) y contestó a sus empleadoras: “Les estoy muy agradecido pero yo vengo de un sitio muy tranquilo, muy acogedor y no me veo conduciendo todos los días por Madrid”. Se despidió y regresó a la pensión donde se alojaba. Aquel mismo día llegó a sus oídos otra oferta de trabajo en una hamburguesería próxima a Moncloa.
Estuvo un año preparando hamburguesas “caseras, hechas con mimo y carne fresca de vaca, nada de carnes procesadas”. Con su miga de pan, su pimienta y su condimento casero cocinado a diario. Todavía hoy sigue visitando a su amigo Ismael, el propietario del establecimiento.
Terminada su excedencia, Ricardo regresó a su oficio como maletero y lo desempeñó con pasión, responsabilidad y humor durante los siguientes cuarenta años. “A la empresa trabajadora que paga y cumple, hay que defenderla como si fuera de uno”, dice. Entonces el hotel era gestionado por la compañía Ocasa, pero Ricardo asegura que con todos los directores del hotel ha tenido buena experiencia. Destaca tiempos particularmente brillantes, de grandes propinas, cuando la U.D. Las Palmas jugaba en primera división y el director pagaba los billetes y el alojamiento de los trabajadores para ir a ver los partidos.
“He visto de todo y a mucha gente conocida”, dice el profesional. A la mujer de Adolfo Suárez, por ejemplo, a la que acompañó a misa a la Iglesia de San Ginés; a Carmen Polo -nieta de Franco-, a Ángel Nieto, Valdano, Bibiana Andersen, Vázquez Figueroa, Alfredo Landa, José Luis López Vázquez y Pamela Anderson. La relación con algunos clientes era estrecha. A veces, ejercía de guía en las salidas nocturnas. Las familias repetían vacaciones cada año, “porque se sentían como en casa” y sus hijos continuaban la tradición.
“Siempre he puesto mi granito de arena para que los clientes se fueran pensando que Lanzarote es lo mejor del mundo”
Recibió el Premio Distinguido del Turismo y nunca ha estado en Fitur. Opina que la modalidad del ‘todo incluido’ ha perjudicado gravemente al comercio local. “Fue una metedura de pata, porque la gente no sale del hotel, ni conoce la isla, ni a la gente de la isla. Come a cualquier hora y le ofrecen de todo. El problema es que los touroperadores obligan a los hoteles a ofertar el ‘todo incluido’, y si no lo hacen, no les llenan el hotel”, explica.
Ha recibido regalos, cartas, afectos e invitaciones a Alemania e Inglaterra que nunca hizo efectivas porque sus viajes particulares lo llevaron por otras latitudes: Portugal, Noruega, Brasil… “He visto unos cuantos sitios, sí. Y siempre he puesto mi granito de arena para que los clientes se fueran pensando que Lanzarote es lo mejor del mundo”.
Comentarios
1 Francisco Lun, 27/01/2014 - 07:35
2 Cristina Lun, 27/01/2014 - 10:40
3 Guadafraa Lun, 27/01/2014 - 14:16
4 Emilio Hernánde... Mar, 28/01/2014 - 01:13
5 Conejera Mar, 28/01/2014 - 20:11
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