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Por M. J. Tabar
Pasan quince minutos del mediodía y la tortilla del día está ya extinta. El Tin-Tan lleva despachando tapas y bocadillos desde las cinco de la mañana clientes “variopintos”: taxistas, guardias civiles, albañiles, profesores, alumnos de estudios artísticos, periodistas, etcétera, etcétera, etcétera. Desde el mediodía del viernes 21 de febrero, en este bar de la calle García Escámez (Arrecife) que por cierto va camino de cumplir medio siglo de historia, se exponen los carteles que han ilustrado el Carnaval de Arrecife en los últimos treinta años.
Pasan quince minutos del mediodía y la tortilla del día está ya extinta. El Tin-Tan lleva despachando tapas y bocadillos desde las cinco de la mañana clientes “variopintos”: taxistas, guardias civiles, albañiles, profesores, alumnos de estudios artísticos, periodistas, etcétera, etcétera, etcétera. Desde el mediodía del viernes 21 de febrero, en este bar de la calle García Escámez (Arrecife) que por cierto va camino de cumplir medio siglo de historia, se exponen los carteles que han ilustrado el Carnaval de Arrecife en los últimos treinta años.
La Pelona, el Bigotes y Urbaser son algunos de los nombres que reverberan en las conversaciones que se gestan entre la barra y las cinco mesas del bar de José Juan Gutiérrez (Juan o Juanito en la cotidianidad). Este negocio fue primero de su padre y de su cuñado, hoy es suyo y en un futuro será de sus hijos. Ya son tres generaciones trabajando en una casa que sirve una comida casera, cocinada según el recetario tradicional de la familia y que nutre a una clientela fiel y con querencia a la tertulia.
El Tin-Tan es lo más parecido que existe a una casa. “¿Lo quiere un poquito más claro? Yo sé lo pongo un poquito más claro”. Juan está alerta al gesto y casi siempre maniobra antes de que el cliente pronuncie un comentario. “¿Lo de siempre don Antonio?”. Un asentimiento y “un sandwich para don Antonio”. En este casa uno puede venir a curarse un catarro, a celebrar el Carnaval, a arrojar proteínas al estómago trabajador que para las once ya está clamando alimento.
El establecimiento ofrece cinco mesas cuadradas donde impera la lógica del amo de casa. Las albóndigas asombran la primera vez que se prueban y la paella está suelta y enjundiosa. Éstas y el resto de las tapas del día siempre se cantan: hay carne estofada, atún en adobo, bocadillos de pescado con mojo, limón y tomate, ensaladilla rusa, ’concejales’ (tollos)… Y un vino casero elaborado en Tao, de color amarillo pajizo, casi transparente, que tampoco figura escrito en ninguna parte. El Tin-Tan es un canto a la oralidad, un sitio donde hablar con cualquiera y con cualquier excusa. Un lugar donde también se puede guardar un silencio colectivo y momentáneo sin que nada se rompa.
“Antes, en tiempos de Franco, para emplear mujeres había que tener un permiso especial”, explica Juan, que conserva documentos históricos clavados en un corcho, en la entrada, a mano izquierda. Un artículo sobre el Tin-Tan, escrito por Marco Arrocha en 2008 en la desaparecida revista Masscultura, figura enmarcado detrás de la barra. Hay una novia del Mojón y multitud de fotografías del Arrecife antiguo. De cuando construyeron el primer puente del Charco o de las primeras vistas áreas que se pudieron captar de la ciudad.
En otro frontis del local hay colgadas fotografías de la murga Los Gorfines, a la que Juan ha estado ligado toda la vida. La fundó como se fundaban las cosas antes: llamando puerta por puerta. “En los Carnavales ahora hay más rivalidad que antes”, aprecia el ex murguero. Un cliente sonríe de medio lado. Está sentado en un taburete y le cuelgan los pies. La barra tiene un escalón de un palmo de altura, que resulta necesario como un piolet en alta montaña.
Juan nota la crisis como todo el mundo. Su clientela más madrugadora eran los profesionales de la construcción y los oficios derivados: electricistas, escayolistas, peones de albañil… En cualquier caso, al bar se sostiene. Aguanta contra viento y marea. No ha disminuido la calidad de su comida y mantiene sus económicos precios (por cinco euros, la mañana se templa con un cortado, medio bocadillo de pescado, un quinto de Tropical, un vaso de vino y una tapa de paella). El Tin-Tan es la casa de todos, porque se gobierna con pocas normas, las justas, las que exigen la convivencia, el buen humor y el sentido común.
Marcial recibe su salpicón. El café de otro habitual recibe su chorrito de bendición alcohólica, hasta que la mano indica basta. La mañana se deshora entre conversaciones políticas, locales, deportivas, casi siempre filosóficas. Lleva siendo así desde que en 1969, Agapito Gutiérrez (padre del actual dueño) y Baldomero Díaz (cuñado) abrieran el local y le pusieran el nombrete de Germán Valdés, Tin-Tan, un comediante mexicano que además de cantar e interpretar, prestó su voz al oso Baloo en El libro de la selva y a Little John en el Robin Hood Walt Disney.
Comentarios
1 cascarabia Sáb, 22/02/2014 - 18:24
2 José Antonio Go... Sáb, 22/02/2014 - 19:03
3 Y los callos? Sáb, 22/02/2014 - 20:55
4 Y los callos? Sáb, 22/02/2014 - 20:55
5 PEDRO Sáb, 22/02/2014 - 22:43
6 Anónimo Lun, 24/02/2014 - 09:48
7 CASCARABIA Lun, 24/02/2014 - 14:11
8 MIURA Mié, 26/02/2014 - 12:38
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