La de aguafiestas es de esas definiciones que no solo escapan de la literalidad de su composición sino que, además, impone rigideces. La Real Academia de la Lengua dice que se trata de una “persona que turba cualquier diversión o regocijo”. No deja abierta la puerta a turbar solo algunas diversiones o a estar contrariado por algunos de los aspectos de esos regocijos.

Se asemeja la Real Academia en esto (y solo en esto) al grupo de gobierno del Ayuntamiento de Arrecife, que ante las críticas por el exceso de gasto en fiestas, asume que se trata siempre, y venga de quien venga, de una enmienda a la totalidad de las fiestas, y coloca así el debate entre los que quieren fiestas y los que no quieren fiestas, como si no hubiera posiciones intermedias.

El debate no es si debe haber fiestas o no, sino qué tipo de fiestas: si merece la pena gastar tanto dinero cuando la ciudad tiene carencias históricas sin resolver, si se deben alargar durante tantos días, si es necesario exponer a un nivel tan alto de ruido a quien no quiere acudir a los conciertos o a la feria o si es necesario organizar tantos actos. El Ayuntamiento saca pecho del volumen de la asistencia a los conciertos estrella, pero no contabiliza que ha habido muchos actos con muy poco público. 

En cualquier caso, tampoco se trata de una cuestión cuantitativa aunque las fiestas de San Ginés  tengan un carácter populista, que no popular. Los vecinos de Arrecife participan de las fiestas pero no participan en las fiestas y, de hecho, son unas fiestas para el pueblo pero no son unas fiestas del pueblo. De todas las cosas para dejar en manos de la iniciativa pública, las fiestas no son una prioridad.

Son tiempos raros estos: se privatizan servicios esenciales pero se intensifica el control público de las fiestas. Debe ser esto a lo que llaman dinamización.