Herminia Fajardo

Buscando a Clavijo y Fajardo

Dicen de mí que soy un poco tarambana, conspirador,  aventurero y negociante hábil; que amo la intriga y gozo de cierta influencia en la corte francesa, que soy certero y preciso como los relojes de mi padre; que me gusta la reyerta y jamás huyo del duelo. A eso que dicen  le añado yo mi condición de diplomático y dramaturgo.   Mi nombre es Pedro Agustín Carón de Beaumarchais y camino de América he venido a Arrecife para encontrar al hombre que por mi culpa  desapareció de Madrid. Nadie sabe su paradero más  sospecho que pudiera haberse refugiado en los alrededores de su lugar de nacimiento hasta que el mundo olvide la canallada que cometió con mi hermana Lissette faltando, por tres veces,  a su promesa de casamiento. A sus desplantes a mi sangre respondí lanzando el guante y como no fue suficiente movilicé influencias hasta conseguir su expulsión de la Villa y Corte.

Este José Clavijo y Fajardo, que así se llama el galán - historiador, periodista, naturalista, viajero incansable, traductor, dramaturgo,  ilustrado de pro- ¿mujeriego? no lo sé, consiguió con sus andanzas inspirar obras de teatro a autores como Marsollier, León Halévy, Goethe o a mí mismo. Y, sin embargo, aquí casi no saben quién es.

Camino calles y plazas, nadie me da cuenta de él. Lo describo alto, flaco, desgarbado, ojos claros y hablar dulce, como los de por aquí, por si alguien lo hubiera visto, pero razones no hay. Resulta bastante extraño que en su tierra no lo conozca ni Dios. Comprobarlo es parte de mi venganza.

Eso lo dijo el francés antes de coger el barco. Y si agrego que nuestro hombre escribió la Historia del Ejército, publicó “la Pragmática del Zelo”, el Tribunal de las Damas, creo “El Pensador”, Dirigió “El Mercurio” dio a conocer a Buffon… tradujo cerca de diez comedias y tragedias francesas y  -lo más relevante para lo que aquí me ocupa-  que  Carlos III lo nombró director de los Teatros de los Reales Sitios encargándole la modernización del teatro español con arreglo a los gustos de la época - lo que le costó duros enfrentamientos con los partidarios del teatro clásico-  con todos los respetos y reconocimientos a las otras candidaturas, díganme el nombre de un conejero que en el siglo XVIII sonara tan alto en la cultura española y europea, que haya dejado huella en periodismo, ciencias,  arte y humanidades  Y que haya quedado para la posteridad.

No  hagamos  juego a Beaumarchais. Votemos porque nuestro Teatro Insular se denomine “CLAVIJO Y FAJARDO”.  Es hora de honrar su memoria como mandan los dioses. Los dioses y las musas.

Con su verso termino:

Dicen que en todas partes

hay hombres; no es extraño

pero ¿dónde se ocultan

que por más que los busco, no los hallo?

Comentarios

Acertadisima, como siempre, Sra. Herminia

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