El silencio, no solo de noche, sino el silencio matutino o vespertino. El silencio como fondo. El silencio de la calle, producto de la quietud. El silencio como antónimo de velocidad. Silencio como solución, como proceso o como obligación del silencio que imita al silencio. Silencio interior y silencio exterior, silencio que intimida.

El silencio, pero no como ausencia, sino como presencia. Con el silencio como marco conceptual, aglutinador de otros silencios. Ese silencio prolongado que permitiría a los que escuchan no ya distinguir los sonidos tapados, sino diferenciar varias docenas de silencios, como los esquimales diferencian docenas de blancos, de blanco sobre blanco.

Pues ese silencio fue repentino, como si fuera una respuesta al estado de alarma, pero ha ido retrocediendo, precisamente por su afán en mantenerse. Aquello que permanece tiende a dejar de ser percibido. Los sentidos asimilan lo cotidiano y dejan de comunicarlo.

El virus, que es portador de un silencio aterrador, el que provoca la hipoxemia silenciosa, que hurta el oxígeno, también es el anfitrión de esos silencios inesperados.

Como asesino permanente del silencio no puedo dar ejemplo, pero sí reclamarlo, aunque sea contradictorio, aunque no sea coherente. Sigue habiendo muchas opciones de silencio desperdiciadas, orales y escritas. Disfruten del silencio mientras puedan porque su alternativa no es el sonido, es el ruido.

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