Serrat, cincuenta años después

“No soy un hombre que crea en grandes verdades absolutas, sino en pequeños descubrimientos diarios”

José Manuel Díez 2 COMENTARIOS 04/07/2015 - 08:06

Los que, como yo, hemos crecido escuchando a Joan Manuel Serrat, aprendiendo a disfrutar sus canciones como algunas de las más románticas, comprometidas y poéticas del último medio siglo de música en español, sabemos que Serrat, el músico, no es más que una extensión de Serrat el hombre, un autor que, después de cinco décadas, sigue evolucionando en sus búsquedas creativas, sin haber perdido jamás un ápice de su idiosincrasia, de su sentido del humor y del amor, del compromiso con su oficio, y tampoco –por qué no decirlo– de su orgullosa raíz catalana, de la que nunca ha dejado de hacer gala. Todo un ejemplo de coherencia y conciencia en este país nuestro, tan mal acostumbrado a músicas de superventas, radiofórmulas al mejor postor y artistoides de medio pelo, sin tanto compromiso ético como estético.

Antes de dar forma a este artículo he tenido la gran suerte de charlar con Serrat en dos ocasiones, confirmando algunas ideas que ya tenía sobre su persona y descubriendo otras nuevas. Lo primero que llama la atención al hablar con él no son sólo sus palabras, sino también sus silencios, esa forma tan suya de escuchar atentamente a su interlocutor y responder a cada pregunta desde la sensatez que da la sabiduría, a medio camino entre la reflexión y la prudencia. Otro rasgo suyo que enseguida resplandece por sí mismo es la sonrisa, esa sonrisa socarrona que deja aparecer en sus momentos de lucidez, que son la mayoría, y también la otra, la sonrisa más nostálgica, con la que apostilla sus recuerdos de otras épocas, de otros éxitos, de otros maestros como Hernández o Machado, a los que solo cita anteponiendo al Miguel y al Antonio el propicio Don.

Nuestra primera conversación es por teléfono. Me atiende desde el Hotel Santa Catalina de Las Palmas, su primer hospedaje antes del concierto en el Auditorio Alfredo Kraus, al que le seguirá un segundo concierto en el Auditorio de Tenerife y un tercero en el Teatro Insular de Lanzarote. Hablamos brevemente sobre su gira, en la que presenta su “Antología desordenada” por más de 90 ciudades entre Latinoamérica y España, un trabajo formado por 4 discos y 50 canciones, donde repasa los títulos más importantes de su carrera, junto a más de veinte colaboraciones, como a él le gusta llamarlas: amigos de siempre –entre los que destacan Silvio Rodríguez, Luis Eduardo Aute, Carmen Linares, Joaquín Sabina o la desaparecida Mercedes Sosa– y también amigos más recientes, como Pablo Alborán, Miguel Poveda o Estopa.

Recordamos sus comienzos, allá por la década de los 60, de los que Serrat asegura conservar la necesidad de descubrir nuevas cosas cada día, sintiéndose afortunado por haber tenido una formación musical básica desde la niñez, estimulada por sus padres y sus maestros de escuela. Hablamos de pintura, fotografía y cine, y de la gran virtud que ve en todas estas formas de arte: la capacidad de conmover.

En mitad de nuestra conversación, Serrat va dejándome caer algunas perlas de su pensamiento más sensible o, dicho de otro modo, de su sensibilidad más pensada, y yo me limito a sonreírle agradecido, al otro lado del teléfono, mientras tomo nota de ellas. Comparto aquí dos, literalmente: "No soy un hombre que crea en grandes verdades absolutas, sino en pequeños descubrimientos diarios". Y también: "La curiosidad es la base de todo". Un libro nos enseña a leer otros libros. Un disco nos enseña a escuchar otros discos. Y una película nos enseña a ver otras películas.

Hablamos también de las Islas Canarias, en las que Serrat asegura no haberse sentido extraño nunca: "Para mí no es un territorio lejano, sino muy cercano, por los buenos amigos que tengo aquí y la generosidad con la que siempre me ha tratado esta tierra". Y, por supuesto, hablamos de su futuro. A pesar de las muchas voces que parecen vaticinar su última gira desde hace años, Serrat no piensa en retirarse. Y, para ratificarlo, me asegura en tono irónico: "Voy a seguir cantando mientras la gente me aguante".

Nuestra charla telefónica termina como empezó. Le doy las gracias por atenderme, y él, generoso y humilde, me las da a mí por mi interés. Quedamos en vernos la tarde del martes 30 de junio, antes de su concierto en Lanzarote. Es Berry Navarro, su representante desde hace cuarenta años, el primero que me atiende al llegar al Teatro Insular. Un hombre campechano y amable que enseguida me invita a pasar al camerino principal, donde, para mi sorpresa, soy el único invitado, en medio de los cinco músicos que forman la banda (entre ellos, dos habituales: el pianista Ricard Miralles y el guitarrista David Palau), tres técnicos de sonido y el propio Serrat. El ambiente en el camerino es distendido y el aire es completamente respirable. Alguno de los músicos, fumadores, salen al descansillo de la escalera para respetar a los no fumadores. Justo entonces recuerdo una frase del propio Serrat, que leí hace algunos años: Soy mejor fumador que cantante. Pero, por respeto, y porque nunca contrasté la veracidad de su autoría, decido no sacarla a colación.

En esta ocasión, soy yo el que parece el entrevistado, Serrat se interesa por mi trabajo para Diario de Lanzarote y por mi actividad poética y musical. Charlamos sobre poesía, sobre amigos comunes y sobre nuestro aprecio compartido por las Islas Canarias. Después, durante el concierto, llegaría a declarar que se sentía muy a gusto en Lanzarote y que tenía muy pocas ganas de regresar a la Península. Es ya el segundo músico al que le escucho decir lo mismo, y en el mismo escenario. El primero fue Kiko Veneno.

La actuación duró dos horas. Y como de costumbre, estuvo inmenso. Era mi cuarto concierto de Serrat (dos de ellos, en giras compartidas con Sabina, en el 2007 y 2013). Entre canción y canción, derrochó fino humor y punzantes críticas al sistema capitalista, glosando una de sus presentaciones con dos frases tan duras como verdaderas: "La mayoría de los pobres en el mundo son niños; la mayoría de los niños del mundo son pobres".

El teatro se puso hasta cuatro veces en pie celebrando algunas de sus grandes canciones, como Mediterráneo, Lucia, Aquellas pequeñas cosas, Palabras de amor, Para la libertad, Fiesta, Tu nombre me sabe a hierba, Cantares… Pasarán otros 50 años y los hijos de los hijos de nuestros hijos seguirán cantando estas canciones. Gracias, Serrat.

@DuendeJosele

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