2 COMENTARIOS 12/12/2014 - 08:07

Vista de la iglesia de Südstern en Kreuzberg. Francisco Castro, 'Francho'

Hace unos años, el ya saliente alcalde de Berlín, Klaus Wowereit, acertó con una definición de la ciudad que se hizo famosa: “Berlín es pobre pero sexy”. Wowereit expresaba de esta manera la peculiar situación de una urbe que lleva más de un siglo encadenando espectaculares apogeos con dramáticos declives, casi sin solución de continuidad. Curioso caso el de la capital alemana, una ciudad de pedigrí mundial que ha hecho de los ciclos de auge/destrucción/mutación un signo de identidad.

El último cuarto de siglo aporta otra vuelta de tuerca a su cambiante evolución. Tras la caída del Muro, hace justo veinticinco años, muchos creyeron que lloverían grandiosos planes de desarrollo y montañas de dinero. Sucedió lo contrario. Después de la euforia del primer momento, el gran empresariado vio pronto que había demasiado por reconstruir en la ciudad que más había simbolizado la lucha entre Capitalismo y Comunismo. Sin embargo, Berlín se convirtió en una gran oportunidad para inmigrantes, artistas y cualquiera que tuviera una idea alternativa de vida. Los precios eran muy bajos; los chances para el bullicio festivo y la vida bohemia brotaban en cada esquina; y la atmosfera de mestizaje cultural se naturalizó. “Berlín no es Alemania”, le afirmarán la mayoría de los alemanes a los que usted pregunte.

Las multinacionales huyeron mientras se preparaba una gran fiesta para otros convidados más underground. Berlín se convirtió rápidamente en el paraíso de la contracultura más vanguardista y díscola. Las casas okupas salían por todos lados, la música tecno se coronó como reina absoluta de la ciudad, los barrios de la zona Este ofrecían precios ridículos, los inmigrantes no tenían tantas restricciones, las salas de arte y los mercadillos brotaron como esporas...

Berlín era sexy –y sigue siéndolo, el que lo dude que se acerque a Berghain, la mítica sala de tecno, un asombroso parque temático para adultos viciosos-, aunque también pobre, muy pobre. Aún hoy, las problemáticas sociales son descomunales. La meca de los dj’s es también la ciudad de los trabajadores sociales, los terapeutas y los psicólogos. A la desconexión laboral, emocional y cultural de los alemanes del Este, se han unido todas las dificultades de un aluvión de nueva población de todos lados (Turquía, países de la Europa del Este y del Sur, África, Sudamérica…). Por si fuera poco, las tareas de puesta al día eran enormes para una urbe que pasó de ser de las más grandes del mundo, a quedarse destruida casi por completo tras la II Guerra Mundial. Todavía es habitual la aparición de bombas en el subsuelo de una ciudad que lleva un cuarto de siglo en obras.

Pero ha pasado el tiempo, y como uno de sus grandes trovadores contemporáneos –David Bowie-, la camaleónica Berlín ha ido desvelando una nueva cara. Hoy el centro histórico de la ciudad recupera su esplendor a base de mucho presupuesto público, el turismo crece, y en los barrios del Este fluye el dinero y las oportunidades de negocio. Así que Berlín ya no es tan pobre, aunque, para algunos, también ha dejado de ser tan sexy como antes. De lo que se habla ahora en Berlín es de la gentrificación, término referente al proceso que ha dado lugar a la revalorización de los antiguos barrios degradados.

Él éxito de la fórmula berlinesa, que ahora atrae a importantes cantidades de turistas y jóvenes en busca de fiesta y bohemia, ha hecho que los precios crezcan de forma inaudita en los últimos años y el espíritu de libertad anterior deje paso a una voluntad clara de negocio puro y duro. Los que están a favor de la nueva coyuntura hablan de mayores oportunidades sociales y de democratización económica; los que están en el lado crítico argumentan la pérdida de autenticidad y de sentido colectivo en aras de un mercantilismo estéril. El debate está en pleno apogeo, y no deja de resultar familiar desde este rincón del Atlántico: el triunfo de una fórmula propia y concebida a pequeña escala provoca una masificación paradójica, que desvirtúa el genuino espíritu original. Berlín, y parece que también Barcelona, temen morir de éxito y que el turismo de masas las banalice al máximo.

Con todas sus contradicciones en carne viva, pero sin máscaras ni juegos de trampantojos, los habitantes de Berlín parecen haberse enfrentado a algo casi imposible para el resto del mundo, especialmente para los españoles. Han tenido la valentía de no engañarse y de hacer, con naturalidad, un ejercicio de enorme esfuerzo: mirarse sin falsedad en una terrible historia reciente de nazismo y comunismo para recomponer su propia imagen sin rencor. Nunca es fácil hacerse retratos ni autobiografías. A casi nadie le gusta el reflejo que da el cristal, y muchos tienden a falsear y endulzar lo que ven. ¿Quién es capaz de mirarse con honestidad en el espejo roto de la memoria y emprender de nuevo el camino?

Vista del campo del antiguo aeropuerto de Tempelhof. Francisco Castro, 'Francho'

Comentarios

Mario, me encanta tu artículo! y también Berlín!! por lo leído ha cambiado mucho desde hace 9 años que viví una temporada allí, pero doy fe de que "Berlín no es Alemania", es una ciudad que rompe con todos los estereotipos, o por lo menos, con la imagen que se proyecta de los alemanes, supongo que precisamente por lo que comentas, por su historia, su magia, y por su carácter tan cosmopolita y alternativo. Y es increíble cómo muchos jóvenes aún llevan sobre sus hombros el peso de un pasado tan bestia como el de la época nazi. P.D. Recomiendo la lectura de este especial que publicó ElPaís: http://cultura.elpais.com/cultura/2014/10/30/babelia/1414673919_325973.html
Tu, de que vas? Por favor amárrame el burro al guayabero

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